Capítulo 05 | Sillón caliente |

2926 Words
Subo a la cocina, tomando un vaso de agua, observo la soledad de la casa que ha estado habitada solo por mí en tantos años y que la he reformado varias veces solo por aburrimiento o solo tratando de justificar gastar mi dinero, ya que tengo tanto y al mismo tiempo… nada. Poso mis palmas en el mármol de la isla. Al sentir los recuerdos de cuando era pequeño y nadie me quería. Trago con dificultad, recordando a Lauren siempre darme una sonrisa para que fuera un niño más alegre y que me animara con solo su presencia… llegó a ser mi motivación en ese lugar tan oscuro. ─Recuerdo todos los rostros de desilusión que mostraban los adultos al pasar de mí y adoptar a alguien más─ murmuro para mí. Comienzo a sentir un nudo en la garganta formarse con dolor, carraspeo tratando de estabilizarme, pero es tarde, mis ojos se escuecen, ante los sentimientos de un pequeño niño que solo quería una familia y ser querido. Las lágrimas no tardan en molestarme. Levanto la mirada ante un ruido, rápidamente limpio el rastro de las lágrimas con brusquedad y me doy la espalda para lavar el vaso en el lavaplatos. ─Pensé que estabas en el sótano, te he buscado allí─ menciona Sebastián. Suspiro, girándome para mirarle con bolsas de comida en las manos. ─No tienes que comprarme la comida, Sebastián, o por lo menos déjame pagarte lo que has gastado─ digo, haciendo ademán de buscar mi celular para transferirle. ─Olvídalo, hermano, te debo mucho. Cuidaste de mí cuando era pequeño hasta que ya no estuve, así que si puedo intentar pagarte comprándote comida para que almuerces conmigo, estaría bien─ suelta, dándome una sonrisa. Sus ojos marrones son sinceros para mí. Asiento con mi cabeza. Dejo salir aire de mi pecho para ver cómo saca la comida de las bolsas. ─He venido a que comamos y aparte me ayudes con un trabajo, te los iba a llevar más tarde a la oficina pero decidí venir, a ver si te dignas a contarme sobre Lauren y tú… ─No hablemos de eso, por el momento─ declaro rápidamente, tomando lugar a su lado. Visualizo una taza de arroz chino y comienzo a comerlo. Sebastián se queda unos minutos observándome, tratando de escrudiñar en mi mente. Cosa que va a ser imposible ni yo entiendo lo que ocurre en mi cabeza ahora menos que la tormenta ha aparecido y tiene los labios carmesí y ojos misteriosos. Los días pasan con una sospechosa premura, y la ausencia de Lauren durante esos días me llega a incomodar de forma incierta. Termino una llamada de negocios y alborotando mi cabello, camino por la desolada sala, de un lado al otro. Suelto un bufido ofuscado al aire. Súbitamente mi celular llama mi atención pensando qué, podría ser ella con alguna explicación sobre su ausencia. ─Espero una buena excusa sobre tu ausencia─ digo, contestando. ─¿A qué te refieres? Tú eres el que me ha estado evitando─ dice una voz algo molesta, resultando ser, Nadia. ─Oh, Nadia… disculpa, pensé que era otra persona. Ella suelta una risa sarcástica. ─Me encanta tú sinceridad. ─¿A qué se debe tu llamada?─ Inquiero rápidamente, frunciendo el ceño. ─Quiero verte. ─Estoy ocupado─ miento. Vamos, ella es un buen método liberador, pero el estrés que me causa Lauren, solo ella me lo podrá quitar. Ella es la causante de las pocas canas que comienzan a aparecer. ─Kilian, por favor─ suplica, haciéndome soltar una bocanada de aire. ─Bien, tienes media hora─ digo, colgándole. Lanzo el celular en uno de los muebles.  