El agua caliente fue como un brebaje para hacer que su mente volara al pasado y recordara los momentos más tristes que marcaron su infancia con miedo y el rencor hacía todas las madres que le daban un mal trato a sus hijos. Desde ese momento y la última vez que vio a su madre, Mariela no pensó en tener al lado a un hombre que la cuidara, de allí su plan de solo buscar a alguien que le diera una noche de placer, para hacer la diferencia que por generaciones no hubo en su familia, pues su abuela, la madre de su madre y la madre de la madre de su madre, siempre trató mal a su hija. Tan solo esperó cumplir dieciocho años para para llevar acabo su objetivo, tener una hija era todo para ella. Pero lo que nunca pensó en hacer realmente la diferencia, fue en no seguir por generaciones el oficio de la brujería, ya que esto es ahora el motivo del por qué ningún hombre la acaricia, Mariela no envejecería sin ser madre, estaba dispuesta a hacer lo que sea, lo que la llevó a tener contacto con el diablo y cumplir el sueño más anhelado.
Era mil novecientos setenta y dos, cuando Tepito, un barrio perteneciente a la colonia Morelos, ubicado en la ciudad de México al norte del centro histórico de la alcaldía de Cuauhtémoc, surgiera el rumor por todas las calles peligrosas, que una mujer solitaria madre de una niña de diez años, podía leerte las cartas y hacerte el favor de hacerle brujería a aquél ser con tan solo darle el nombre. No era fama andar en boca de todos, sino promoción, lo que generó clientes a Amalia, una mujer estricta, ambiciosa y malvada, un carácter que solo una mujer con siete años de soledad podía tener.
Una noche de diciembre veinticuatro, fue la fecha en la que Mariela creció en soledad, tan solo un golpe en contra de su madre la llevó a quitarle la vida, porque sus tratos de dolor que marcaban su cuerpo con cicatrices, no eran más que recuerdos pegados a su dura infancia.
—¡Mariela! Ven aquí ahora mismo
—Ya voy madre, estoy guardando mis juguetes
—Ningún ahora, ven rápido o iré por ti. ¿Qué voy a hacer con esa chamaca?, Por amor al diablo, ¡Mariela!
La niña bajó las escaleras un poco asustada, caminó hasta la sala y le dijo a su madre qué quería, Amalia la miró y la tomó por una oreja, le dio veinte pesos, le pidió ir a la tienda por tabacos, y de un empujón, la sacó de la casa. El frío de la negra noche parecía algo especial, la inocente se levantó, limpió su vestido que parecía de muñecas de trapo, miró a la luna llena y caminó hasta la tienda para comprar lo que le había encargado su madre. Al llegar, se topó con Luisa, quien había perdido a sus padres en un accidente aéreo y vivía con su madrina, la niña al verla la abrazó, pero no pasó ni dos segundos para alguien las separara, pues la madrina de Luisa era enemiga de Amalia y siempre decía que su hija sería idéntica a ella, por lo que nunca aceptó esa amistad que perduró por años.
—No te le acerques a mi ahijada, niña —le dijo la mujer con tono grosero
—¿Por qué no le caigo bien señora? —le preguntó Mariela triste
—Madrina, es mi amiga
—¡Nada, Luisa! Vámonos a la casa, no te quiero ver cerca de esta niña, ¿!e escuchaste?
—Pero madrina…
—Luisa
—Está bien
Tomó la mujer a Luisa por el brazo y la jaló como si fuese un perro sin ánimos de ir al parque, la pequeña Mariela quedó mirando con odio a la madrina de su mejor amiga, pero no fue la reacción de la mujer hacia ella que la llenó de odio, sino de Luisa, quien no hizo nada por enfrentarla y demostrar que en realidad la quería como amiga.
—Niña, ¿Se te ofrece algo? —dijo el tendero
Mariela parpadeó y miró al hombre de bigote marrón, quien conocía a su madre mucho antes de nacer
—Eh, sí, lo siento, deme esto en puro tabaco
—Está bien, escuché como te trató la señora Carla
—¿Carla?
—Sí así se llama, es una mujer bastante grosera
—No quiere que Luisa sea mi amiga
—Escucha, si tú amistad con esa niña es verdadero, siempre estará vivo sin importar lo que siga la señora Carla, además Dios siempre hace justicia
—¿Qué quiere decir?
