Anabelle estaba sentada en su escritorio, absorta en sus pensamientos. Ethan se hallaba en su oficina. La imagen de su sonrisa y la forma en que sus ojos brillaban la hacían sentir un cosquilleo en la piel, un deseo que la envolvía como una nube cálida. Justo cuando estaba a punto de dejarse llevar por esos pensamientos, la puerta se abrió de golpe y entró Isabella, la esposa de Ethan. Su mirada era intensa, casi como si pudiera leer los secretos que Anabelle guardaba en su mente. —¿En qué piensas, Anabelle? —preguntó Isabella, su tono cargado de una mezcla de curiosidad y desconfianza. Anabelle, con una sonrisa que ocultaba más de lo que revelaba, arqueó una ceja y respondió con un aire de despreocupación: —¡Ethan está dentro! Isabella se acercó un paso, su voz baja y llena de malicia