2. “¿Me prestas dinero para pagar el taxi?”

2251 Words
—Le aseguro que voy a pagarle —coloco mis manos en señal de plegaria y me inclino hacia adelante para que el taxista pueda verme. El hombre regordete me observa a través del espejo retrovisor, manteniendo una ceja arqueada. Me muerdo el labio y desvío la mirada hacia un pequeño departamento ubicado en medio de un par de enormes rascacielos, rogando en mi interior de que fuese ese. Audrey me había dado la dirección mediante correo electrónico, cuando la leí, la memoricé enseguida, lo cual ahora agradecía, dado a la perdida de todo mi equipaje. —Mire, he tenido un horrible día —digo al volver a girarme hacia él—, estoy empapada, me robaron todo el equipaje ni bien salí del aeropuerto, mis malditos pezones se notan a través de la fina tela de esta blusa —apunto con mis dedos mis pezones erguidos, el viejo pervertido ni siquiera se inmutó para mirar, provocando que se formara una enorme sonrisa en sus labios—, ¡deje de mirarme, viejo pervertido! —exclamo al volver a cubrir mi delantera con ambas manos, mientras aguando las enormes ganas de soltarme a llorar. —Tiene tres minutos para traerme los quince dólares que me debe, o llamaré a la policía —me advierte al desbloquear la puerta. Prácticamente me tiro del taxi para correr en dirección de aquel departamento, a la vez de que levanto una plegaria al cielo para no haberme equivocado. Ese día había sido abrumador, había sacado de mí toda la valentía que podía encontrar, valentía que se extinguiría si no daba con Audrey. Esa chica debía de ser mi salvación, de lo contrario, estaba segura de que pasaría la noche en prisión, y si eso sucedía, ahí si iba a romperme, terminando por renunciar a todo. Casi hago retumbar la puerta al golpearla con ambos puños, la lluvia continuaba mojando mi cuerpo, pero, ahora estaba lejos de preocuparme por ello, ni siquiera era capaz de sentirla, pues ahora, lo único que me importaba era encontrar a mi compañera de piso. —¿Pero qué carajos? —una voz varonil lo bastante conocida resuena desde el interior, logrando que termine por congelarme. Niego con la cabeza mientras retrocedo un par de pasos, aquella voz sonaba a Andrew, estaba segura de que no podían existir dos personas en el mundo poseyendo una voz tan privilegiada como esa. Trago saliva con fuerza mientras observo el pomo de la puerta ser girado, justo cuando su anatomía queda frente a mí, trato de clavar mi mirada en su bien formado pecho. Tal parecía que aquel chico no sentía frío, pues incluso parecía disfrutar no tener que utilizar camiseta. Evito a toda costa levantar la mirada, el pánico de comprobar que aquel hombre es Andrew, se apodera de mí, así que simplemente me limito a contar los cuadritos marcados en su abdomen… uno, dos, tres… —Sí, sirve como mesa de aplanchar —murmura con un notorio tono cargado de diversión—, ¿te molestaría dejar de comerme con la mirada? Ya comienza a tornarse algo incómodo, ver como tus pezones se ponen duros con solo mirarme. Demonios —pienso al volver a ocultar mi pecho con ambas manos, antes de decidirme a levantar la mirada. De inmediato, mis ojos se clavan en las pupilas color tormenta del sujeto frente a mí, comprobando la identidad del chico con el que perdí mi virginidad. Trago saliva con fuerza, retrocediendo un par de pasos más mientras elevo una mirada al cielo para que no sea capaz de reconocerme, pero, al ver la forma en que su mandíbula casi se desencaja al observarme de arriba abajo, soy capaz de creer que todo está perdido. —¿Kylie? —pregunta, su voz escuchándose más ronca de lo normal al mencionar el nombre falso que le di cuando lo conocí. El claxon por parte del taxista me hace saltar, haciéndome recordar sobre cuál era el motivo por el que estaba ahí. Así que al final, solo soy capaz de tragar saliva con fuerza para después decir: —¿Me prestas dinero para pagar el taxi? Una pequeña sonrisa se abre paso en sus labios mientras asiente con la cabeza enseguida, para después caminar hacia el taxista sin siquiera preocuparse por el torrencial