Destino
" ¿Has sentido algo único y especial al conocer a una persona? Es extraño, pero posible. La leyenda del hilo rojo, es una historia que nos cuenta sobre un amor predestinado, no importa cuan lejos estén o que tanto este se enrede, jamás se romperá, y aunque pase mucho tiempo estas personas se encontrarán. "
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La tarde era un lindo momento para pasear, las parejas se reunían en citas, los niños corrían en el parque. Era un tiempo para divertirse, salvó para una.
A veces la vida se ensaña con el que menos tiene, bien dicen que Dios da las más duras batallas a sus mejores guerreros, pero para ella esto era su fin, no había vida después de sufrir aquel duro momento.
Su nube gris ensombrecía cualquier rayo de sol.
Acababa de quedar huérfana, tan solo con 8 años, sufrió la peor desgracia para un hijo, su bracito derecho enyesado era prueba del terrible evento.
— Mamá… Papá… — sollozó con un nudo en la garganta, sus ojos verdes dejaron que se consolara en las lágrimas que dejaba caer sobre el único recuerdo que tenía de sus progenitores. La medallita con la foto de ellos se columpiaba en su mano izquierda.
— ¿Qué es esto?
Para su sorpresa la medallita fue arrancada de su mano con tal violencia que apenas logró reaccionar.
— Uhm, valdrá muy bien. — dijo un jovencito de aproximadamente 13 años, él analizaba el objeto con interés, tal vez obtendría unas cuantas monedas. — ¿Qué opinas?. — le mostró el brillante objeto a su compañero.
— No creo que nos den mucho por el, tiene esa foto, eso le quitará valor, podríamos intentar romperlo y quitarle la imagen.
Ella estaba aterrada, usando su brazo sano se levantó del asiento del parque con la firme intención de recuperar su medallita.
— No es un simple objeto, es un regalo de mis padres. — tomando valor suficientemente expresó su opinión, estos al verla estallaron en risa.
— Ja-ja-ja, mirala quiere intimidarnos una niña. Haber pequeña, mejor vete mientras estoy de buen humor.
— No me iré sin mi medalla ¡Así que regresamelo!
— ¿Sabes una cosa niña?. — acercó su rostro causando temor en ella. — Odio cuando me gritan. — le mostró la medalla y con una sonrisa burlona dijo. — ¿Quieres esto? Pues ve por él. — lo lanzó a su amigo y este lo lanzó al otro, formando un grupo de tres jovencitos que molestaban a la pequeña.
— ¡Ya déjenlo! ¡Es mio! Por favor. —suplicaba haciendo un esfuerzo por correr uno tras otro. — ¡Por favor! — ¡Pumb! Terminó tropezando con una piedra que la hizo caer de rodillas al suelo. Levantó el rostro con los ojos llenos de lágrimas, pero era más el dolor por no poder recuperar el recuerdo de sus padres que la misma caída. Ella se mordió los labios intentando contenerse.
— Ja-ja-ja, miren quiere llorar. — se burlaron rodeándola.
— Mamá, papá… no soy tan fuerte como las princesas de los cuentos. — se dijo en la mente, apretando los ojos de frustración.
— ¡Llorona! ¡Llorona!
Ya sin fuerzas, dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas.
— Eso te pasa por… — ¡Uhg! El líder de ellos cayó sobre el pavimento de un fuerte golpe que recibió en la cabeza por una pelota de béisbol.
— ¡Oye!— se levantó frotándose el golpe contra su mano. — ¿Quién te…?— su voz se vio interrumpida al notar a su atacante con un bate de béisbol.
— ¿Qué interesante? No creí que las ratas hablaran. Caminó hasta posarse delante de la niña. — ¿Estás bien? —preguntó sin perder de vista a los tres chicos. Ella solo asintió.
— Estuve practicando con mi pelota por estos lugares, espero no haberlos molestado.
Los otros se quedaron de pie apretando sus mandíbulas y mirando el bate.
— Vámonos, no tiene caso. — dio la orden el mayor de los jovencitos.
Su salvador caminó sobre el pavimento y recogió algo brillante en sus manos.
— Creo que es tuyo, tómalo. — se acercó entregándole la medallita.
El viento sopló con suavidad, su cabello castaño amarrado en una coleta dejaba volar algunos mechones sueltos ante la mirada de compasión del jovencito frente suyo.
Aquel recuerdo de ese día jamás se olvidaría, su corazón golpeaba tan fuerte, la voz se había atascado en su garganta, y un solo pensamiento le rodeó la mente "Que bonitos ojos" — pensó.