Esto te pasa por andar metiéndote con ella, sabiendo las consecuencias. Me digo mentalmente. Nadia es una buena distracción, no lo puedo negar, pero mierda, se vuelve un dolor de trasero. Un golpeteo en la puerta principal me desconcentra ¿Acaso estaba cerca? Camino hacia la puerta, tomando una bocanada de aire. Cuando muevo el pomo de la puerta y la empujo hacia mí, su rostro de porcelana junto a una perfecta sonrisa color carmesí, me reciben como una tormenta. ─Lauren… Me quedo gélido ante su visita inesperada. Pero, inmediatamente, cambio mi semblante a uno enojado. ─Estorbas─ me indica, obligándome a darle paso.  Arrastra una gran maleta negra detrás de ella, adentrándose a la casa. Le miro confundido. ─¿Qué haces aquí y por qué desapareciste durante estos días?─ Le pregunto cruzando mis brazos detrás de ella. Su atención permanece en los alrededores de la casa, observándola con atención. ─¿Me extrañaste, querididito?─ Inquiere sarcástica. Arrugo el entrecejo de forma fuerte. Se quita las gafas oscuras que no me permitían ver sus ojos, dándome el paso exquisito de ver sus almendrados ojos. ─Mi madre comenzaba a preguntar sobre el porqué, no vivíamos juntos. Bueno, aquí me tienes─ suelta, echándome un balde de agua fría por la noticia.  ─Espera… ¿Eso qué quiere decir? Suelta una alargada exhalación.  ─Pensé que eras más inteligente─ toca su sien con frustración. ─Deja tus chistes para luego─ gruño. ─Vendré a vivir a aquí, debes de tener unas cuantas habitaciones de más. ─¡¿Qué?!─ Exclamo sorprendido.  Pone sus ojos en blanco dándose la vuelta. Toma su maleta, para ir subiendo las escaleras. ─Alto ahí─ le ordeno. ─Tranquilo, tomaré otra habitación… aunque, si la tuya es la más grande, me la quedo─ dice con gracia. ─¡No hay habitaciones para ti!─ Le exclamo frustrado.  ─¿Acaso en el orfanato no te enseñaron a compartir? Porque a mí sí─ Inquiere riendo. ─Supongo que a ti el orfanato no  te enseñó a respetar las casas de los demás─ digo, ofuscado. ─No. ─ Dice, con naturaleza. Siguiendo su camino.  ─Robaba mandarinas del árbol sagrado ¿qué esperabas de mí?─ Suelta, dejándome un recuerdo hermoso plasmado en la mente. La puerta comienza a sonar nuevamente, llevándome al límite de la molestia. Camino enojado, abriéndola. Nadia aparece detrás de ella, con una sonrisa efusiva. Me quedo mirándola perplejo… no es buen momento. ─Nadia, ¿podemos dejarlo para otro día? Yo te llamo─ le susurro, casi empujándola para que Lauren no la vea. Súbitamente, como si la tormenta propia arrasara con todo a su paso, de forma fenomenal y natural. Lauren, abre la puerta de par en par, empujándome a  un lado. Su postura me deja atónito, tan imponente y elegante. Quita esa cara Kilian. Me regaño mentalmente. ─¿No te había mandado a comer espárragos una vez?─Le inquiere Lauren a Nadia, quien con su rostro confundido me observa en forma de súplica. Joder, cualquiera le tendría miedo a Lauren. Nadia, sorprendentemente, frunce su ceño ante Lauren, colocándose más erguida. ─Eres una lambiscona─ suelta Lauren. Nadia, suelta una risa sarcástica. Me quedo inerte, desconcertado ante la escena. ─Tú eres la lambiscona, Kilian no te quiere y tú estás detrás de él… si supieras lo que hemos hecho─ replica Nadia, dándome una mirada sugestiva. Nadia, no sabes con quién te metes. ─Puede ser tu prometido, pero, yo soy la que le da el placer, que debes de tener… escaso─ su mirada escanea el cuerpo de Lauren de forma despectiva.  