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El ambiente en el comedor era denso y tenso. César permanecía en silencio, al igual que su amigo y la Nana Galicia, quien disponía la mesa con meticulosa precisión. Solo se escuchaba el tintineo de los cubiertos y el roce de los platos.
Tras una breve espera, Fénix finalmente apareció en el comedor. Los tres ya estaban sentados, y si antes el silencio era inquietante, ahora se podía cortar el aire con un cuchillo. Los ojos de César se dilataron al ver a la mujer descender lentamente los escalones. Sintió que el aire abandonaba sus pulmones.
Observó cada paso de Fénix hasta que ella llegó al final de las escaleras. Después de una breve mirada hacia ellos, se sentó en la mesa sin pronunciar palabra, su expresión tan serena como un lago en calma.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó la anciana, q