diluvio que se negaba en dejar de caer. Me giro para mirarlo, aún tratando de explicarme el motivo de la presencia de aquel chico en ese lugar, ¿Acaso era el novio de Audrey y yo había llegado a interrumpir un momento íntimo entre ellos? Niego con la cabeza en repetidas ocasiones, Audrey sabía que yo llegaba hoy, dijo que iba a esperarme, no creía que fuese tan descarada como para meter a su novio al departamento a sabiendas de que yo llegaría en cualquier momento. Observo a Andrew sacar un par de billetes de su cartera para pasárselos al hombre, después se levanta y mueve su mano en despedida, para terminar por girarse hacia mí. Camina con rapidez, toma de mi mano y prácticamente me arrastra hacia el interior de aquel lugar, cierra la puerta tras de él y pega su espalda contra la madera de esta. Aquella sonrisa continúa marcada en sus labios mientras se dedica a mirarme de arriba abajo; aquel hermoso par de ojos se atascan en los míos, a la vez de que lleva una mano hasta su cabello castaño para sacudirlo del agua. —¿Qué haces aquí, Kylie? ¿Te has perdido? —pregunta con seriedad. —Yo… no lo sé con exactitud —confieso al dedicarme a mirar a mi alrededor, dándome por enterada de que en definitiva me había perdido—, creo que me equivoqué de lugar —digo al asentir con la cabeza al observar las decoraciones masculinas impregnadas en la pared, las cuales consisten en poster de bandas de rock, o equipos de futbol. —Jamás pensé volver a verte —murmura al alejarse de la puerta para prácticamente correr hacia el pasillo—. ¡Espera ahí! ¡Voy por un par de toallas! ¡Debes de estar congelándote! Me quedo inmóvil, dedicándome a ver hacia un punto fijo en el poster con la imagen del Paris Saint Germain, exactamente en el rostro de Neymar Junior, mientras me dedico a analizar en la posibilidad de salir corriendo o si solo quedarme a pedir su ayuda para dar con Audrey. j***r, si me quedaba más tiempo, tendría que confesarle que en realidad mi nombre no es Kylie, si no Kendall, y eso si iba a estar muy mal. —¿Qué le miras tanto a Neymar? —pregunta al colocar una toalla sobre mis hombros, pasando sus manos sobre mis brazos como si con ello tratara de hacerme entrar en calor. —Es lindo —digo al encogerme de hombros. —¡Nah! Solo es un futbolista con mucho dinero —responde al echarse a reír—. ¿Qué te ha pasado? Casi parece que te ha pasado un tren por encima —musita al girarme para que quede frente a él. Es en ese instante donde al fin soy capaz de romperme, permitiendo que las malditas lágrimas se derramen con libertad sobre mis blancas mejillas. Me aferro a la toalla, tratando de encontrar protección en ese simple gesto al casi ver todo perdido. Estaba lejos de casa, con cinco dólares en mi bolsa, sin ropa, sin teléfono, y sin saber a dónde ir para buscar a Audrey. —Gané una beca en Yale, viajé más de cinco horas con la intensión de conseguir mis sueños, pero, al salir del aeropuerto fui asaltada y me quedé sin nada —mis palabras se sienten atropelladas, mis labios tiemblan sin parar al igual que mi cuerpo—, ahora, solo necesito encontrar donde vive Audrey Black para tener una cama caliente donde dormir mientras pienso como hacer para mejorar mi situación. Cualquier expresión de compasión que pudo tener, es reemplazada con facilidad por una de confusión, lo miro tragar saliva con fuerza mientras lleva ambas manos hasta la parte trasera de su cuello. —¿Dijiste Audrey Black? —¿La conoces? —pregunto al sentir como la esperanza comienza a aparecer otra vez. Él hace una mueca, mientras trata de reír. Suspira con lentitud a la vez de que tira de su cabeza hacia atrás para mirar hacia arriba. —Bueno, yo… —se aclara la garganta, a la vez de que continúa haciendo muecas divertidas—, yo soy Audrey Black. Mis labios se separan ante la incredulidad que me provocan sus palabras, niego con la cabeza en repetidas ocasiones, resistiéndome a creer en lo que estaba escuchando. Él simplemente podía estar mintiendo, en definitiva, no podía aceptar que él fuese Audrey Black. Muerdo el interior de mi boca al darme