— Gra-gracias. — finalmente logró decir y recibió el objeto brillante aún con los ojitos mojados.
— Ya no llores, debes tener cuidado, esos tipos son unos abusivos, siempre andan entre tres, quitándoles sus cosas a los más pequeños. — al ver que no dejaba de llorar, sacó el pañuelo que llevaba en su bolsillo. — se inclinó extendiéndolo sobre la mejilla de la ojiverde — Todo estará bien, descuida. — le sonrió.
— ¡Stella! ¿Dónde estás?
Inmediatamente ella volteo, se trataba de una niña de la misma edad que ella con el cabello n***o y ojos azules.
— Antonella… —Susurró el nombre de su amiga.
— Creo que te buscan. — se enderezó. — Nos vemos niña. — dio media vuelta se inclinó para recoger su pelota y se marchó.
No podía dejar de pensar en esos ojos color cielo, la calidez de esa sonrisa.
— Stella, al fin te encuentro, tu tía Margot está preocupada, ven vámonos. — la sujetó de la mano izquierda llevándola consigo.
…
Luego de unos meses de llevar el brazo enyesado, por fin se lo quitaron.
— Muy bien, todo se ve bastante bien. — Decía el médico observando el brazo de Stella. — solo deberás… ¿Te sucede algo Stella? Ella negó con la cabeza.
Él lo entendía y comprendía la situación de la niña.— Me imagino lo mucho que los extrañas, Dante no solo era mi colega, era mi amigo, tu eras su princesa, él me lo decía.— levantó la mirada recordando a su amigo fallecido. — Y estoy seguro que no le gustaría verte así, vamos, sonríe. — le acarició el cabello con un noble gesto.
…
Pasarían unos cuantos años antes de que Stella pudiera asumir esa terrible pérdida, no tenía a nadie más que su tía Margot de 22 años, de ojos color miel, cabello castaño, una verdadera belleza, la mujer la recibió en su casa luego de quedar desamparada, era la hermana menor de su padre por lo que la quería mucho.
Margot era más como una hermana mayor, siempre tan jovial, divertida, tratando de sacarle una sonrisa, mientras escondía su propia tristeza.
Vivían en un apartamento pequeño para dos personas, pues no podían mantener una casa tan grande como la de sus padres, solo se tenían una a la otra.
…
Ya con 12 años, Stella corría por llegar a la escuela, seguramente su amiga Antonella le daría un buen regaño por llegar tarde.
Ya se hacía la idea en su mente "¡Eres muy descuidada!" — pensó en la imagen de su amiga sermoneandola.
Antonella era su mejor amiga, de la misma edad y con gustos similares, se conocían prácticamente desde bebés, las madres de ambas eran muy buenas amigas desde la universidad.
Ya estaba cerca, entonces volvió a pasar por el mismo parque, desde aquel día ella pasaba el mismo lugar esperando volver a ver al muchacho de ojos color del cielo, pero nunca tuvo suerte. ¿Acaso todo había sido solo una alucinación de una niña pequeña? Su salvador de ojos lindos ¿nunca existió? Con la mirada triste, siguió su camino de largo.
…
Por muy poco logró entrar a la escuela, por fortuna su maestra aún no llegaba.
Estando sobre su silla dejó escapar un largo suspiro, era extraño, Antonella ni Lucia habían llegado a clase, de la segunda se lo esperaba, no era sorpresa que incluso faltara a clases, pero de Antonella, era muy extraño. — ¿Acaso mi reloj estaba adelantado? — se preguntó haciendo memoria. — No, la tia Margot tenía la misma hora.
Y como por arte de magia, su querida amiga llegó.
— Antonella ¿qué pasó? Es raro que llegues tarde.
— Lo sé. — se acercó tomando su asiento. — Pero, un tumulto de personas en la entrada no me dejaron pasar, parecían dementes por el nuevo estudiante.
— ¿Nuevo estudiante? —preguntó la ojiverde. — Yo no vi a nadie.
— Acaba de llegar, y todas las niñas lo miran como si fuera una super estrella. — Respondió Antonella.
— Creo que eso explica también que Lucia aún no esté aquí.
— Por supuesto, es la primera en la fila de ese joven, no entiendo. ¿Por qué les llama tanto la atención un chico mayor que ellas?
— Ja-ja-ja porque es increíblemente guapo. — la voz chillona de su otra amiga resonó en la puerta del aula.
