Los muebles necesitaban ser barnizados, al igual que las chimeneas y los guardafuegos, para que lucieran como en los tiempos de su abuelo. Una de las cosas que conmovía a Ilesa, sin embargo, era que su abuelo dejara a su padre, en su testamento, dos hermosos cuadros. No estaban éstos sujetos a la herencia por ley, debido a que su padrino se los había regalado en forma personal. Se trataba de dos pinturas de Stubbs. Como el Vicario solía decir, habían sido enmarcados muy inteligentemente, de modo que el marco permitiera su mayor lucimiento. —¡Son preciosos, Papá!— exclamaba Ilesa una y otra vez—. Estoy segura de que el abuelo sabía que tú los apreciarías más que nadie. —Me siento feliz de tenerlos— comentaba el Vicario—. También debo agradecerle a mi padre que me dejara un poco de diner