Brenda se quedó dormida en el hospital, se despertó ante la atenta mirada de Carlos, el amigo de su padre, quien le ofrecía café y le había puesto el abrigo por encima.
—Buenos días, Bren.
—Buenos días, Carlos. —La joven bostezó y miró a su alrededor asustado, preguntó: — ¿Mi papá, se despertó?
—No, hija—responde y le pasa un brazo por los hombros.
—Nunca he visto a nadie disparar como rodrigo, 90 millas solo tirando una pelota, eso es impresionante y renunciar a ello lo mató hace mucho tiempo.
—¿Entones tengo que dejarle ir?
—No, tienes que convencerle de entrenar a la liga de mocosos, porque son penosos—los dos ríen.
—¿Sabes que pueden no despertar?
—Sí, pero tu papá no se va a morir por caerse tres metros. Le has visto, necesita tres metros más para que me preocupe.
Brenda vio al amigo de su padre y sonrió, le dio un beso en la mejilla y las gracias por siempre estar para Rodrigo, en las buenas, malas y regulares su padre siempre tenía a Carlos, él incluso la iba a visitar en la casa hogar y lloraba cada vez que le decían que no podía llevársela.
—Tío Carlos, me invitas a desayunar.
—Sí.
La joven toma del brazo al amigo de su padre y caminan hacia la cafetería donde una enfermera les intercepta y le pregunta si es familiar de Rodrigo Silva.
La mujer asiente y ella ele pide que vaya a admisiones.
—¿De qué se trata?
—Es sobre el seguro médico.
—Es un accidente laboral.
—No tengo datos, pero es urgente que vaya.
Carlos se ofrece a acompañarle y ella se niega, pídeme un café y un sándwich de huevo. Los dos sonríen y ella va al primer piso. La joven ve a un grupo de personas demasiado bonitas, elegantes y arreglados para ser reales, para definitivamente todos eran muy ricos porque estaban conversando con el dueño del hospital.
—¿Por qué viniste? —pregunta la mujer mientras carga a uno de los niños.
—Milena, soy un tío responsable.
—No le hagas caso, Damian es un hipocondriaco.
—No soy hipocondriaco. Soy responsable, cuido mi salud, no todo es ir al gym y correr, hay que hacerse chequeos, ¿cuándo fue la última vez que viniste y te chequeaste Maximiliano?
—¿Papá te vas a morir?
—Eventualmente. —respondió el tío y los cuatro adultos le miraron incrédulos antes de aclarar que nadie se estaba muriendo.
—Tío Damian no estamos para estas bromas, creo que me siento fatal después de esa vacuna —El hombre le acaricia el pelo.
—La medicina preventiva es la mejor medicina, tu abuelo se beneficia de la gente enferma y pro eso no hace su trabajo.
—Saben qué yo invito a tu consulta de hipocondriaco y a sus vacunas, pero saquean Damian de aquí —Todos en el elevador ríen. —Chao, Damian, fuera de mi hospital.
Las puertas del elevador se abrieron y los tres hombres dieron espacio para que salieran los niños y las mujeres. Brenda les dio las gracias y fue hacia registro. Una mujer estaba esperándola para informarle que su padre carecía de seguros médicos. Brenda le miró extrañada, su papá tenía dos trabajos y no era la primera vez que hacía alguna sustitución en las obras. Llamó al jefe de su padre en la carnicería y le explicó que Rod necesitaba un extra en el salario y que le habían dejado de deducir el seguro.
—No entiendo.
—Lo despedí, le pagué la liquidación y ahora trabaja aquí, pero sin responsabilidades patronales para percibir más dinero. Si viene alguien dice que está conversando.
—Entonces, ¿no hay seguro médico?
—No, cariño, yo siempre puedo ayudarte si tú me ayudas—Brenda finalizó la llamada.
Gregorio el carnicero siempre le echaba miradas y comentarios lascivos cuando su papá no estaba alrededor y tenía fama de tramposo, siempre buscaba la manera de contar de más y dar menos, ningún acuerdo con él vendría de buen corazón. Trató con el dueño del bar, pero, su padre era el rey de los contratos clandestinos y ni siquiera llegaban a fin de mes.
