" Dicen que la primera impresión deja mucho que desear, pero ¿cómo complacer a un jefe gruñón e infernal? Y más cuando parece querer hacerte la vida miserable sin conocerte."
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Los sonidos de sus gemidos lo excitaban al punto de que su espada de carne formaba un gran bulto dentro de sus pantalones.
Al tener su consentimiento, no desaprovechó el tiempo. ¿Quién lo diría? Solo quería una copa antes de regresar a dormir, pero que maravilloso regalo tenía sobre su cama, y más tratándose de ella.
Seguía siendo linda, pero con un cuerpo más que desarrollado.
— Deliciosa, perfecta, apetecible. — pensó.
Él le beso la mejilla y luego su cuello bajando hasta los pechos redondos y suaves de Stella.
Su mano fue a parar sobre el borde del vestido, bajándolo hasta tener esos dos atributos libres para su deleite.
— Ah… — sollozó sorprendida.
— Hermosos. — susurró él sin poder apartar la vista de esos pechos.
No perdió ni un solo segundo más para probar con su boca los botones rosados.
— ¡Ah! — gimió apretando sus labios con los dientes, mientras el besaba, lamía y succionaba sus pechos.
¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo?, este hombre me está tocando como nunca nadie lo hizo, su palma no deja de frotar mi pecho, mientras juguetea con la lengua el otro botón. Sus manos son como fuego, siento que mi interior se derrite. Esto no es correcto, ni siquiera lo conozco, pero me gusta lo que siento. Soy una desvergonzada, pero no me atrevo a decirle que se detenga, por el contrario quiero más, deseo ser suya, que ame mi cuerpo y descubrir esto de lo que tanto me he privado.
— Sabes a uva.— murmuró él besando su cuerpo, bajando por su vientre hasta llegar a ese lugar que escondía el paraíso.
Continuó bajando, pasó la lengua por los blancos muslos de la mujer, sin dejar de acariciar el otro, y así llegar a sus pies, por donde tiro el vestido.
Él la miró con creciente lujuria, sus pensamientos eran un enigma para ella, puesto que no dijo una sola palabra.
Preciosa Stella, me estas volviendo loco, no pensaba volver a verte, mirarte a los ojos y recordar a la niña que lloraba en ese parque, que ahora es toda una mujer sensual, ahora mismo quiero hacerte mía, me estoy muriendo por no arrancarte la tela que cubre tu feminidad de mi y fundirme en tu interior. ¡OH STELLA, COMO TE DESEO! Anhelo todo de ti, tu mirada, tus labios , tu cuerpo, tus gemidos, que grites sin parar mi nombre, mientras me entierro en la suavidad que hay entre tus piernas, preciosa mía, nunca creí en el destino, pero estoy empezando a dudarlo, y definitivamente no quiero dejarte ir.
— Déjalo salir, quiero oírte. — levantó las delicadas piernas sobre sus hombros, pasando la lengua en sus pantorrillas.
— ¡Mmm!
— ¿Te gusta lo que te hago? — preguntó con la voz ronca. Stella asintió con rapidez.
— Me… gusta. — susurró avergonzada con las mejillas ruborizadas.
Que hermosa era, no necesitaba el cielo porque tenía a su ángel.
Llevó sus dedos a su camisa, desabotonandolo hasta tener el torso descubierto. Estiró sus brazos por detrás quedando completamente desnudo de la cintura para arriba.
¡Qué cuerpo tenía! Pectorales definidos, hombros anchos, un abdomen fuerte, y marcado por el que se podían pasar los dedos entre cada surco. Y esa mirada, ojos bellos, con un rostro endemoniadamente hermoso.
Mi corazón no deja de latir acelerado, casi no puedo respirar al verlo frente a mi, me preguntó ¿cómo puede tocarme con tanta suavidad? Con esas manos grandes y fuertes brazos, si él lo quisiera pudiera romperme, pero es tierno y cuidadoso, él me prueba como un dulce, saboreando cada centímetro de mi piel.
Rozó las piernas de ella con sus manos hasta alcanzar el borde de sus bragas.
— ¡Espera! – cerró su piernas nerviosa.
— Tranquila… — la tranquilizó usando su suave voz. — No haremos algo que no quieras.
Stella pasó saliva y lentamente fue dejando que él metiera su mano entre sus piernas.
Cerró los ojos sintiendo un escalofrío recorrerla.
— ¡Ah..! — gimió con fuerza cuando su intimidad era acariciada sobre la tela, haciendo lentos y suaves círculos. — E-espera… ¡Ah..! ¡Ah!
Volvió a subirse sobre ella para besarla con fuerza. Su boca era caliente, húmeda y excitante, no dejaba de frotarla con sus dedos, observando entre besos la reacción a su estímulo, hasta que apartó la delicada prenda a un lado e introdujo un dedo aprovechando la humedad que emanaba de su pliegues.
