D O S-1

2176 Words
D O S Cuando llegué a la casa de papá era el ocaso, la temperatura bajaba, la nieve empezaba a endurecerse y crujía bajo mis pies. Salgo del bosque y veo ahí nuestra casa, visiblemente ubicada al lado de la carretera, y me siento aliviada de saber que todo se ve tranquilo, tal y como lo dejé. De inmediato busco en la nieve cualquier pisada -- o huellas de animales – saliendo o entrando y no encuentro ninguna. No hay luces en el interior de la casa, pero eso es normal. Me preocuparía si las hubiera. No tenemos electricidad, y las luces sólo significarían que Bree ha encendido velas - y ella no lo haría si no estoy yo ahí. Me detengo y escucho durante varios segundos, y todo está quieto. No hay ruidos de lucha, ni gritos de auxilio, no hay quejidos por enfermedad. Doy un suspiro de alivio. Una parte de mí siempre tiene miedo de que al regresar encuentre la puerta abierta, la ventana destrozada, huellas de pisadas hacia la casa, a Bree secuestrada. He tenido esta pesadilla varias veces, y siempre despierto sudando, y camino a la otra habitación para asegurarme de que Bree está ahí. Ella siempre está ahí, sana y salva, y me reprendo a mí misma. Sé que debería dejar de preocuparme, después de todos estos años. Pero por alguna razón, simplemente no puedo evitarlo; cada vez que tengo que dejar sola a Bree, es como si me clavaran un cuchillito en mi corazón. Aún en estado de alerta, detectando todo lo que me rodea, examino nuestra casa a la luz del día, que se consume. Honestamente, nunca fue buena, para empezar. Un rancho típico de montaña, que parece una caja rectangular sin carácter, adornado con revestimiento de vinil aguamarina barato, que parecía viejo desde el principio, y que ahora se ve deteriorado. Las ventanas son pequeñas y escasas y están hechas de un plástico barato. Parecen de las que hay en un complejo de casas rodantes. Tal vez de 4.5 metros de ancho por unos nueve de profundidad, que debía ser de un dormitorio, pero el que la construyó, en su sabiduría, la hizo de dos pequeñas habitaciones y una sala de estar aún más pequeña. Recuerdo haberla visitado cuando era niña, antes de la guerra, cuando el mundo era todavía normal. Cuando papá estaba en casa, nos traía hasta aquí los fines de semana, para escapar de la ciudad. Yo no quería ser desagradecida, y siempre le puse una buena cara, pero secretamente, nunca me gustó; siempre me pareció oscura y estrecha, y había un olor a humedad. Cuando era niña, recuerdo que no podía esperar a que el fin de semana terminara para alejarme de este lugar. Recuerdo secretamente que prometí que cuando fuera mayor nunca volvería aquí. Ahora, irónicamente, estoy agradecida por tener este lugar. Esta casa me salvó la vida -- y la de Bree. Cuando la guerra estalló y tuvimos que huir de la ciudad, no teníamos opciones. Si no fuera por este lugar, no sé adónde nos habríamos ido. Y si este lugar no estuviera tan lejos y en lo alto como está, entonces probablemente habríamos sido capturadas por los tratantes de esclavos hace mucho tiempo. Es curioso cómo se puede odiar tanto a las cosas cuando somos infantes y que terminamos apreciando siendo adultos. Bueno, casi adultos. A los 17 años, me considero una persona adulta, de todos modos. Probablemente he envejecido más que la mayoría, en los últimos años. Si esta casa no se hubiera construido en la carretera, y estuviera tan expuesta, si fuera sólo un poco más pequeña, estuviera más protegida, más adentro del bosque, no creo que me preocuparía tanto. Por supuesto, tendríamos que aguantar las delgadas paredes, el techo con goteras, y las ventanas que dejan pasar el viento. Jamás llegará a ser una casa cómoda ni cálida. Pero al menos sería segura. Ahora, cada vez que la miro, y veo el amplio panorama allá afuera, no puedo evitar pensar que es un blanco fácil. Mis pies crujen en la nieve cuando me acerco a la puerta de vinilo, y se escuchan ladridos desde el interior. Es Sasha, haciendo lo que le enseñé a hacer: proteger a Bree. Estoy muy agradecida de tenerla. Cuida a Bree con tanto esmero, ladra