En el norte estaba la provincia de Heidelberg, perteneciente a Prusia, y en el occidente había una pequeña frontera con la región francesa de Alsacia.
La mayor parte de la población de Wiedenstein era de origen francés y bávaro.
Zena y su hermano, por lo tanto, eran bilingues, en francés y alemán, pero su maestro, que era prusiano, criticaba de continuo al alemán suave y coloquial de los bávaros, que era el que los jóvenes hablaban.
El inglés se hablaba sólo en familia, dentro del Palacio, por respeto a la Archiduquesa.
Era inevitable, según decía Zena cuando su padre no la oía, que Wiedenstein fuera un “caldero donde se combinaban todas las razas”. Hasta en el propio seno de la familia real había esa mezcla racial. Su abuela paterna, por ejemplo, era de origen húngaro.
—Todos saben lo que le había dicho Kendrick a su hermana, en una ocasión que eso explica que ambos seamos de carácter un tanto impetuoso.
—Pero no hemos tenido oportunidad de exhibirlo con frecuencia—replicaba Zena, llena de resentimiento.
—Tendremos que esperar a crecer— había contestado Kendrick en esa ocasión.
Ya habían salido de la escuela, aunque tenían maestros que les impartían clases diarias. Y ahora serían separados.
Zena sentía que su corazón sangraba ante la sola idea de separarse de Kendrick, porque sería como perder la mitad de sí misma.
La familia fue autorizada, por fin, a salir del desayunador y Zena debió escuchar el relato de Kendrick sobre los horrores a los que sería sometido en un cuartel alemán.
—He sabido, que tratan a los cadetes como si fueran auténticos animales— le dijo—, cuando tienen un poco de tiempo libre, son obligados a sostener duelos entre ellos. Cuantas más cicatrices tienen en la cara, más orgullosos se sienten.
Zena lanzó un pequeño grito de horror.
—¡Oh, Kendrick, eso no debe suceder-te a ti!
—Pero me sucederá— contestó él con aire sombrío.
Era un joven en extremo apuesto, que disfrutaba de esa cualidad. Para Zena la idea de que fuera desfigurado resultaba aterradora.
Se habían dirigido con rapidez a su sala privada, al alejarse de sus padres, y ahora se contemplaban con aire desolado.
Era como si todo su mundo, que les parecía tan seguro y confiable, se hubiera derrumbado y se encontraran aprisionados bajo los escombros, sin esperanza alguna de escapar.
—¿Qué haremos?— preguntó Zena—. ¿Qué podemos hacer, Kendrick? ¡Yo no me resigno a perderte por todo un año!
—No es por un año corrigió Kendrick—, ¡es para toda la vida! Zena lanzó un grito.
—Yo tendré que casarme con ese horrible Duque y será todavía peor que lo que la pobre Melanie ha tenido que soportar con Georg.
Los gemelos permanecieron en silencio pensando en la desventura de su hermana mayor. Estaba casada con el Príncipe heredero de la corona de Furstenburg, que se consideraba un estado independiente del norte de Alemania, pero que en realidad estaba bajo el dominio total de Prusia.
Melanie detestó al Príncipe desde el primer momento, pero el matrimonio sé llevó a cabo, tal como se planeara, y cuando ella visitaba su casa, les contaba a los gemelos lo desventurada que era.
—Detesto a George— había dicho una y otra vez—. ¡Es pomposo, obstinado y en extremo tonto!
—Oh, Melanie, cuánto lo siento!— exclamaba Zena al oírla—, no escucha lo que dice nadie, excepto él mismo— continuó
Melanie; además la corte es tan aburrida, que me siento como si estuviera enterrada en vida. Las palabras de su hermana volvieron a la mente de Zena ahora y ella pensó que algo semejante iba a sucederle.
Si todos los ingleses eran como su madre, sin remedio se sentiría sofocada por ellos.
En realidad, había conocido a muy pocos ingleses, exceptuando los parientes de su madre que se alojaban en el Palacio de vez en cuando.
La Archiduquesa era la más pequeña de una numerosa familia. Sus hermanos y Hermanas estaban casados con gente de la realeza. Se daban aires de grandeza y se mostraban más vanidosos de lo que se hubiera atrevido a hacerlo el propio soberano de Wiedenstein.
Las únicas oportunidades en que parecían algo humanos era cuando hablaban de sus caballos, y por lo que su padre había comentado durante el desayuno, pensó Zena que el Duque de Faverstone pertenecía a esa clase de gente.