Lauren, se queda en silencio, bajando la mirada. De repente, una sonrisa ronca, hace que mi piel reaccione. ─¿Estás orgullosa de ser un simple juguete? Que poco valor te tienes querida. Deberías de dejar de rogarle a mi prometido que te abra las piernas. Eso te hace menos mujer. Y para aclarártelo, entre tú y yo, existe una gran diferencia…no te metas conmigo si quieres seguir sonriendo. Ni el mejor cirujano del planeta podrá arreglar lo que podría hacerte. ─Sus palabras me dan escalofríos.  Lauren se da la vuelta, para dejar a Nadia con un gesto molesto. ─¡Él me hizo el amor en el sillón de la casa en la que estás!... quizás en otros lugares─ grita Nadia, echándole leña al fuego.  Lauren se detiene un momento, pero luego, sigue su camino. Desapareciendo de nuestra vista. Observo de forma molesta a Nadia, dándole mi ceño fruncido. Su falta de comportamiento respetuoso ante Lauren, acabó con mis límites. ─Vete. ─ Le ordeno. ─No, cariño… ¿qué? ─Te he dicho que te vayas. Ve a hacerle infiel a tu esposo con otro hombre. Ni se te ocurra volverle a hablar así a mi prometida, o si no, dejaré que ella te haga lo que te ha dicho─  amenazo, cerrando la puerta en su cara desesperada.  Cuando me doy la vuelta, me encuentro con una Lauren imponente, cargando un envase jumbo de combustible. Caminando en mi dirección.  ─¡Espera! No la vayas a quemar viva… créeme, también quiero, pero no es la mejor solución─ le detengo colocando mis manos al aire. Ella detiene su caminar. Reposando su cuerpo de su cadera. ─¿De qué hablas?─ Pregunta confundida. Súbitamente, comienza a verter el combustible en el sillón. ─¡¿Acaso estás loca?! ¡Es un maldito Armani!─Exclamo refiriéndome a lo costoso que es el sillón. ─Te compraré cincuenta de estos si quieres─ murmura de forma pasiva. Repentinamente,  da comienzo a empujarlo en dirección a la puerta. ─Abre la puerta─ me ordena. Respiro ofuscado. Abriendo la puerta para ella. Ella lo sigue empujando hasta dejarlo a las afueras de la casa.  Sacude sus manos, y sacando un encendedor con brillantina, lo enciende lanzándolo hacia el sillón que en combustión comienza a darles paso a las llamas incontrolables. Sostengo mi cabello de forma frustrada, observando cómo se quema. Lauren, me da una sonrisa triunfante. ─¿En qué lugar lo hicieron también?─ Inquiere irónica. ─Solo en ese lugar─ respondo estupefacto. ─Bien─ suelta, dando un brinco en sus tacones. ─¿Estás consiente de que estás mal de la cabeza?─ Le pregunto dejando mis ojos en los de ella. ─Totalmente─ responde guiñándome sugestivamente un ojo. Se da la vuelta, y meneando sus caderas de forma particular. Se adentra a la casa, dejándome con el sillón en llamas.  Rubén viene corriendo con un extintor. Acabando con el pequeño incendio. ─¿La hiciste enojar?─ Me pregunta sofocado. ─No. ─ Respondo abriendo los ojos. ─No quiero saber, cuando sí─ suelta con gracia, negando con la cabeza. ─Ni yo. Entro nuevamente  a la casa, escuchando unos sonidos dudosos que provienen de mi habitación. Comienzo a subir las escaleras con rapidez, observando la puerta abierta de la habitación, mostrándome a una Lauren entusiasmada acomodando las cosas de mi cuarto. Paso lentamente cruzando el arco de la puerta, mirando el desastre de mi ropa en el suelo. Arrugo el entrecejo con disgusto. ─¡Lauren!