Los días y los meses pasaron volando, y ahora Isabella estaba lista para dar a luz a los trillizos. En la sala de partos, el doctor de siempre la asistía con una calma profesional, mientras Ethan, desde su silla de ruedas, se movía de un lado a otro con el control remoto en la mano, como si estuviera en una carrera de Fórmula 1. Chris, observando la escena con una sonrisa traviesa, se acercó a Ethan y le dijo: —Oye, amigo, si sigues moviéndote así, creo que vas a hacer un hueco y te vas a hundir en él. Ethan soltó una risa nerviosa, sacudiendo la cabeza. —¡No me asustes! Ya tengo suficiente estrés con los trillizos a punto de llegar. No quiero terminar en un agujero en el suelo. —Vamos, no te preocupes —respondió Chris, guiñándole un ojo. —Si caes, al menos tendrás una buena historia q