—Tu madre sugirió, Zena— dijo el Archiduque, que invitemos al Duque de Faverstone para el Prix d'Or el mes próximo.
Esta era la carrera más importante del año y los propietarios de caballos de carreras de toda Europa competían por el premio principal. Zena no contestó y su padre continuaba:
—Sera una excelente oportunidad para que Faverstone nos conozca como así también a la élite del país. Lo agasajaremos con las mejores atenciones y de ese modo quedará muy claro que no existe razón alguna para que nos trate con Condescendencia porque es pariente de la Reina de Inglaterra.
—No entiendo porque puedes imaginar que ésa será su actitud, Leopold— dijo la Archiduquesa en tono defensivo.
—Conozco bien a los ingleses— había contestado el Archiduque y Zena pensó que su padre expresaba lo mismo que ella callaba.
—¿Qué podemos hacer para evitar que estos horrores caigan sobre nosotros?— preguntaba ahora a su hermano.
Kendrick no contestó y ella continuó diciendo:
—Es terrible que nos separen, y sobre todo ir a Ettengen estudiar ese odioso alemán.
—Yo también detesto ese idioma— confesó Kendrick—, y por lo que he oído opinar al Barón, el profesor es aún más aburrido.
—Puedes estar seguro de eso— confirmó Zena—. Y debe tener como ciento ochenta años, de otra manera, no viajaríamos a donde está él.
El Archiduque les había comunicado que saldrían en tres días más hacia un pequeño pueblo en el que se hospedarían con el propio profesor Schwarz, ya que éste era demasiado viejo para trasladarse hasta donde ellos se encontraban.
—Irán acompañados— había continuado su padre—, por el Barón Kauflen y la Condesa Beronkasler, quienes se encargarán del buen comportamiento de ustedes y de la aplicación a sus estudios. ¡De otra manera, cuando regresen, me enfadaré muchísimo con los dos!
—¡Imagínate tener que soportar a esos dos viejos aburridos durante tres semanas!— exclamaba Kendrick, ahora.
—Siento deseos de fugarme —afirmó Zena con aire sombrío—. El único problema es... ¿adónde... podríamos ir?
Se hizo el silencio. Entonces, Kendrick exclamó de pronto:
—¡Tengo una idea!
Zena lo miró con inquietud.
—Si va a meternos en más dificultades con nuestra madre, mejor ni lo menciones porque no lo soportaría— dijo—. Recuerda lo que pasó la última vez que se te ocurrió una de tus geniales ideas.
Sin embargo, la advertencia de Zena no fue severa sino amable. Los gemelos hacían travesuras juntos, desde temprana edad, y era Kendrick el que, con su viva imaginación, organizaba las escandalosas aventuras que, de manera inevitable, concluían con un rotundo castigo sobre los dos responsables.
A pesar de ello Zena hacía cuanto él planeaba, como si fuera su esclava, por la simple razón de que quería mucho a su hermano.
Kendrick se incorporó de un salto y empezó a recorrer la habitación.
Su sala privada estaba en gran desorden ya que los sirvientes habían renunciado al intento de poner fin a ese caos.
Los rifles de Kendrick, las raquetas, los fuetes, las pelotas de fútbol, los bastones de polo, se veían revueltos entre los pinceles, pinturas y paletas de Zena, así como su bordado, al que consideraba un pasatiempo aburrido a pesar de las insistencias de su madre. Pero sobre todo los libros, que ella adoraba, iban en aumento desmesurado.
Llenaban los anaqueles que rodeaban la habitación, como la mesa, las sillas y hasta el suelo.
También había flores, que Zena había cortado ella misma en los jardines del Palacio y arreglado con un arte no visto en el resto del Palacio.
Las muñecas, que ella había amado de niña, adornaban algunos rincones del cuarto. Estaban vestidas con hermosos trajes bordados con pedrería, que ponían un detalle de color a la severidad de los muros recubiertos con paneles de madera.
De repente a Zena se le ocurrió al mirar la habitación, que cualquiera que contemplara por vez primera el lugar, tendría una clara idea no sólo de cuáles eran los intereses de ambos, sino también del carácter y personalidad de cada uno.
De pronto Kendrick lanzó un grito, se levantó de un salto y corrió a la puerta. La abrió, miró hacia afuera y volvió a cerrarla.
—Sólo quería asegurarme de que no hubiera nadie escuchando afuera. Estoy seguro de que en dos o tres ocasiones, uno de los lacayos, o una doncella, ha oído nuestras conversaciones, se las ha relatado a la doncella de mamá, que sin perder tiempo se lo informó a nuestra madre.