─ Gruño, haciendo que ella se dé la vuelta rápidamente. Ella se aleja de un sobresalto de aquella puerta blanca que iba a abrir, aquel cuarto pequeño donde algunos recuerdos permanecen plasmados. En el interior, comienza una batalla interna. ¿Podré dejar entrar a alguien ahí nuevamente? Solo han sido dos personas, dos personas que irrefutablemente me dejaron dudar de mí mismo alguna vez. ¿Qué pensabas hacer Lauren? ¿Pensabas abrir aquella puerta que lleva el nombre de mi pequeño infierno grabado? ─Tu habitación tiene el armario más grande, y yo, tengo mucha ropa─ habla de forma tranquila. Caminando hacia la cama, moviendo mis cosas. ─¡Es mi habitación!─ Exclamo, levantando mi ropa. ─¿Qué hay en ese cuarto con llave?─Inquiere obviándome olímpicamente. ─Nada, eso no te importa─ replico molesto. Ella sigue moviendo mis cosas, como si no me hubiera escuchado. ─¡Es mi ropa! ¡Mi casa! ¡Mi armario! ¡Mi maldito mueble quemado de Armani!─ Salgo de mis cabales, comportándome ofuscado. Ella me da una sonrisa. Confundiéndome al extremo. ─Te pareces al niño de Lazy Town. Mío, mío, mío─ canturrea sarcástica. Resoplo enojado. ─Contigo no se puede. Toma todo lo que quieras, dormiré en la otra habitación. ─ Me rindo finalmente, dándome la vuelta.  Sé que en esta, y en ninguna guerra ganaré, si se trata de Lauren. ─¿Tan rápido te rindes? Su voz altanera detrás de mí, me hace detenerme. Al darme la vuelta, sus ojos se encuentran ardientes para mí. Sus labios se disponen a crear una perfecta curvatura sensual, cualquiera en su sano juicio quisiera caer en esos pecadores labios y no volver a saborear otros. Definitivamente, ella es un desquiciado cataclismo o una gloriosa tormenta. Me desordena sin piedad, sin poder saber qué es lo que ocurre cuando ella lo hace. Simplemente, me vuelve un desquiciado, es como si me encantara estar en su maldito desorden y aun así, pensar que es la misma calma. Me acerco a ella, esbozando una sonrisa maquiavélica, ella da unos pasos hacia atrás tropezando con la cama. Sus labios se separan a medias, cuando mi proximidad le embiste. ─Nunca me rindo─ saboreo, cerca de su rostro. Tomándola de la cintura, la sensación de tocarla, me asusta. Una estática sorprendente me invade el cuerpo avasallantemente. ─Suéltame─ gruñe, frunciendo sus labios. No hagas eso, Lauren… todo se vuelve más excitante. ─Tus latidos se vuelven acelerados─ murmuro, con la sonrisa brillando. Ella traga con dificultad. ─Cállate. Suelto una carcajada. ─Sigues siendo la misma chiquilla que me suplicaba, para que te montara encima de mi… eres demasiado traviesa. ─¡Estás confundiendo las cosas! Levanto una ceja de forma sugestiva, al ver cómo le afectan mis palabras. ─Te pedía eso, es para alcanzar las putas mandarinas. Pedazo de pervertido─ escupe, posando las palmas de sus manos en mi pecho, bajo la mirada a ellas, donde su mirada se encuentra. De forma desprevenida, me empuja en contra de ella.  ─¡Vuelves a hacer eso y te juro…! ─¿Qué, qué me harás? Suelta un bufido ofuscado. Dándome a entender, que no tiene una respuesta a eso. Suelto una risa escandalosa. Dándome la vuelta nuevamente, me alejo de ella, con el corazón extrañado. Su cercanía es peligrosa. Llego a la cocina, caminando de un lado al otro. Tener a tu enemigo en la casa, no es buena opción de seguridad y menos cuando le retas de esa manera… podrá cortar mis preciadas bolas cuando ella guste, a media noche, mientras duermo. Me apoyo del mesón apretando los ojos con fuerza, bajo