Estoy ardiendo, no puedo dejar de besarte, me encanta la sensación de tu cuerpo pegado al mío. Adoro tus expresiones, se que lo estas disfrutando.
En los juegos del placer, él era muy experimentado, sabía donde tocar, qué movimientos hacer, sus manos podían hacer maravillas con tan solo unos toques.
— ¡Ah! — gimió al sentir el segundo dedo en su interior.
No esperaba que fuera tan estrecha, a pesar de la humedad ella sentía dolor, podía notarlo al ver como apretaba los ojos y se mordía el labio.
No, por supuesto que no ¿sería posible? — se preguntó con sorpresa. ¿Acaso Stella era virgen?
Nunca, pero nunca en sus 26 años de vida, había conocido a una mujer virgen.
Retiró sus dedos con suavidad, y mirándola con atención preguntó:
— Preciosa ¿eres virgen?
Ella volteó el rostro evitando sus ojos cuestionandola.
— ¿Y eso importa? — Respondió sin darle la cara.
Esta mujer no dejaba de sorprenderlo, la tomó del mentón haciendo que lo vea.
— Por supuesto que sí, la primera experiencia s****l es la que quedará grabada en tu memoria , ¿Realmente estás segura que quieres perder tu virginidad conmigo, y aquí?
— Soy desagradable ¿verdad? — dijo con los ojos verdes al borde del llanto.
— ¡No!, Tú eres hermosa, toda tu me encantas, y no sabes el gran esfuerzo que estoy haciendo para no acabar con toda esa inocencia en ti, pero no quiero ser egoísta y te vuelvo a preguntar. — ¿Estás segura de esto?
Stella guardó silencio, sus mejillas se mojaron con lágrimas y ya no pudo contener los sollozos.
— Tranquila. — le susurró abrazándola a su pecho.
Ella enterró el rostro en sus pectorales dejando que sus lágrimas bañaran los músculos del hombre que la consolaba.
— Lo siento… no quise hacerte enojar.
— Shh— la silenció con uno de sus dedos. — No estoy enojado, descuida. — le dejó un beso en la frente. — Pero si estoy asombrado, debiste haberme dicho, ¿que hubiera pasado si no me detenía? Te habría dejado un mal recuerdo. Te mereces algo especial, no perder tu virginidad una noche en un hotel.
— ¿Y… qué haremos ahora?
— Solo dormir, no te tocaré, no soy un desalmado que busca saciar su lujuria con una pobre jovencita desdichada , así que por ahora duerme, que yo protegeré tu sueño. — colocó sus brazos bajo la cabeza de la joven ojiverde.
La estuvo observando durante varios minutos, hasta que ella cerró sus ojos. Se veía tan hermosa, su rostro de tensión había desaparecido, ahora en su pecho dormía la mujer más hermosa que hubiera conocido.
—¿Qué te sucedió? ¿Por qué tu alma sufre? Me gustaría saberlo y poder ayudarte. Tal vez mañana te sientas segura de decirmelo. —acercó sus labios dejándole un beso inocente, antes de acomodarse y dormir.
…
La luz del sol entraba por la ventana y mis ojos se abrían lentamente, el molesto reflejo me causaba un escozor en la vista, ¡Ahh! Como odiaba despertarme temprano. Estire mis brazos sentándome sobre la suave cama de ¿sábanas de seda?
— ¿Dónde estoy? — se levantó asustada, las sábanas se resbalaron dejando por completo al descubierto su desnudez. — ¡Dios que hice! — se llevó las manos a la cabeza.
Buscó su vestido con desesperación , y al encontrarlo doblado sobre la mesita de noche, se apresuró en colocarselo. — No recuerdo nada ¿cómo llegué aquí? ¿Por qué estaba solo en ropa interior? ¿Qué hice? Yo no pude… no… — se cubrió la boca evitando soltar un sollozó de arrepentimiento. — Tengo que salir de aquí. — buscó su cartera encontrandolo en el mismo lugar en que vio su vestido.
Solo iba a tomarlo e irse, aprovechando que no había nadie, pero sus ojos fueron atraídos por una nota junto a su cartera.
Solo por curiosidad la abrió y leyó su contenido.
"Preciosa, no te asustes, como te lo dije, no te toque en toda la noche, tuve que salir unos minutos por un asunto importante en mi departamento, volveré pronto, y espero que podamos platicar sobre eso que te lastima"
M. B.
Leer esas palabras fue como si le regresarán el alma, entonces no había hecho nada deshonroso, suspiró de alivio.
— ¿M. B.? No conocía a nadie con esas iniciales.
¡Por Dios! se estaba muriendo de vergüenza, no iba a esperarlo, para seguir platicando y menos con un hombre al que no recordaba su rostro.
