Él le brindó una gran sonrisa revelando la perfección de sus dientes. —Justo aquí —dijo él, y se movió hacia la base de la ventana que quedaba a unos cuantos pasos. Lo miró y él le correspondió. Sus miradas se mantuvieron fijas. Ella trató de forzarse a voltear en otra dirección pero no pudo hacerlo. —Gracias —dijo Caitlin, sintiéndose de inmediato enojada consigo misma. “¿Gracias? ¿Eso es lo único que se te ocurre? ¡¿Gracias?!” —¡Muy bien, Barack! —se escuchó una voz gritar—. ¡Cédele tu asiento a esa linda niña blanca! Se escucharon más risas y de pronto, el salón volvió a llenarse de ruido y todos los ignoraron de nuevo. Caitlin vio que el chico bajaba la mirada avergonzado. —¿Barack?—preguntó—, ¿así te llamas? —No —contestó él, ruborizado—. Así me llaman, como a Obama. Dicen que