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1760 Words
Un sueño difícil de cumplir, más no imposible. En su interior todavía existía un poco de esperanza, quizás no estaba todo por perdido y solo debía no darse por vencida. Sin embargo, su positivismo había decaído, recordando que no tenía trabajo. Aprieta los puños sintiendo enojo, pero ya no puede hacer nada, ya la despidieron y no hay vuelta atrás. Y para completar su mala suerte, de repente empieza a caer pequeñas gotas de agua que se van convirtiendo en un torrencial de lluvia. Pero a la joven siquiera le interesa estar empapándose, de hecho, agradece que el clima esté a su favor, pues sus lágrimas se mezclan con la lluvia y el resto no parece notarlo. El enojo ha pasado, pero ahora se siente triste, caminando por las pobladas calles de Brooklyn; lugar donde ha vivido toda su vida. Llega al pequeño piso de alquiler, y sube los escalones. Introduce la llave en la cerradura y luego de forcejear con la puerta dañada por los embates del tiempo, logra abrir la madera vieja e ingresa a su cálido y desolado hogar. A los segundos aparece Oreo, su gata con manchas oscuras esparcidas en todo su pelaje. —Hola peque, ¿tienes hambre? —la carga entre sus brazos y acaricia su cabeza. Oreo maúlla en respuesta. Así que Willow va hacia la cocina y abre las despensas vacías, encontrando solamente una lata de atún que abre y la coloca en el plato de la gatita. Se dirige a su habitación a darse una ducha tibia, ya que podría coger un resfriado. Se despoja de la ropa que comienza a pesarle y las prendas caen a las baldosas formando un charco de agua. Entra a la ducha y sin soportar más el nudo en su garganta, rompe en llanto. Jamás se había sentido tan miserable y sola en la vida, siempre se ha esforzado por ser independiente a pesar de pasar trabajo muchas veces. La joven fue criada en un orfanato desde que era solo un bebé, nunca conoció a sus verdaderos padres, siquiera tiene idea si están vivos o no. A los catorce años de edad la echaron del orfanato alegando que ya era bastante mayorcita y podía valerse por si misma, además que ninguna familia querría adoptar a una adolescente rebelde como ella. Por lo tanto, a Willow no le quedó de otra que apañarsela sola. Su primer empleo resultó ser de vendedora ambulante por las calles de Brooklyn, pero a veces no vendía ni un solo dulce para costear la comida de ese día. En muchas ocasiones le tocó pasar la noche durmiendo en la calle y sin comer nada. Esos días fueron muy duros para una jovencita de su edad, sin embargo se mantuvo positiva ante la vida. No obstante, hubo ocasiones dónde la tristeza la envolvía. Justo como en este momento que la ansiedad la abrumaba. Sale del baño envuelta en una toalla, agarra la pijama de caricaturas animas, esa que compró hace tiempo y se notaba cada día más desgastada. Se la coloca y se encamina descalza a la cocina por un poco de comida. En el refrigerador consigue solamente un pedazo de pizza, la que había ordenado hace dos días y aún le quedaba una porción. La coloca en el microondas y luego la sirve en un plato. Todavía no es medio día, pero pareciera que fuera más tarde debido a la tormenta que hay afuera. Luego de comer la rancia pizza, regresa a su habitación a revisar las posibles oportunidades de empleo que estén disponibles en el periódico. Pero no encuentra nada. Frustrada, decide abrir su libreta de notas, esa donde guarda todo sus pensamientos y emociones más profundas, palabras que no es capaz de emitir en voz alta y prefiere plasmarlas en papel. Sostiene el bolígrafo entre sus dedos escuetos y se permite dejar fluir lo que está sintiendo en ese instante. "Vacío, así es como me siento la mayor parte del tiempo. Sin ganas de seguir, de tirar la toalla y rendirme. No puedo soportarlo más, mis emociones vienen a mí como una fuerte ola que me golpea y me sacude de aquí para allá, dejándome a la deriva. Intento nadar en el mar que me rodea, pero este me hunde cada vez más en la profunda oscuridad de la que me ha convertido." Finaliza dibujando a una chica de espalda mirando hacia el horizonte. Y así, entre trazos Willow se va quedando dormida cayendo en la inconsciencia. (...) La joven despierta sobresaltada al escuchar los golpes en la puerta, se incorpora de la cama y va hacia la sala mientras estruja sus ojos con pesadez. Al abrir, maldice mentalmente por estar en esas fachas y que el dueño del piso donde vive la repase con una mirada extraña, que la pone incómoda. —Dígame —dice la chica haciendo un esfuerzo sobrehumano para no cerrarle la puerta en la cara al viejo. —Vengo por el dinero, ya hoy es último de este mes —le recuerda el hombre de ojos quisquillosos. —Bueno, verá señor Farrell. Hoy me fue terrible en el trabajo, y me ha sido imposible conseguir el dinero. Pero le aseguro que si me da dos