—Que algunas personas simplemente merecen morir. Bueno, toma, aquí están tus tabacos
—Muchas gracias señor
—Ve con cuidado, a estas horas de la noche las calles están muy peligrosas
Se despidió Mariela del tendero con un apretón de manos, salió de la tienda caminando lentamente, pero al poner los dos pies en la calle, sintió un llamado en su cuerpo, pegó entonces un brinco como renacuajo bajo la lluvia y corrió rápidamente hasta su casa, porque supo que su madre la esperaba enfadado, ya que la demora provocaba en ella el tormento de Mariela.
—¿Por qué tardaste? —le preguntó ella mirándola fijamente
—Eh, mamá, se me había caído el dinero y me tocó…
—¡Cállate! ¿Por qué mientes, eh Mariela? ¡¿Por qué?! Maldita escuincla, ve a tu cuarto ahora mismo
—Sí mamá
Subió Mariela atemorizada de su presencia, mientras que Amalia se tiró sobre un mueble que ya perdía el color, al sacar de la bolsa los tabacos, se percató que uno de ellos estaba partido por la mitad. Exagerando de su enojo, se levantó del mueble, empezó a llamar a su hija y caminó hasta la cocina donde tomó un cable y lo escondió detrás de su espalda.
—¿Qué sucede mamá? —le preguntó Mariela con miedo
—¿Por qué demonios me has traído un tabaco partido a la mitad?
—¿Qué?
—¡Estúpida! ¡No sirves para nada! Eres igual a tu padre, eres igual que ese maldito bastardo bueno para nada. No sé porque se me dio en quedar embarazada
—Mamá no me digas eso —le dijo Mariela y empezó a llorar
—¡No llores! ¿Por qué lloras tanto eh? ¿Qué acaso hay un problema contigo? Vas a llorar con gusto
—Mamá, ¿Qué tienes en la espalda, mamá? Mamá no me pegues, mamá no, ¡Mamá! ¡No me pegues! —empezó a gritar
Amalia le enseñó el cable y le dio con él una y otra vez hasta que las lágrimas de su hija mancharan el piso. Sus llantos llegaban hasta los oídos de todos en el barrio, incluyendo los perros y gatos callejeros, que buscaban hambrientos entre las canastas de basura, alimento para calmar el dolor en sus estómagos.
—Vete a tu cuarto
Mariela subió sin fuerzas las escaleras, en su cuarto derramó cuántas lágrimas hasta que su rostro se hinchó, Amalia guardó el cable y los tabacos en la cocina y empezó a beber alcohol como loca hasta la madrugada. Hacía silencio y solo palabras sin sentido fue lo que despertó a Mariela, que echada en el suelo se levantó y bajó para ver quien estaba en la casa, cuando vio que era su madre se asustó, al intentar retroceder para volver a su cuarto, se tropezó con una botella de tequila y cayó al suelo, su madre volteó y la vio, se levantó mareada y con la botella que tenía en sus manos, quería golpear a su hija.
—¿Mami que haces?
—Te voy a, te voy… te voy a matar, te voy a matar maldita
Subió rápidamente Mariela las escaleras, pero no fue suficiente, ya que Amalia la tomó por el pie derecho y empezó a jalarla con fuerzas, Mariela con su otro pie golpeó su rostro liberándose y haciéndola caer por las escaleras hasta doblarse el cuello, y así fue como creció siguiendo los pasos por generaciones en su familia.
—¿Mamá? ¿Mamá?
Al ver que su madre no respondía, decidió bajar las escaleras, cuando se le acercó y vio que estaba muerto se asustó, pues había asesinado a su propia madre. Al día siguiente, sola y sin compañía, Mariela vestida de n***o se encontraba en su cuarto, habían enterrado a su madre y durante siete horas no había dicho una sola palabra. Sentía libertad por la ausencia de su madre, pero a pesar de todo la quería, sentía que la extrañaba; sentía que escalofríos; sentía como su corazón palpitaba lentamente; sentía como su cuerpo temblaba habiendo calor y sobre todo, sentía que unas pisadas rondaban dentro de la casa.