Antonella al verla rodó los ojos a la joven de cabello largo en rizado y rojizo y ojos cafés . se preguntaba ¿por qué Stella la aceptaba como amiga? Lucía siempre era egoísta, irresponsable, no era el tipo de amiga que se pudiera considerar.
— ¿Parece que te entretuviste mucho tiempo? —preguntó Stella.
— No te lo negaré, realmente los minutos se me fueron viendo a ese bombón. ¿Y saben algo? Le dejaré una nota en su aula.
— ¿Cómo podrías hacerlo? Es nuevo, ni siquiera sabes cuántos años tiene.
— Ja-ja-ja que poco me conoces Antonella.
— Ah sí, lo olvidaba, eres la número uno averiguando las cosas de las demás.
— ¿Insinuas que soy una entrometida? — se acercó furiosa golpeando el pupitre de su compañera.
— ¡Insinuó lo que se me dé la gana!
Ambas compartieron una mirada llena de desprecio por la otra.
— Vamos chicas, por favor no es el momento ni el lugar para otro de sus pleitos. — Stella se interpuso evitando un probable desastre. — ¿Por qué nunca se llevan bien? Las quiero a ambas, no me gusta verlas tratarse así.
— Ah, como sea. — se alejó Lucía a su asiento.
— Lo mismo digo. — respondió Antonella.
…
Ya siendo hora del refrigerio, Stella esperó como de costumbre a sus dos amigas para comer juntas, pero la única que al final la acompañó fue Antonella, Lucia tenía otros asuntos más importantes de acuerdo a sus propias palabras.
Al estar en la cafetería las dos sacaron su pequeños refrigerios para mantenerse activas durante el tiempo que restara de clases.
— Traje un poco de pecanas, tus favoritas. — le entregó Antonella a Stella, quien agradecida aceptó los frutos secos.
— Sabía que te gustaría, son uno de los nuevos productos que está produciendo la fábrica de mi papá.
— Son exquisitas, el Señor Russo es famoso por la calidad de lo que produce.
— Realmente me pregunto si podré manejar todo eso, papá siempre me lo ha repetido, pero no creo ser suficiente para manejar todo sola.
Al ver la preocupación de su amiga, Stella se acercó apoyando su cabeza en el hombro de la ojiazul.
— Yo creo que eres increíble, todo lo que te propones lo logras.— trató de animarla así como ella lo hacía cuando perdió a sus padres.
— Gracias, qué haría sin ti…
Sus palabras quedaron inconclusas cuando el bullicio de varias chicas llegó a la cafetería.
— Ay, por favor que no sea verdad.
— ¿Qué? ¿Qué sucede?
— Son las mismas chicas de la mañana, y ahí está Lucia. — señaló la joven de cabellos azabache. — Ah, y ahí está el problema.
Stella siguió el dedo de Antonella, observando a un joven alto con el uniforme de la escuela, de cabello n***o profundo como la noche, labios masculinos, alto y esos ojos color cielo que parecían haberla trasladado a 4 años atras.
Él al notarla le guiño un ojo siguiendo su camino.
Y como si se tratará de un tomate, sus mejillas tomaron ese color.
— Stella ¿te sientes bien?
— Si, solo… debo ir al baño.— se levantó corriendo al baño de niñas.
Abrió el grifo para refrescarse con el agua, pero por más que tocará sus mejillas, estas seguían caliente . —Tal vez tenga fiebre, mejor volveré al aula. — se dijo así misma observando su apariencia en el espejo.
Finalizada las clases, se despidió de su querida amiga, ella era recogida por el auto de la familia Russo, de hecho todos los estudiantes eran recogidos en autos. Stella era la única que se iba caminando hasta el paradero de taxi.
Al llegar a casa encontró la comida fría, su tía Margot llevaba un semblante sombrío, tenía esa expresión hace más de una semana, y se preguntaba ¿cuál sería el motivo?
Intentó preguntarle, pero se mostraba evasiva, en algunos casos era mejor darle el espacio hasta que recuperara su actitud habitual.
Al día siguiente mientras se preparaba para salir a la escuela, escuchó a su tía muy preocupada hablando por teléfono, así que ahí tenía las respuestas.
Las deudas se habían acumulado y tía Margot ya no podía pagarlo con su sueldo, y la herencia que le dejaron sus padres no podía ser recibida hasta cumplir la mayoría de edad.
Escuchó el portazo que su joven tía dio a la puerta antes de salir y llevada por la curiosidad entró a la habitación del lado, buscó en los cajones y encontró todas los recibos vencidos, incluido los de su escuela, incluso había un mensaje que si no pagaba hasta el día de hoy, sería retirada.