días más puedo pagarle lo que le debo —suplica la joven reteniendo el aire que tiene atorado en el pecho. —Dos días —recalca el dueño del piso—. De lo contrario deberás buscar otro sitio donde vivir. Willow suspira aliviada. —Vale, muchas gracias señor Farrell. Le prometo que tendrá su dinero —el hombre asiente y se marcha escaleras abajo. La chica cierra la puerta y toma asiento en el incómodo sofá oscuro que debe de cambiar pronto si no quiere quedarse sin su trasero. Aunque comprar un sofá nuevo le costaría seis meses de su sueldo, y tomando en cuenta que ha perdido su empleo, eso es un poco imposible en este momento. Oreo se acerca a la joven y frota su cuerpo en las piernas de la chica. Willow la carga entre sus brazos mientras se dirige a su dormitorio. —No sé qué será de nosotras si no llego a conseguir ese empleo, cariño —comenta acariciando la cabeza de la gatita que la mira desinteresadamente. La joven decide cambiarse de ropa para salir a la calle, necesita buscar cuanto antes un empleo. Y quedarse en casa de brazos cruzados mientras espera a que suceda un milagro, eso no resolvería nada. Se enfunde en unos vaqueros desgastados y su suéter de lana para cubrirse un poco del frío que ha causado la lluvia. Se coloca sus botas oscuras y sale del apartamento no sin antes traer un paraguas consigo. No iba a arriesgarse de nuevo, odiaba coger un resfriado, con lo difícil que se le hacía en ese instante comprar medicamentos. Las calles de Brooklyn están desoladas, a exención del señor Joshua que se encuentra en la banca de la pequeña plaza. Es el que más visita ese sitio puesto que alimenta a las palomas que invaden la fuente. La joven al pasar cerca de él, sacude su mano saludando al agradable señor que le sonríe en respuesta. Continúa su marcha en dirección a su antiguo trabajo, pasará a buscar su gabardina, esa que lleva tiempo conservando con ella y por alguna extraña razón no puede tirar a la basura o perderla. Llega en menos de cinco minutos al local del señor Hanks, este al verla no refleja ninguna expresión en su arrugado rostro. —Vengo por mi gabardina —anuncia cortésmente. —Willow —la llama el señor Hanks. —Dígame. —Imagino que aún no has podido encontrar empleo —la joven Willow se encoge de hombros—. Conozco a alguien que está buscando una chica para hacer los quehaceres de la casa, aquí está su dirección por si estás interesada. Le tiende un papel doblado cuidadosamente, la chica lo toma sin dudarlo. —Vale, le agradezco —le regala una sonrisa de boca cerrada y se dirige al depósito por su gabardina. Al salir de la tienda, decide ir por una tarta, así que emprende camino a la cafetería que suele recurrir. Las calles están en completa tranquilidad, apenas y se oye el murmullo de las pocas personas en la plaza. Pero el silencio no dura para siempre, ya que al ir adentrándose al barrio de Brooklyn, el sonido del claxon de los autos es bastante ensordecedor para la joven Willow que detesta el ruido. La cafetería se encuentra semi vacía, algo que le resulta muy extraño a la chica, puesto que es el sitio con más clientes. —Oliver —saluda al muchacho de piel oscura que ordena algunos dulces en la vitrina. —¡Willow! —emite dibujando una sonrisa en su labios—. Estabas perdida. —No había tenido tiempo de pasar por estos lares —dice tomando asiento en la barra. —Ya veo —hace una mueca en respuesta —. Hablando de ello, ¿Cómo te va en el trabajo? Willow baja la mirada a sus botas oscuras y muerde su labio inferior, reprimiendo las enormes ganas que tiene de llorar. Sin embargo, traga el nudo en su garganta y simula que no le afecta estar desempleada. —Bueno, ya no trabajo con el señor Hanks. Oliver alza la cejas. —¿Renunciaste?—la joven niega con la cabeza. —Más bien me ha despedido —suelta una risita seca—. La verdad me da igual, aunque me hubiera gustado que no hubiera sido por culpa del idiota de Dylan. —¿Dylan regresó? —pregunta juntando sus cejas. —Sí, desgraciadamente —bufa haciendo soplar los mechones de su cabello cobrizo. —Tengo unos minutos. Willow le relata a Oliver todo lo que sucedió en la mañana, desde su despido y la manera cómo su ex novio intentó invitarla a salir de nuevo. El muchacho de piel oscura la escucha atentamente mientras le sirve una porción del pastel de manzana recién horneado. Oliver se había vuelto el amigo más cercano de la joven, y aunque este le llevaba cinco años, la diferencia de edades nunca había sido impedimento para que ambos se volvieran últimamente inseparables. —Sigue estando tan guapo que me odié por fijarme en sus facciones más marcadas. No entiendo por qué debe ser tan... De pronto su voz se apaga al observar un hombre extremadamente apuesto ingresar a la cafetería. Oliver desvía su vista hacia la misma dirección y frunce el ceño. —Willow.
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