Capítulo 3 - Samanta

641 Words
Aeropuerto LAX, Los Ángeles, California. Un par de ojos café miraban con desespero el reloj, como si su poder mental pudiera acelerar el tiempo. Trabajaría hasta mediodía, pues un acuerdo que hizo con su jefe, se lo permitiría. Ese día le tocaba presentar su Examen de Evaluación Académica, o mejor conocida como SAT por sus siglas en inglés (Scholastic Assessment Test). En un par de minutos tendría que irse de allí y subirse al primer taxi que pasase, a fin de llegar a tiempo a la universidad. Ese era su plan b. Decidió aplicar para estudiar Arte y Arquitectura en UCLA (Universidad de California, Los Ángeles) como segunda opción —y la más realista—, después de enviar una solicitud para estudiar Arqueología en la Universidad Americana de El Cairo. Ella sabía lo difícil que era ser admitida en dicha universidad, por esa razón decidió irse por lo seguro, aunque su verdadera pasión estuviese entre antigüedades y tesoros de civilizaciones ancestrales. Desde pequeña soñaba con explorar las pirámides y descubrir momias, pero esas ilusiones quedaron relegadas con el paso de los años. No obstante, no perdía nada con intentarlo. Era un día ajetreado en el aeropuerto, la gente iba y venía, caminaban apresurados por entrar o salir de allí. Lo típico en un aeropuerto internacional. Ese día parecía haber más movimiento de lo normal y era de esperarse, pues en un par de días comenzaría un evento que reunía a millones de personas, todos con una misma pasión. La copa mundial de fútbol se disputaría en los próximos días y Estados Unidos era la sede. El Centro StubHub de Los Ángeles fue el elegido para la ceremonia de apertura y partido inaugural, el cual estaba previsto que se diera entre Estados Unidos y Alemania. Ella sabía todo esto porque Carlos, su mejor amigo y quien era fanático del deporte, se lo dijo. Carlos y ella eran muy buenos amigos desde hace cuatro años atrás. Samanta llegó al país cuando su hermana mayor, Teresa, una vez que enviudó, la pidió desde México, donde vivían sus padres. Ella se casó con un estadounidense, que perdió la vida en el frente de batalla en Afganistán. Teresa devastada y con ayuda del gobierno americano, pudo traer a su única hermana a los Estados Unidos. A Samanta le hizo mucha ilusión ir a vivir con su hermana, además de tener muchas más probabilidades de estudiar lo que ella tanto soñaba. Sam y Carlos comenzaron a ser amigos en el noveno grado, al descubrir que ambos eran vecinos. Carlos vivía con su madre muy cerca de la casa de Teresa. Desde ese entonces eran inseparables, a tal punto, que siempre que buscaban empleo temporal, lo hacían juntos. Así fue como comenzaron a trabajar en el mismo lugar, cinco meses atrás. Samanta, como siempre, escuchaba a los clientes mientras servía sus cafés. Era inevitable. Escuchaba como hablaban de lo que hicieron en sus últimos viajes de negocios, lo mucho que extrañaban a sus familiares y lo agotados que estaban después de tantas horas de vuelo. —¿Samanta? —La voz de su amigo la hizo girar—. Ya es hora. Debes irte o llegarás tarde. Al ver el reloj, se dio cuenta que los minutos habían transcurrido con rapidez. Se quitó su delantal e hizo una señal a Gordon, su jefe, para indicarle que era hora de irse. El hombre asintió con la cabeza y articuló algo con los labios. Sam no lo escuchó, pero entendió a la perfección. Buena suerte, dijo él. Tomó su bolso, recogió sus cosas y se despidió de algunos compañeros. Carlos le brindó una gran sonrisa y le dio un fuerte abrazo, agregando: —¡Lo lograrás! —Él creía ciegamente en su amiga. —Gracias —dijo Sam y le devolvió el abrazo, con la misma intensidad.
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