Capítulo 1 - Dominik

1072 Words
Múnich, Alemania. De todas las cosas que no le gustaba hacer, salir de la cama era una de ellas, pero debía hacerlo, el sonido de la alarma de su reloj era desesperante. We Are The Champions era la canción que más odiaba en el mundo. Esa mañana, como todas, se arrepintió de haber elegido la melodía de Queen. Si había una forma de detestar una canción, era poniéndola de alarma para despertar. Pero vamos, que no todo era malo, al menos si despertaba de mal humor o con desanimo, la voz de Freddy Mercury le recordaba que él era un campeón. Dominik Weigand con sus 21 años de edad, era el jugador más cotizado de la temporada. Los críticos deportivos lo apodaban “The Bullet”, porque era imparable a la hora de marcar un gol. Aunque era toda una celebridad, Dominik no actuaba como tal. Rechazaba invitaciones a fiestas salvajes y alocadas todo el tiempo. Él fue criado de una manera distinta al resto de sus compañeros de selección. Desde muy pequeño, su padre le enseñó el hábito de la Disciplina. Desde los cinco años de edad, el fútbol se convirtió en su obsesión. Él practicaba seis horas diarias. Tenía una condición física envidiable. Las paredes de su cuarto estaban tapizadas con posters de todos los grandes jugadores de la historia. Era poseedor de una inmensa colección de artículos de la selección alemana. Ese día sería igual a los últimos tres meses. El mundial estaba muy cerca, y por ese motivo incrementó sus horas de entrenamiento a ocho horas diarias. Su entrenador le decía que debía relajarse un poco, pero Dominik no podía hacerlo. Ganar la Copa del Mundo, junto a la selección alemana, lo consagraría como uno de los mejores de la historia del fútbol. Estaría a la par de grandiosos hombres, como lo eran Franz Beckenbauer, Jurgen Klinsman y Gerd Müller, a quienes admiraba desde que era un pequeñín con el sueño de jugar con la selección nacional. Con seis títulos de club obtenidos con el FC BAYER MUNICH, destacando dos Champion League ganadas consecutivamente y una Eurocopa el mismo año, se consagró como el jugador más joven en lograr tal hazaña, lo único que le hacía falta era levantar entre sus manos, una Copa del Mundo. Sin duda, esa sería la guinda del pastel. En unos diez años se jubilaría siendo una leyenda, el futbolista más joven de la historia en lograr esa tripleta. Eso era todo lo que él deseaba. Salir de la cama era una proeza para Dominik, pero siempre lo lograba. En cuanto colocaba un pie sobre el suelo, era como si algo se activara dentro de él. Era como si Weigand fuera un robot, pues a veces reaccionaba como una máquina: mecánico y metódico. Para nadie era un secreto que Dominik era Asperger, pero no le gustaba que aplicaran ese término con él. Para todos, era Aspie. Le diagnosticaron dicha condición a los seis años de edad. El médico puntualizó que él era un caso especial, pues lo normal era que quienes tenían el síndrome no se interesaban en los deportes ni en ninguna actividad que fuese grupal, pero hasta en eso, Dominik era excepcional, siendo una anomalía de la estadística. Gracias a Dios, sus padres reaccionaron de manera positiva ante el diagnóstico, y siempre trataron de canalizar las aptitudes especiales de su hijo, de la mejor manera posible, aunque a veces cometieron el error de consentirlo en exceso. Dominik nunca conoció el rechazo por ser como era, al contrario, se sentía muy bien por ser diferente, y en algunas ocasiones era manipulador, aunque lo hiciera inconscientemente. Para Dominik era lamentable que muchas personas usaran su condición como una moda y no como lo que era de verdad. Que dijeran ser Asperger sólo porque eran individuos arrogantes, groseros o de mala actitud. Usaban la palabra “trastorno” como si de la palabra “genialidad” se tratara. Sin duda, Dominik daba por sentado que, los trastornados eran esos que creían ser una edición limitada de Weizenbock y no eran más que una común y corriente Heineken. Terminó de vestirse y tomó su iPod. Antes de salir de su habitación, se miró al espejo. El conjunto deportivo que le envió Adidas para probarlo, era espectacular, de color n***o con rayas azul neón. Agradeció una vez más al hombre que inventó la tela supplex, pues era una delicia para entrenar. El sonido de un par de silbidos, provenientes de sus auriculares, le indicó que su rutina diaria había comenzado. Una sesión de footing, mientras Engel de Rammstein sonaba, era una costumbre particular en él, pues le molestaba casi todo tipo de ruido estridente, pero su música favorita era lo único que toleraba. Corría a toda velocidad, mientras gotas de sudor caían por su frente y brazos. A medida que las endorfinas y la serotonina aumentaban en su cuerpo, su deseo por correr más y más, aumentaban también. Amaba la sensación de sentir el viento en su cara y el corazón latiendo a mil por hora. Transcurrieron casi dos horas cuando decidió regresar a su casa. Al llegar, pudo notar que un coche n***o estaba aparcado frente a la entrada. No tardó en darse cuenta que era el auto de su amigo Friedrich, quien se acercaba a él. —Espero que lo tengas todo listo —comentó el recién llegado. —Casi —fue la escueta respuesta de Dominik. —¿Casi? —El hombre lo miró con el ceño fruncido—. El avión sale a las cuatro en punto. Por lo que más quieras, trata de estar listo a tiempo. —Siempre estoy listo a tiempo. —¡No me digas! He tenido que llamar a Ewald, las últimas cinco veces, para que nos esperen. —Ellos nunca se irían sin mí —dijo Dominik y abrió la puerta de la entrada. Ewald Metzler era el director técnico de la selección alemana, además de ser uno de los pocos seres en el mundo que lograban tolerar a Dominik, pues era muy frecuente que Dom, como le decían algunos compañeros, se comportara como toda una diva, pero no era su culpa, su condición lo hacía muy susceptible al ruido, a cambios repentinos de clima y al contacto físico con otros compañeros, por lo tanto, nadie podía obligarlo a adaptarse al entorno. A menudo, el entorno se adaptaba a él.
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