— Mi Dios.— Dejó escapar un susurró al ver la cantidad que se debía. Ella sabía lo que ocurriría si no se pagaba. — Mamá, papá. — sujetó su medallita en el pecho.
Salió con la preocupación en su mente, todo ese día tuvo las ideas fuera de la clase y ya en la hora de salida, Antonella la detuvo.
— Stella, esperame un segundo. — la alcanzó de brazo.
Parpadeó más de una vez intentando concentrarse en su amiga. — Dime.
— Te noto extraña ¿estás bien?
— Lo siento, no quise preocuparte, no es nada. — fingió sonreír.
— Dime la verdad, somos amigas desde bebés, ¿Acaso no confías en mí? No soy como Lucia que andará por todo la escuela soltando la noticia, dímelo ¿estás preocupada por algo?
— No nada grave, te lo aseguro.
— Has estado literalmente fuera de la clase en todo el día, es evidente que algo te aqueja.
Stella no podía engañarla, era como un libro abierto, no necesitaba hablar para saber que algo le preocupaba. Su sola expresión era suficiente para entenderla.
— De acuerdo, te lo diré.
Mientras iba revelando lo que ella había encontrado en los cajones de su tía, la jovencita de cabellos color azabache escuchaba todo atentamente.
— Y es muy probable que ni siquiera mañana pueda venir a clases.
— Eso no puede ser, tenemos que hacer algo, ya se nos ocurrirá una cosa, no puedes irte… ¡Ya sé! Iremos a mi casa, le diremos a mamá y papá ellos te apoyarán con mucho gusto.
— Antonella, te lo agradezco, pero son varios meses de cuentas atrasadas, no creo que mi tía Margot pueda seguir costeandolo.
— Entonces¿ qué harás?
— Tal vez tenga que mudarme, ni siquiera el apartamento podemos pagarlo.
— Ay amiga. — su voz se quebró. — No quiero que te vayas. — la abrazó.
— Yo tampoco. — correspondió al abrazo con los ojos aguados. —. Eres como mi hermana, estuviste en los momentos más duros para mi, no quiero irme, pero debo hacerlo. Despideme de Lucia, traten de llevarse bien.
— Lo intentaré.
Se separaron cuando el auto de la familia de su amiga llegó.
— Por favor no me olvides. — dijo Antonella.
— No lo haré, espera. — se llevó las manos a su cabello castaño, quitándose el lazo para entregárselo a ella.
— Pero es tu favorito.
— Así estaré contigo.
— Señorita Russo, es hora de irnos. — habló el chófer.
Soltando en llanto las dos jovencitas se abrazaron por última vez antes de decir Adiós.
…
Llevaba poco dinero consigo, así que prefirió caminar a casa, sus pies le dolían, pero tenía que seguir, no quería causarle mayor molestia a su tía.
Hasta que ya no aguantó y decidió apoyarse en un muro cerca a un callejón.
— Oh mis pies. — se quejó frotándose los tobillos, hasta que un ruido la hizo enderezarse.
A lo lejos venían tres chicos persiguiendo a uno que ocultaba su rostro con una capucha. Se le veían molestos, quizá sea un ladrón. —pensó.
No supo porqué lo hizo, pero para cuando se dio cuenta estiró su brazo logrando llamar la atención del muchacho misterioso.
— Por aquí.
Al no tener mayor salida, él siguió a la jovencita más pequeña que él.
Ambos doblaron la esquina y se ocultaron en el callejón.
Guardaron silencio esperando que sus perseguidores se marcharán, luego de que ellos se fueran, ambos suspiraron aliviados.
— Creo que se han ido. — Dijo Stella asomándose para ver si había alguna de esas personas molestas. — Si, se fueron. Dime ¿que hiciste para que te persiguieran así? ¿Acaso les robaste?
— Mm Ja-ja-ja ¿tengo apariencia de ladrón? — murmuró.
— Bueno, no lo sé, estás con esa capucha y no veo tu rostro.
Entonces él le dio una mirada, reconociendo la medallita en su cuello, su sorpresa era enorme, era ella. — Será mejor mantenerlo en secreto, podrían lastimarte si se enteran que me ayudaste.
— ¿Tan grave fue lo que hiciste?
Un movimiento de la tela que llevaba el muchacho llamó su atencion.
— ¿Q-qué llevas ahí?