al menor ruido; me da suficiente tranquilidad cuando salgo a cazar. Aunque al mismo tiempo, me preocupa también que su ladrido nos delate; después de todo, un perro que ladra, generalmente significa que hay seres humanos. Y eso es exactamente lo que un tratante de esclavos quiere escuchar. Me apresuro a entrar en la casa y rápidamente la hago callar. Cierro la puerta tras de mí, haciendo malabares con los leños que traigo en la mano, y entro en la oscura sala. Sasha se calma, moviendo la cola y saltando sobre mí. Es una perra labrador color chocolate, de seis años; Sasha es la perra más leal que jamás podría imaginar -- y la mejor compañía. Si no fuera por ella, creo que Bree habría caído en una depresión desde hace mucho tiempo. Yo también podría estarlo. Sasha me lame la cara, lloriqueando, y parece más emocionada que de costumbre; olfatea mi cintura, mis bolsillos, detectando que he traído a casa algo especial. Dejo los leños para poder acariciarla, y al hacerlo, puedo sentir sus costillas. Está demasiado flaca. Me siento culpable. Por otra parte, Bree y yo también lo estamos. Siempre compartimos con ella lo que encontramos para comer, así que las tres estamos en las mismas condiciones. Aun así, me gustaría poder darle más. Ella acerca la nariz al pescado, y al hacerlo, vuela de la mano y cae en el suelo. Sasha se lanza inmediatamente sobre él, sus garras hacen que se deslice por el suelo Ella salta sobre el pescado de nuevo, esta vez mordiéndolo. Pero a ella no debe gustarle el sabor del pescado crudo, así que lo deja. Pero juega con él, saltándole encima una y otra vez, mientras se desliza por el suelo. "¡Sasha, detente!", le digo en voz baja, para no despertar a Bree. También temo que si juega con él demasiado tiempo, podría abrirlo y perder parte de la carne valiosa. Obediente, Sasha se detiene. Sin embargo, puedo ver lo emocionada que está, y quiero darle algo. Meto la mano en el bolsillo, abro la tapa de lata del frasco de conservas, saco un poco de la mermelada de frambuesa con el dedo, y se la doy. Sin perder el ritmo, lame mi dedo, y de tres grandes lamidas, se ha comido todo lo que le serví. Se lame los labios y me mira con los ojos bien abiertos, con ganas de que le dé más. Le acaricio la cabeza, le doy un beso, y vuelvo a levantarme. Ahora me pregunto si estuvo bien darle un poco, o si fui cruel por darle tan poco. La casa está a oscuras como siempre está en la noche, mientras trastabilleo. Rara vez encenderé una hoguera. Por mucho que necesitemos el calor, no quiero correr el riesgo de llamar la atención. Pero esta noche es diferente: Bree tiene que ponerse bien, tanto física como emocionalmente, y sé que una hoguera hará que lo logre. También me siento más abierta a ser audaz, teniendo en cuenta que vamos a mudarnos de aquí mañana. Cruzo la habitación hasta el armario y saco una vela y un encendedor. Una de las mejores cosas de este lugar era su enorme alijo de velas, una de las pocas buenas consecuencias de que mi padre fuera un infante de marina, por ser un fanático de la supervivencia. Cuando de niñas veníamos de visita, la electricidad se iba durante cada tormenta, por lo que él había almacenado velas, decidido a vencer a los elementos. Recuerdo que solía burlarme de él, por eso lo llamaba: "acumulador" cuando descubrí todo su armario lleno de velas. Ahora que me quedan pocas, desearía que hubiese guardado más. He mantenido con vida nuestro único encendedor, usándolo con moderación, y sacando un poco de gasolina de la motocicleta una vez cada pocas semanas. Doy gracias a Dios todos los días por la moto de papá, y también estoy agradecida por haberle puesto combustible una última vez; es la única cosa que tenemos que me hace pensar que todavía tenemos una ventaja, que tenemos algo realmente valioso, una manera de sobrevivir, si las cosas se van al infierno. Papá siempre tenía la moto en el pequeño garaje adjunto a la casa, pero cuando llegamos por primera vez, después de la guerra, lo primero que hice fue sacar a darle una vuelta por la colina, hacia el bosque, escondiéndola