cuenta en lo que había pasado, al final, no había sido la única que pensó en no dar su verdadero nombre en aquel rápido romance de verano, el imbécil también lo hizo. “¡Me cago en la puta suerte!” —grito en mi interior al no saber cómo ingeniármelas para salir de eso. Joder, le había pagado un mes de renta, era el único lugar donde ahora podía quedarme hasta saber qué hacer con mi vida. —Espera… ¿Acaso tú eres Kendall Morgan? —interroga al ladear la cabeza para mirarme con curiosidad—, ¡maldita sea! —interroga al apretar su cabeza—, ¿eres mi roomie? ¡j***r! ¿Tu nombre no es Kylie? Cruzo los brazos a la altura de mi pecho y levanto una ceja. —Tal parece que no fuiste el único que pensó en ocultar su identidad a la hora de coger con una completa desconocida —me limito a responder al apretar los labios—, ahora voy a necesitar que me devuelvas mi dinero, necesito encontrar un lugar donde vivir y definitivamente este, no es una opción. Lo escucho chasquear su lengua mientras vuelve a dibujar en sus labios una sonrisa cargada de malicia, baja sus manos y se encoge de hombros antes de girarse para caminar en dirección del pasillo. —Debiste de decirme mediante esos correos que eras una chica, ¿no te parece? ¿Qué iba a pensar yo que a tu madre se le ocurrió llamarte como hombre? —¡Kendall también es nombre de mujer! —me defiendo al seguirlo a través del pasillo—, a diferencia de Audrey, que sin ninguna duda sí es nombre de mujer. Él se detiene bajo el umbral de la que parecía ser su habitación, se apoya de ambos costados y se inclina hacia mí. —Me vale, aquí la culpable eres tú. —Está bien, soy culpable —digo al ladear la cabeza—, solo necesito que me devuelvas mi dinero y me iré. —Eso sí va a estar difícil —farfulle al jalar de su cabello hacia atrás—, me lo gasté en comprar cosas agradables para tu habitación, así que temo que tendrás que pasar la noche aquí hasta que consigas más dinero si es que deseas irte —señala la puerta tras de mí y sonríe—, espero que sea de tu agrado, Kendall —dice para después desaparecer dentro de su habitación. Retrocedo a la vez de que me dedico a aspirar con lentitud. Ahora no era el momento para perder la cordura, cometí un error, aseguré algo que no debía sin siquiera tratar de investigar a la persona con la que iba a vivir más a fondo; ahora… no solo resultaba que Audrey Black era hombre, si no que, era el hombre que se negaba a abandonar mi maldito cerebro. Me giro y tomo el pomo de la puerta de mi habitación, trago saliva con fuerza y la empujo… todo iba a salir bien, quizás era solo una noche la que iba a pasar en ese lugar, dos cuanto mucho, pues iba a dedicarme a resolver mi problema… observo la cama frente a mí, aquellas muñidas comidas me llamaban a gritos para que me envolviera en ellas para así poder calmar el temblor de mi cuerpo; después de todo, ya había pagado por ese espacio, así que no veía que fuese malo pasar una noche ahí para poder descansar, así que al final, comienzo a quitarme la ropa mojada para meterme a la cama en ropa interior, me saco la blusa mojada y desabrocho mis pantalones, justo cuando logro salir de ellos, la puerta es abierta bruscamente, haciéndome saltar. La mirada de Audrey se estanca de inmediato en mis pechos descubiertos, lo que me hace cubrirlos con un brazo mientras trato de cubrir mi parte delantera con la otra. —Solo te traje ropa seca —dice al sonreír mientras levanta una enorme camiseta y unos shorts de hombre—, además de que encargué la cena, pues supongo que debes de tener hambre. —¡Fuera! —grito al señalar la puerta, otra vez dejando al descubierto mis pechos, lo que lo hace carcajearse mientras retrocede. —Tampoco es algo que no he visto antes, que, por cierto —su mirada recorre mi cuerpo de arriba abajo nuevamente, deteniéndose otra vez en mis pechos—, están mucho mejor que hace dos años —concluye al cerrar la puerta tras él, dejándome con unas terribles ganas de querer que la tierra se abra para que termine con mi sufrimiento de una vez por todas.
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