— Ah esto, tal vez te espante, pero lo robe.
— ¡¿Qué?! Entonces hice mal en ayudarte, llamaré a la policía.
— Oye guarda silencio, esos podrían estar cerca.
— Mejor, les diré que estás aquí.
— No, no sabes en el problema que me meteré.
— Eres un ladrón, eso es peor, no quiero ser tu cómplice.
— Escucha niña, si esos tipos me descubren, no solo me golpearan, también maltrataran a este animal. — descubrió lo que guardaba entre las telas.
Un cachorro de perro se movía con la poca fuerza que tenía, era evidente que acababa de nacer.
— ¡Oh! Les robaste su perro.
Los hombres que buscaban al muchacho habían regresado y sus voces se oían cercanas.
— Maldición. — murmuró él jovencito encapuchado.
— Los llamaré. — se dio la vuelta dispuesta a entregar al misterioso joven.
Sin embargo cuando estaba por gritar por ayuda, su brazo fue detenido obligándola a retroceder.
— ¿Qué…? ¡MM!
Su boca fue silenciada en un beso inesperado.
— ¡Maldito muchacho, seguro se escapó! Él jefe nos golpeará si no conseguimos ese cachorro para la venta de hoy. — Vamos por el parque quizá esté escondido ahí. — se volvieron a ir.
Soltando su mejilla liberó los labios de la jovencita, quien sorprendida quedó sin habla ni reacción.
— Lo siento, mejor cuidalo tú. — le entregó el cachorro, desapareciendo de su vista.
Confundida por la situación, su mano derecha subió hasta tocar con los dedos sus labios aún tibios por el contacto.
— Mi...primer beso. — susurró sintiendo el calor apoderarse de sus mejillas. — ¡Ahh! ¡Muchacho endemoniado! ¡Yo quería que fuera un momento único! — se quejó levantando su brazo con molestia. — Tonto, es un tonto. — dijo frotándose los labios queriendo borrar el beso. — Eso me pasa por querer ayudar a un desconocido. Ese jovencito… — ni siquiera le había visto la cara, pero esos ojos, aún con la capucha puesta, logró ver esa mirada color del cielo. — No, eso era poco probable. — se dijo así misma.
— Mm mm— el pequeño cachorro se movió bajo la tela. — Pobre pequeñín. — acarició con sus dedos a la cría de perro. — No tengo mucho, pero te cuidaré, lo prometo.— pensó durante unos segundos y le dio un nombre. — Bracco, se lo que es extrañar a tu mamá, pero me aseguraré de darte todo lo necesario mi pequeño amiguito.
…
Luego de lograr escapar de esos traficantes de animales, entró a su casa con la voz agitada.
— Señorito… su padre lo estaba buscando. — se acercó la voz de la mucama.
— Lo siento, ahora no puedo.
— Pero Señorito.
Era tarde, el jovencito ya se había escapado a su habitación.
Estando frente al espejo se quitó la capucha revelando su cabello n***o y esos ojos únicos color del cielo.
— Por poco me alcanzan…— se lanzó sobre su cama estando de espaldas. — ¡Malditos traficantes! No soporto a la gente que se aprovecha del débil, por lo menos logre quitarles al cachorro, aunque… — Se frotó el pómulo izquierdo con un leve moretón, producto de un golpe de uno de esos criminales. — Si no hubiera sido por ella… ¡Ja! —se cubrió los ojos con una sonrisa en los labios. — Nunca creí que la volvería a ver, ¿Con razón me parecía conocida en la escuela?
Mirando el techo recordó el instante en que la conoció, tan solo era una niña que lloraba por su collar. ¿Quién diría que la niña que una vez ayudó, sería su salvadora?
— Tal vez el destino nos ha juntado Stella, y solo de él dependerá que nos volvamos a ver.
…
Ese día Stella regresó a casa, donde exactamente lo que pensaba, sucedió.
La orden de desalojo estaba dada, la tia Margot tenía aún un poco de sus ahorros, el lugar donde vivían, todo era muy costoso para su estilo de vida.
Así que sin más remedio se marcharon del lugar donde tantas cosas habían pasado, los recuerdos la causaban melancolía, toda una vida… se iba en un solo instante.
Las historias siguirian escribiéndose, pues conforme el tiempo pasaba nuevos episodios se vivían en cada uno de ellos. Entre aventuras y tristezas el destino los llevaría a atravesar situaciones comunes, casi tan cerca del otro, pero los tiempos son perfectos y solo él diría si los volvería a juntar.
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