—Así fue que mamá se enteró sobre tu linda bailarina!— comentó Zena.
—¡Así que… no hay otra forma posible de explicar lo sucedido!— contestó Kendrick.
Se había ocasionado una terrible discusión cuando la Archiduquesa se enteró de que Kendrick había salido solo de noche.
De algún modo había evadido a los guardias de la entrada y se había ido al teatro donde no sólo disfrutaba todas las noches, de la actuación de una muy atractiva bailarina rusa, sino que además la había llevado a cenar al concluir la función.
La Archiduquesa había hecho temblar al Palacio con la reprimenda dada a Kendrick por su “escandalosa conducta”. Este había llegado a la conclusión de que la única forma posible de que su madre se enterara de sus escapadas era mediante la información de alguien que oía sus confesiones a Zena sobre los encantos de la bailarina o de las divertidas veladas vividas. Y casi siempre lo contaba en la intimidad de su salita privada.
Por eso era que ahora quería asegurarse que nadie escuchara. Tomó la precaución adicional de bajar la voz y se sentó junto a Zena antes de empezar a explicarle:
—Ahora, escúchame dijo—. Tengo una idea y quiero que me ayudes a examinarla con todo detalle.
—¿Cuál es?— preguntó Zena.
—¿Tú sabes dónde vive el profesor?
Sé la dirección aproximada, en el mapa.
—Bueno, antes de llegar hasta allí tenemos que detenernos un rato en el empalme de Hoyes.
Ahora Zena miraba a su hermano con expresión desconcertada.
Había una luz repentina en sus ojos, que había eliminado la expresión de profunda desolación que antes apareciera en ellos, como si su plan lo llenara de emoción; y Zena tuvo miedo al pensar en lo que él iba a proponerle.
—¿Sabes lo que sucede en Hoyes? continuó él.
—No, dímelo tú contestó Zena.
—Pasan muchos trenes expresos, procedentes de diferentes partes de Europa, rumbo a París.
La forma en que Kendrick lo dijo hizo que Zena se incorporara en su asiento y lo mirara con asombro.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué estás sugiriendo?— preguntó.
—Estoy planeando— contestó pausado Kendrick—, cómo podemos escapar de nuestros vigilantes en Hoyes y pasar una semana en la ciudad más alegre del mundo.
—¡Debes estar loco!— exclamó Zena—. Si nos escapáramos de ellos correrían a informar a nuestro padre, y él nos haría arrestar.
—No lo creo así, no sería capaz de hacer algo que causara un escándalo. Además, Zena, haremos las cosas con suficiente inteligencia como para evitar que estos viejos buitres sombríos informen algo. Debemos convencerlos de que al confesar siquiera algo se verán en dificultades.
Un brillo repentino apareció en los azules ojos de Zena.
—¿Crees, en verdad, Kendrick, que podríamos llegar a París en lugar de permanecer estudiando con ese aburrido profesor?
—No se trata de lo que pienso que podríamos hacer— contestó Kendrick—, sino de lo que intento que hagamos.
—¡Creo que nuestros padres nos matarían por esto!
— Sólo si nos descubren.
—¿Cómo vamos a impedir que lo hagan? ¿Y qué sucedería si la gente nos reconociera?
Una vez que lleguemos a París, nadie nos reconocerá, ni sabrá quiénes somos— afirmó Kendrick.
—¿Me quieres decir que iremos disfrazados?
—¡ Por supuesto! ¿Acaso imaginas que llegaría como el Príncipe Heredero Kendrick de Wiedenstein, y que nuestra embajada evite que hagamos otra cosa que visitar museos?
—¡ Pero, Kendrick, es demasiado peligroso, demasiado atrevido!
—¡ Dios sabe todo el derecho que me asiste en hacer algo atrevido, con la perspectiva de pasarme un año golpeando los talones y obedeciendo cuanta orden reciba!— exclamó Kendrick con amargura.
—Es cruel de papá enviarte a un lugar así. ¡Y estoy segura de que el que se lo sugirió y convenció fue nuestro horrible cuñado!
—Es el tipo de lugar que a Georg le resulta atractivo.
—Pero... ¿podemos, en verdad, ir a París?— preguntó Zena. Si Kendrick empezaba a hablar de Georg, con quien ninguno de los dos simpatizaba, los deprimiría más de lo que ya estaban.