TRES Caitlin y Caleb caminaron sin prisa a lo largo de la ribera. Ese lado del río Hudson estaba descuidado; contaminado por las fábricas abandonadas y los depósitos de combustible que ya no tenían uso. Era una zona desolada pero tranquila. Aquél día de marzo, Caitlin se asomó al río y vio enormes trozos de hielo que se resquebrajaban y fluían con la corriente. Su delicado y sutil crujido, llenaba el aire. La imagen de los trozos era sobrenatural y reflejaban la luz de una manera muy peculiar, mientras una lenta niebla se elevaba. Sentía como si caminara sobre una de esas enormes placas de hielo, sentándose y dejando que la llevara a donde quisiera. Caitlin y Caleb continuaron caminando en silencio; cada uno en su propio mundo. Ella estaba avergonzada por haber hecho gala de tanta furia;