Capítulo XIII Cenando en el restaurante habitual, mi amigo me contó todo, concluyendo que debió haber sido un agente soviético el que asesinó a Mangiaforni mediante ese perro adiestrado, aunque de momento no había conseguido obtener pruebas y menos aún localizarlo y añadió que confiaba en que, además de sus colaboradores, también yo le diera alguna idea útil, como ya había pasado varias veces. Me recomendó mantener el secreto periodístico sobre todo lo que me había dicho, añadiendo que, en el momento apropiado, él mismo me daría el plácet para escribir: me conocía bien y sabía que podía fiarse de mí, como yo de él Nuestra conversación le resultó útil, porque se me ocurrió algo de repente cuando hablaba de la espía soviética y de la traición del subdirector de Italiavolo. Cuando terminó,