La joven se frotó el rostro en señal de frustración, sin dinero no había hospital, no se podía permitir el Pieth ni con un descuento de un 50%.
No tenía para pagar un sándwich.
La joven regresó a la ventanilla y la mujer de cobros le miró de pies a cabeza y mantuvo la sonrisa burlista. Brenda no se podía sentir más frustrada, la cuenta de su papá era de cien mil dólares como mínimo, en cuotas eso tampoco le iba a salir, nada le estaba saliendo bien y no podía permitir que el pánico la congelara en ese momento. La joven se levantó temblorosa de su silla y caminó hacia las ventanillas, con la misma mujer que la había atendido y parecía tener un megáfono en la garganta.
—Número de seguro—grita la mujer. —Si no tiene número de seguro tiene que pagar.
Brenda ya sabe cuál es la opción si no hay seguro médico, mira a la mujer horrorizada
—¿Qué hago? —preguntó en un tono bajo y agudo debido a los nervios
—Pagar, si usted tiene un seguro o el efectivo, podemos hacer una división de cuotas a partir del próximo mes, pero tiene que poner algo a responder.
—No tengo… No tengo nada. —La joven traga duro. —¿Entonces?
—Entonces lo enviarán a una clínica gratuita, igualmente tendrá atención, pero, no los mismos recursos.
—Mi papá no está… no está, listo… despierto…
—No puedo hacer nada si no hay dinero tengo que pedir el traslado.
—Voy a llamar por un préstamo, voy… voy a llamar, solo deme una hora.
—Una hora son más tratamientos y no podemos cubrir más de cien mil dólares por paciente probono.
—Lo siento.
—Necesito su firma. Brenda se puso en pie y chocó con uno de los hombres del elevador, el señor se disculpó y ella salió corriendo en busca de un basurero, vomitó. El médico pidió que le buscaran una botella con agua y algo dulce para la joven.
—Estoy bien, normal, no se preocupe.
—Vamos, le voy a tomar los signos.
—No tengo nada.
—No es nada, solo para estar seguros
—No estoy enferma, cuando me asusto mucho me pongo fría y vomito —Arturo miró a la mujer a los ojos y le dio la botella con agua y un espacio para tranquilizarse.
—Doctor Pieth, tenemos un paciente que debe revisar, para un traslado—pide otro médico.
—¿Hay alguien a quien pueda llamar?
—No, gracias, gracias por su ayuda.
El hombre le vio poco convencido antes de salir de la habitación, Brenda sabía que la gente vivía las experiencias más tristes de sus vidas dentro del hospital, así que él pidió a una enfermera que le echara un ojo.
Brenda llamó a todos los bancos, prestamistas y sin nada que ofrecer era imposible que le dieran un préstamo. Llamó a Mina y le preguntó si podía ayudarle a conseguir un trabajo. Su amiga se quedó en silencio varios segundos y finalmente respondió:
—¿Estás segura?
—Van a echar a mi papá del hospital, a un hospital gratuito, tuvo cirugía craneal, una reconstrucción de fémur y es… imposible que pueda cubrir los gastos de la fisioterapia por no hablar de si no despierta o si algo más pasa. No… no tengo otra. ¿Qué más puedo hacer? ¿Comprar un ticket de la lotería, y rezar, por ganarlo?
—Mandar a tu papá a la clínica gratuita y…
—Me despidieron del laboratorio y tampoco puedo hacer de doméstica. ¿Puedes ayudarme o no?
—Brenda, yo no tenía nada que perder, tú… tú eres… virgen. ¿Sabes cuánto vale emocionalmente eso?
Brenda no estaba esperando a su esposo, pero, si alguien que valiera la pena, alguien que le hiciera querer quitarse todo y ser vulnerable y feliz por cinco minutos. Sin preocupaciones solo quería… disfrutar.
—¿Mejor dime cuánto vale en billetes de cien? ¿Treinta mil o quinientos mil?