—¿Mamá? —dijo tartamudeando
Al bajarse de su cama, miró la puerta de su cuarto y se sorprendió de ver una sombra del otro lado de la puerta, respiró entonces y caminó lentamente, al abrirla bajó las escaleras, caminó a la sala y a la cocina y no había nadie, pensó que había sido solo imaginación suya aquella sombra.
—toc-toc —tocaron a la puerta
—¡Aaaaah! —gritó ella—, ¿Quién es?
—Soy yo, Luisa, ábreme por favor
Sintió alivio y fue hasta la puerta, al abrirla vio que sí era Luisa y que además traía un gatito n***o consigo
—Luisa, ¿Qué haces aquí?
—Me escapé de mi madrina
—Chale, si que eres mala
—Ja, ja, ja, ja, no soy mala, solo que a veces se pasa
—Tienes razón
—Oye, siento mucho lo que le sucedió a tu mamá, sé lo feo que se siente. Cuando perdí a mis padres siempre estuviste conmigo, quiero estar contigo
—Me siento sola, Luisa
—No puedo venir y estar contigo porque mi madrina me puede…
—Lo sé, no te preocupes, pensé que ya no seríamos amigas
—Siempre lo seremos, mira, te he traído este gato, para que nunca te sientas sola
—¿Es para mí? ¿Enserio?
—Sí, lo encontré en la calle
—Gracias Luisa
—De nada, bueno, debo irme
—Adiós Luisa
—Cuídate Mariela, te quiero mucho
—Adiós
Salió Luisa de la casa pero no antes de asomarse y percatarse de que su madrina no anduviera por la calle, Mariela borró su falsa sonrisa alegre que todo el tiempo mantuvo estando con Luisa, la miró con odio mientras se iba y después lanzó al felino contra la pared, demostrando su nuevo carácter y su nueva persona ahora que su madre ya no estaba; sin embargo, aquellos tabacos que compró y que permanecían en la cocina, fueron los que la impulsaron a seguir lo que llama su madre una tradición, y es que tener contacto con los muertos y en especial el día de muertos, era llamado por Amalia como un don, el medio para generar ingresos más fácil que existe sobre la faz de la tierra. Al día siguiente, Mariela se encontraba nuevamente en la tienda comprando quesadillas para desayunar, el dinero había sido sacado de los ahorros de su madre, aunque sabía que muy pronto no quería ni cinco centavos para comer, por lo que decidió seguir la tradición. Mientras comía felizmente, vio entrar a la señora Carla, madrina de Luisa, traía una bufanda roja, vestido de color n***o que tapaba hasta sus pies, su cabello recogido con un gran moño y con su cara amargada dijo buenos días pidiendo le trajeran pan con café.
—¿Qué hace esta mocosa aquí? —dijo furiosa al ver a Mariela
—Mi señora, la niña solo está desayunando
—¿Qué acaso usted se hará cargo ahora que es una huérfana?
—¡Mi señora! Respete, por favor —le dijo el tendero amablemente
—¿Respetar yo? Ordeno que saque a esta niña ahora mismo —le dijo ella con tono grosero y mirando a Mariela con profundo odio
—Usted no es nadie para darme ordenes
—¿Qué? Conste que por su culpa ha perdido a su mejor clienta
Salió enfurecida la mujer sin quitarle el ojo a la pequeña Mariela, gritó no pisar más esa mugrosa tienda y se fue caminando como si tuviese dos piernas de madera. El tendero sobó la espalda de la niña, le dijo olvidara todo y entró al cuarto para traerle más quesadillas, cuando volvió, Mariela ya no estaba allí.
—¿Niña? Niña, niña —comenzó a llamarla el tendero preguntándose a dónde había ido
Ya a dos cuadras de la tienda, por una calle donde solo habían bolsas y canastas repletas de basura; y decenas de gatos hambrientos, se encontraba la madrina de Luisa, que caminaba lentamente, mirando con desprecio a los inofensivos felinos que le maullaban. Oculta detrás de una de las tantas canastas de basura, observaba Mariela a la señora que caminaba como tortuga, pensando en aquél día cuando su madre la envió a la tienda y el tendero le habló acerca de las personas que debían morir: “Que algunas personas simplemente merecen morir”. Aquellas palabras quedaron vagando en su mente vacía, y a la vez recordó las palabras de la señora Carla, hace un momento en la tienda: “¿Qué hace esta mocosa aquí?”, “¿Qué acaso usted se hará cargo ahora que es una huérfana?”. Cerraba y abría sus ojos una y otra vez recordando las palabras que hicieron una mezcla llegando una idea que la hizo sonreír y dirigirse a su casa para llevarla acabo, pues ya estaba a punto de dar el paso hacía el oficio de la brujería.