la cabeza con frustración. ─Joder─ farfullo. Dejo escapar una bocanada de aire. Inmediatamente y de forma confusa, imágenes de su mínima cercanía junto a su piel siendo tocada por la mía, me comienzan a perturbar. Ella definitivamente, es el mismísimo demonio. Trato de apaciguar aquellas sensaciones irreconocibles, que me torturan sin piedad. Dejo mi mirada en la lejanía, respirando con fuerza. ¿Qué me estás haciendo? Me cuestiono. ─Con que aquí está el imbécil─ su voz me sobresalta. Llevándome a mirarle con rapidez. Lauren aparece, como si mi mente le hubiera llamado en forma de súplica. Camina como una Diosa, envolviéndome en el más peligroso y excitante momento para obsérvala. Nada de ella ha cambiado. Pero mi corazón no le quiere reconocer, no después de todo. Ella comienza a caminar hacia mí. Levanta su mano para tocar mi hombro y en una acción rápida, me aparto. ─No me toques, demonio─ suelto. Lauren me mira confundida. Pero, seguidamente, se comienza a carcajear como desquiciada. ─¡No te rías! ─Solo mírate… hace unos minutos andabas de imponente y ahora, eres un cachorrito. ─Dice mientras no para de reír. ─Jódete─ farfullo. Detiene su risa, observándome con sus ojos imponentes, incomodándome por milésima vez. Me ardua él no saber, qué causan en mí.  ─Mis padres vienen a cenar─ sus palabras me dejan sordo. ─¿Qué, quieres papa con ciervo?─ Inquiero sarcástico.  ─Kilian, no seas idiota. ─Sí, soy un Dios. ─Eres un imbécil. ─Oh, sí, soy invencible. ─¡Kilian!─ Exclama ofuscada. ─¡Lauren!─repito burlón. ─¿Dejarás la idiotez? ─¡No, nunca dejaré iglesia! ─Puto. ─Amén. Y Dios te bendiga. Tuerce los ojos, enojada. Esbozo una sonrisa victoriosa.  ─Vienen a las siete─ murmura, saliendo de la cocina. Con su bamboleo de caderas, la sonrisa victoriosa, se acaba. Camino detrás de ella, pero, me detengo mirando la puerta de salida. Me direcciono hacia allá. ─¿A dónde irás?─ Me pregunta con una voz confundida.  ─Seguro quieres acomodarte a solas, además, ¿no tendremos una cena, qué comeremos? Sus ojos me miran escrudiñando en mí. ¿Por qué tienen que ser tan intensos?  ─Yo cocinaré─  responde, esbozando una curvatura delicada. ─¿Tú?─Escupo sarcástico.  ─Estuve en clases de etiqueta, cocinar, es uno de las lecciones. Créeme, soy mejor que un chef─ su petulancia me hace soltar una bocanada de aire.  ─Lo que digas─ término diciendo, saliendo de la casa. Mientras su mirada queda clavada en mi nuca, haciéndome sentir invadido. Me introduzco en el auto, conduciéndolo con rapidez para alejarme del lugar. Los arbustos pasan con velocidad por la rapidez en la que voy, mi mente me tortura con todo lo que está ocurriendo. De solo pensar que seguiré con esta mentira, me produce un gran dolor de cabeza. ¿Por qué tanta necesidad con esta mentira? Esa pregunta se arremolina en mi mente por millonésima vez. Tengo que tomar las ventajas del asunto y sacarle la verdad a todo esto. Me detengo en un establecimiento. Cuando entro, un chico con una sonrisa falsa me recibe. ─Necesito tres botellas del mejor champagne y entradas, por favor─ pido rápidamente, evitando su formalidad.  Él balbucea aceptando y se da media vuelta buscando lo que he pedido. Una llamada en mi celular llama mi atención.  Cuando observo quién llama, entro en una confusión ensordecedora. ─¿Kimberly Capuleto?─ Contesto, haciendo un carraspeo al pronunciar su nombre. 
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