— No puedo quedarme. — salió a prisa de la habitación, caminó por el pasillo hasta alcanzar el ascensor del lado derecho.Se metió, esperando que llegara abajo y escapar de ese lugar desconocido.
Paró al primer taxi que encontró, dio la dirección de donde vivía para despedirse del lugar que nunca debió entrar.
Estando en el auto, su celular vibró, sacó el móvil y se sorprendió de la cantidad de llamadas perdidas que tenía.
— ¡Oh mi Dios! — se dijo así misma. — apretó el botón de contestar y con timidez respondió. — ¿Antonella?
— ¡POR FIN ME CONTESTAS! ¡¿DÓNDE ESTABAS?! TE HE LLAMADO DESDE ANOCHE, FUI A BUSCARTE Y NO TE ENCONTRÉ. ¡¿DÓNDE DEMONIOS TE HAS METIDO STELLA?!
Tenía el teléfono alejado de su oído, pues sin necesidad del altavoz esté oía con fuerza.
— Estoy bien. —fue lo único que se le ocurrió sonriendo con nerviosismo.
— ¡SEGURO ESTÁS SONRIENDO COMO SIEMPRE, CADA VEZ QUE HACES ALGO MALO! AHORA MISMO VOY A BUSCARTE Y ME TENDRÁS QUE EXPLICAR TODO NIÑA, ¡TODO!
— Ehm… si. — Al instante se acabó la llamada. — ¡Ay que hice! — levantó las manos para golpearlas sobre sus rodillas. — ¿Qué se supone que le diré? Amiga, me metí a la cama de un hombre desconocido, pero no pasó nada. Nunca me lo creerá. — suspiró.
— Señorita llegamos.
— Ah sí, gracias. —pagó como rayo subió a su habitación. Sacó las llaves encontrándose con Bracco terminando de destruir lo que quedaba de sus zapatos.
Al verla, este corrió feliz abalanzándose sobre su ama que ya pensaba en que ya nada peor pudiera sucederle.
— ¡Ahhhh! ¡Bracco te hiciste sobre la alfombra!
Fenomenal, todo el mundo había conspirado sobre ella.
— Calma Stella, esto no es el fin del mundo, solo hay que limpiarlo y… ¡Ahhh! ¿Por qué a mi? Cayó rendida sobre el piso.
Su amigo de cuatro patas no prestó atención y lamió su cara.
— Ah… —exhaló. — Bien, tú no tienes la culpa. — le acarició la cabeza detrás de las orejas. — Nada que detergente y un poco de esfuerzo no quite.
— ¡Wof! ¡Wof!
— Bueno… manos a la obra. — se levantó caminando hasta su cama y sacar un cambio de ropa.
Una camiseta y unos pantalones cortos estarían bien.
Se colocó la camiseta ingresando por su cabeza, y cuando estaba por bajarla a su cintura se detuvo, ¿el espejo la estaba engañando?
Se quitó la camiseta con rapidez y retrocedió asustada. Sus pechos y cuello tenían marcas por todo el lado.
¿Podría ser que…? Miró sus piernas y notó que las marcas se extendían hasta el interior de sus muslos.
Mientras miraba aterrada sus marcas, un mareo junto a un pequeño destello llegó a su cabeza.
Solo fueron unos segundos, pero vio a un hombre succionando sus piernas. No logró distinguir quién era.
— ¿Eso es real? — se preguntó con el pecho agitado. Volvió a mirarse las marcas, extendió su cuello encontrando las marcas de succión y besos. — ¡Ay! — se sonrojó violentamente.
— No puedo usar esto, no hasta que al menos todas estas marcas se borren. — dijo pasando los dedos sobre las manchas.
— ¡Stella!
Con los ojos abiertos como plato, sintió el sudor bajando por su frente. — Es Antonella ¿que le diré? — No puede ver esto, ¿pero qué me pongo?
—¡Stella!
Tocaba la puerta con insistencia, ya estaba al borde de su paciencia, tendría que hablar muy seriamente con esa jovencita. No había podido dormir pensando lo peor.
— Stella, sí no abres la cuenta de tres, te juro que pateare la puerta y…
— Aquí estoy. — se presentó ante ella con la sonrisa típica de un niño después de haber hecho alguna travesura.
— Al fin… ¿Qué haces vestida así?
La recorrió con la mirada, estaba llevando dos bufandas, una casaca, y un pantalón que le cubría hasta los talones.
— Eh… tengo ¿frío?
— ¿Frío? Por el amor de Dios ¿me quieres ver la cara? Estamos en plena primavera.
— Creo que soy de esas personas que sienten frío cuando hace calor, y calor cuando hace frío.
— Calor cuando…¿Qué? Me estoy mareando con tu trabalenguas, así que déjate de tonterías y quítate esa ropa de invierno, ponte algo adecuado.
— Te juro que tengo frío. ¡Espera!