debajo de arbustos y ramas y espinas tan gruesas que posiblemente nadie podría encontrarla. Pensé que si descubrían nuestra casa, lo primero que harían es revisar el garaje. También estoy agradecida de que mi padre me enseñara a conducirla cuando yo era más joven, a pesar de las protestas de mamá. Fue más difícil aprender a conducirla que la mayoría de las motos, por el sidecar que trae. Recuerdo que cuando tenía doce años, aterrorizada, aprendí a conducirla mientras papá estaba sentado en el sidecar, dándome órdenes cada vez que el motor se me apagaba. Aprendí sobre estas empinadas e implacables carreteras de montaña, y recuerdo haber tenido la sensación de que íbamos a morir. Recuerdo estar mirando por encima del acantilado, viendo la caída, y llorando, insistiendo en que él condujera. Pero él se negaba. Se quedaba allí sentado obstinadamente durante más de una hora, hasta que por fin yo dejaba de llorar y lo intentaba de nuevo. Y de alguna manera, aprendí a manejarla. En resumen, esa fue mi crianza. No he tocado la moto desde el día en que la escondí, y ni siquiera me arriesgo a ir a verla, excepto cuando tengo que sacarle el combustible, e incluso sólo voy a hacerlo por la noche. Me imagino que si alguna vez nos vemos en problemas y necesitamos salir de aquí rápido, pondré a Bree y a Sasha en el sidecar y nos iremos a un lugar seguro. Pero, en realidad, no tengo idea acerca del lugar al que podríamos ir. De todo lo que he visto y escuchado, el resto del mundo es un páramo, lleno de criminales violentos, pandillas y pocos sobrevivientes. Los pocos violentos que han logrado sobrevivir se han congregado en las ciudades, secuestrando y esclavizando a quienquiera que encuentren, ya sea para sus propios fines, o para participar en los enfrentamientos a muerte en los estadios. Supongo que Bree y yo somos de las pocas sobrevivientes que aún viven libremente, por nuestra cuenta, fuera de las ciudades. Y entre los pocos que aún no han muerto de hambre. Enciendo la vela, y Sasha me sigue mientras camino lentamente a través de la casa a oscuras. Supongo que Bree está dormida, y eso me preocupa: normalmente no duerme tanto. Me detengo ante su puerta, indecisa acerca de despertarla. Al estar ahí parada, miro hacia arriba y me asombro de ver mi propio reflejo en el pequeño espejo. Me veo mucho mayor, como cada vez que me veo en el espejo. Mi rostro, delgado y anguloso, está sonrojado por el frío, mi cabello castaño claro me llega a los hombros, enmarcando mi cara, y mis ojos gris acero me miran como si pertenecieran a alguien que no reconozco. Son ojos severos y penetrantes. Papá siempre decía que tenía ojos de lobo. Mamá siempre decía que eran hermosos. No estaba segura de a quién creer. Rápidamente alejo la mirada, no quería verme a mí misma. Extiendo la mano y volteo el espejo para que eso no vuelva a suceder. Poco a poco abro la puerta de Bree. En cuanto lo hago, Sasha entra y corre al lado de Bree, acostándose y apoyando su barbilla sobre su pecho, mientras le lame la cara. Nunca deja de sorprenderme lo unidas que son ellas dos; a veces siento que están más unidas que nosotras. Bree abre lentamente los ojos y los entrecierra en la oscuridad. "¿Brooke?", pregunta. "Soy yo", le digo en voz baja. "Estoy en casa". Ella se sienta y sonríe mientras sus ojos se iluminan con aprecio. Ella se encuentra en un colchón barato en el suelo y se despoja de su delgada manta y comienza a salir de la cama, todavía en piyama. Se mueve más lentamente de lo habitual. Me agacho y le doy un abrazo. "Tengo una sorpresa para ti", le digo, apenas capaz de contener mi emoción. Ella mira hacia arriba con los ojos bien abiertos, y luego los cierra y extiende sus manos, esperando. Ella es tan crédula, tan confiada, que me sorprende. Estoy indecisa sobre qué darle primero, y le doy el chocolate. Meto la mano en el bolsillo, saco la barra, y poco a poco la coloco en la palma de su mano. Ella abre los ojos y mira sus manos, entrecerrando los ojos en la luz; indecisa, acerco la vela.
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