Mariela al llegar a la casa, corrió a la cocina, de la nevera bebió agua hasta llenar, buscó desesperada los tabacos que le había comprado a su madre, en unos minutos los encontró, los llevó hasta su cuarto y los guardó debajo de su cama, esperando la noche para hacer el acto que definiría su futuro ahora en adelante, mientras reía, escuchó una discusión frente a la pared que llevaba a su cuarto, al asomarse por la ventana, vio a un hombre mal vestido, con la ropa rasgada y vieja, acompañado de una mujer sucia con un olor que llegó hasta sus fosas nasales, y un niño que parecía era hijo de la pareja y el cual le gustó, este era Manuel.
—Que niño más lindo, ¿Esos de dónde serán? —se preguntó ella observando a Manuel quien tenía rostro de preocupación
La pareja que discutía por un momento doloroso y tráfico de hace semanas, traía consigo costales de papa pero sin papas, en estas solo habían trapos y vestidos medio quemados, ya que ropa fue lo único que lograron rescatar de aquél incendio que volvió su casa en cenizas. El padre de Manuel, llamado también como él, había pedido un préstamo a un señor al cual llamaban “El Lampa”, quien transportaba droga y al no recibir el dinero prestado a Manuel, cobró sus cuotas quemando la casa creyendo estaban ellos dentro. Desde ese entonces fueron nómadas, de un lugar a otro por todos los barrios de México caminaron en busca de una nueva vida, porque las oportunidades, eran solo borrón y cuenta nueva, su nuevo destino era Tepito, en donde murieron y el único que creció y quedó allí siendo sedentario, fue Manuel.
—¿Qué haremos ahora Manuel? ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué es lo qué vamos a hacer? No tenemos a donde ir, ya estoy cansada, siento que me muero —le decía su esposa desesperada
—Amanda, Amanda, Amanda, cálmate por favor, cálmate —le decía él tomándola por los brazos y mirándola a los ojos—, mírame, ¡Mírame! A ti y a nuestro hijo no les faltará nada, ¿Entendiste? Yo estoy aquí y no dejaré que nada les pase
—Padre, tengo hambre —dijo Manuel triste
—Los tres tenemos hambre, Manuel —le dijo su madre dolida
Desde la ventana aún seguía observando Mariela a la pobre pareja, se burlaba de los adultos, pero miraba y sonría alegre al ver al niño.
—Con que tu nombre es Manuel, pues tenemos que ser amigos Manuel, tenemos que ser amigos —decía ella mirando su rostro con una sonrisa malévola
En ese instante, llegó Luisa junto con su madrina, y como solía hacer la señora Carla ante los casos de personas en situaciones difíciles, empezó a mirar de pies a cabeza a la familia desprotegida, humillándola y tratándolos de sucios; sin embargo, no todo fue tristeza y dolor, ya que Manuel se enamoró en un instante de Luisa, como ella de él sin saberlo.
—¡Mocoso! —le gritó ella al ver a Manuel mirando a su ahijada—, ¿Qué tanto ves a mi ahijada? ¿La quieres secuestrar o qué?
—Madrina
—Tu te cayas Luisa
—Señora, le voy a pedir por favor que respete a mi familia
—¡Ay señor! ¿Esto es su familia? ¿Una mujer sucia al igual que este horrible niño? Por favor, miren a mi ahijada
—Mire vieja grosera, a mi me respeta y con mi hijo no se va a meter
—¿Perdón? ¡Vulgar! —le gritó a la madre de Manuel
—¡Su puta madre! —le gritó Amanda con ganas de golpearla
—Mi señora mejor váyase
—Soy señorita y señora de usted jamás, vámonos Luisa, que no nos peguen los piojos esta gentuza
Tomó de la mano a Luisa la señora Carla y la jaló como solía hacer y se la llevó de la calle, mientras que Amanda explotaba de enojo por las palabras que le había dicho a ella y a su hijo, pues ellos no eran mendigos ni mucho menos muertos de hambre, eran millonarios dueños de una gran fortuna, que perdieron por relacionarse con El Lampa.