Antonella no esperó y se lanzó por las bufandas, dejando el cuello de la ojiverde expuesto.
— ¡AAA! ¿Q-qué te pasó? — preguntó, señalando con la mano temblorosa.
Stella se cubrió con las manos y el rostro totalmente rojo.
— Prométeme que no me juzgaras.
— Ya me estás asustando.
— Por favor.
— Bien, ahora si me explicaras.
….
Antonella traía las mejillas ruborizadas y la boca abierta, casi incapaz de creer lo que su amiga le estaba contando.
Al terminar su relato, Stella permaneció en silencio, esperando algún consejo de la ojiazul.
— ¿Y bien? — preguntó.
Abrió las manos, luego las cerró, parpadeó más de dos veces. — ¿Qué quieres que te diga? No me esperaba esto de ti.
— ¡Ah! No sé ¿por qué lo hice?
— Oye, no digo que sea algo malo, estás en todo tu derecho, pero ¿no recuerdas un poco de su rostro?
— No, ya me conoces, las pocas veces que he tomado terminó haciendo alguna ridiculez y al día siguiente se borra todo.
— Mmm, bueno… tómalo como una anécdota, ¿Qué probabilidad hay de que puedan volver a encontrarse?
— Supongo…
— Tranquila. — le dio la mano en señal de que podía confiar en ella.
— Tienes razón. — Soltó una sonrisa.
— Ahora lo importante es buscarte algo para cubrir esas marcas, no puedes ir por la calle luciendo así.
…
Las compras, eran un momento de diversión para ambas, buscaban la ropa adecuada, lo suficientemente alta como para ocultar su cuello momentáneamente de las miradas curiosas.
Llegada la noche, Stella dejaba lista su ropa para el día siguiente, si bien había pedido permiso por su matrimonio, ya no había caso para estar en casa, no se la iba a pasar encerrada llorando por el hombre que creyó amar.
Debía enfocarse solo en su trabajo, los hombres estaban descartados de su vida, al menos por ahora.
…
— Yo protegeré tu sueño…
— ¡Ham! Despertó como resorte. Esa voz… esa gruesa voz que resonaba en sus sueños. Estiró el brazo para ver la hora en su celular. — Me van a despedir. — tiró las sábanas al suelo, corriendo a meterse a la ducha. — ¡Ahora si mi jefe me va a despedir! ¡Tengo que hacer algo para despertarme temprano! — Decía bajo el agua mientras frotaba su cabello.
Salió disparada con la toalla puesta, se acercó donde había dejado la ropa la noche anterior, y casi se desmaya al ver la escena.
Bracco estaba mordisqueando la blusa que compró especialmente para ocultar sus marcas.
Se acercó al armario y lamentó no haberlo cerrado. Solo quedaban tiras de todo lo comprado.
Y una gran pregunta llegó a su mente —¿Qué voy hacer ahora?
…
Los empleados ingresaban para iniciar una semana de trabajo, "Costruzione Barone" tenía como regla principal no tolerar la tardanza.
Ya todos estaban listos y presentables esperando el gran anuncio de su jefe, las expectativas por el mensaje eran amplias, pero sus murmullos tuvieron que parar, cuando de pronto ingresó el dueño de la construcción más grande del país.
Geronimo Barone, un hombre mayor de cabello n***o con algunas canas que solo lo hacían parecer más sabio, su altura mostraba imponencia, pero con ese rostro amable era muy querido por sus empleados.
— Señores. — pronunció tras aclararse la garganta.— Debo dirigirme a ustedes y anunciar oficialmente mi retiro como gerente de la empresa.
Los rostros de asombro no se hicieron esperar.
— Y es así que pensé en la única persona digna y que estoy seguro que se encargará de llevar el nombre "Barone" muy en alto, más de lo que ya está. —Hijo. — estiró su mano delante de los empleados.
Todos giraron sus rostros, observando a un hombre joven elegante, alto, cada cabello color azabache estaba en su lugar, tenía un cuerpo que solo podía portarlo un guerrero, y el rostro tallado a mano por los mismos Ángeles.
Caminó con paso firme, llevándose las miradas de cada empleado, hasta llegar al lado de su padre, y quitarse los lentes oscuros para dejar al descubierto sus ojos azules color cielo.
— Saluden con un aplauso a su nuevo jefe, Massimo Barone.
Él permaneció en silencio mientras los aplausos levantaban su ego, miraba con mucho cuidado a cada empleado, hasta que una mujer con lentes y cubierta como si a una fiesta de disfraces fuera, llamó su atención.
¿Qué clase de broma era esa? ¿Cómo se atrevía a venir vestida así a trabajar? No tenía ni idea de quién se trataba debido a que todo su rostro estaba oculto, pero no lo iba a permitir, definitivamente ella sería el primer cambio que haría en la empresa.