—Maldita mujer
—Amanda, por favor, nada de maldecir delante del niño
—¿Vieron que niña más linda? —dijo Manuel sin dejar de pensar en aquella sonrisa de ángel
—¿Y ahora tú qué? ¿Enserio te gustó esa niña?
—Parecía un ángel, mamá
—Por Dios, vete olvidando de ella, jamás dejarías que anduvieras con esa niña
—¿Por qué no, Amanda? Decía ser su madrina y no vi que esa mina fuese como ella
—Porqué no, además nuestro hijo aún está muy chamaco, es un chavito apenas
—No es un bebé, ya está creciendo
—Como digas, vayamos a otro lado, está haciendo frío
Mariela desde la ventana de su cuarto se encontraba muy molesta, ya que el chico del que se había acabado de enamorar, quedó embobado con su mejor amiga, ya estaba sintiendo celos y envidia por ella, pues realmente la belleza de Luisa no era nada comparado a la de ella, no solo en el físico, sino en el interior.
—Maldita Luisa, pero ni creas que te quedarás con Manuel —dijo enojada y en ese momento se le vino a la mente una idea—, después de acabar contigo maldita vieja, le haré la vida imposible a tu ahijadita
Bajó emocionada las escaleras y salió de la casa, llamó a la pareja y gritó hasta que la escucharon, cuando estos la vieron se preguntaron quién era, y sin más deciden acercársele para preguntarle si los conocían de alguna parte.
—Hola señores —le dijo a los padres de Manuel—, hola guapo —le dijo a él
—Disculpa niña, ¿Nos conoces? Porque nosotros a ti no
—No señora Amanda
—Si no nos conoces, ¿Cómo es que sabes el nombre de mi esposa? —le dijo el padre de Manuel
—He visto desde la ventana como los ha tratado esa horrible mujer
—¿Te refieres a esa señora que nos ha tratado horriblemente?
—Sí señora
—¿Cómo es que la conoces? —le preguntó Manuel
—Es la madrina de Luisa, mi mejor amiga
—¿Esa niña hermosa es tu mejor amiga? —le preguntó él entusiasmado
Mariela sintió coraje pero disimuló
—Sí, es mi mejor amiga, ¿Por qué la pregunta?
—Mi hijo se ha enamorado de esa chamaca —respondió Amanda
—Que lastima, ella ya tiene novio —dijo Mariela. —Que gran mentira—.
—¿Qué? —reaccionó Manuel sorprendido y triste
—Menos mal, no me gustaría verte con esa niña, pero en fin, ¿Por qué nos llamabas? ¿Quién eres?
—Veo que no tienen a donde ir
—Así es niña, no tenemos a donde ir —dijo el padre de Manuel
—Pueden quedarse esta noche en mi casa
—¿Qué? ¿Cómo? —reaccionaron los tres sin creerle
—Mi madre murió ya hace días, vivo sola, así que pueden quedarse
—¿Es enserio? ¿Cómo es posible que vivas sola?
—Señor, no tengo a ningún familiar, tampoco cuento con nadie más que solo conmigo —respondió Mariela con la cabeza hacia abajo
—Oh, entiendo, ¿Y por qué quieres dejarnos quedar en tu casa? No sabes que es malo dejar pasar a extraños
—Pero ustedes no son extraños para mí, además será solo una noche
—No lo sé
—Anda papá, di que sí, no puedo seguir avanzando
—Hijo
—Manuel, solo por esta noche —le dijo su esposa Amanda
—Está bien, pero solo será esta noche, por la mañana nos iremos
—Claro, pase, bienvenidos a esta mi humilde casa
Entraron pues los cuatro a la casa, los tres se sorprendieron, se sintieron un poco tristes porque se les vino en mente la casa que habían perdido. Mariela les dijo que se podían acomodar en cualquier lado de la casa, menos ir a la cocina, ya que no había nada para comer, llegó la noche y en su cuarto, llevó a cabo su plan, que era hacerle brujería a la señora Carla y matarla por ser tan mala con ella.