PRÓLOGO
Después de rechazar la propuesta de matrimonio de su novio, Silvia Lenfevre pasa por un momento terrible, dónde tres hombres se hacen de ella dejando una huella imborrable.
A pesar de no saber si sus hijos son del producto de ese acto deplorable o del amor entre ella y su ex, Silvia decide tenerlos porque son dos vidas las que crecen en su vientre.
De su ex no sabe nada hasta después de unos años, cuando por cuestiones del destino se encuentran en su pueblo, pero para ese entonces, Arvid Mehmet ya está comprometido con otra mujer a la cuál piensa convertir en su esposa.
Ante el gran parecido con él, Arvid emprende una investigación, encontrándose así con la verdad. Al saber que los hijos de su ex son suyos, emprende una batalla legal por obtener su custodia, pero Silvia no está dispuesta a dejárselo. Son sus hijos y no permitirá que su ex se los quite para criarlos con su futura esposa, la cual le desagrada totalmente.
—Si son míos te los quitaré para criarlos con mi esposa.
—Atrévete, y conocerás una faceta de mí que nunca conociste.
POV DE ARVID
Tras pasar unos años fuera del país regresé, trayendo conmigo a mi novia, con quien tengo una relación de más de dos años y planes de casarme. Debo decir que lo único que falta es; realizar la firma y pararnos frente al preste, porque lo que es convivencia, ya tenemos casi un año viviendo juntos.
No he querido dar el siguiente paso porque hace algunos años decidí proponerle matrimonio a una mujer inmadura que no sabía lo que quería y terminé haciendo el ridículo delante de mis familiares. Cada vez que pienso en propuesta de matrimonio mi mente se trasporta a esa noche.
—¿Qué haces? —musitó en voz baja.
—¿Quieres casarte conmigo?
Silvia estaba consternada, miró a los demás, todos estaban emocionados por la propuesta de matrimonio, excepto ella, parecía que mi petición era una orden de muerte.
—Ya lo hablamos —murmuró. La sonrisa se me borró, parecía que iba a rechazarme, y sí, eso mismo hizo. Aunque no lo dijo, pero retrocedió, miró a mis padres y hermanas para seguido decir—. Lo siento —sin decir más se dio la vuelta y se marchó, dejándome con la mano estirada y de rodillas.
Era cierto, ya lo habíamos hablado en más de una ocasión, de los planes que tenía para su futuro, donde los hijos quedaban para después, ya que retrasaría sus metas y trincaría su objetivo.
Pero ¿Quién dijo que el matrimonio significaba tener hijos y llenarse de ellos? Claro que es parte del matrimonio, pero no precisamente se tiene que hacer en los primeros años de matrimonio, dejando de lado los sueños que se tiene.
Yo estaba dispuesto a apoyarla en todo lo que quisiera realizar, si no quería tener hijos nunca, aceptaría no tenerlos. Lo único que quería era tenerla a mi lado, convertirla en mi esposa, amanecer cada día junto a ella, celebrar juntos nuestros logros y triunfos, ser uno solo hasta el último día de nuestras vidas.
Ella era solo una joven de diecinueve años, comprendía perfectamente que no quisiera aventurarse al matrimonio, pero podía habérmelo dicho, podía haberme pedido hablarlo a solas, no irse como lo hizo.
Yo la amaba con toda mi alma, era una niña que se robó mi corazón como ninguna otra mujer lo hizo. Desde el momento que la vi, caminar por esa plaza de Valleral, sacudiendo su cola forrada en un jean, cuando su hermosa carita se dirigió hacia mi dirección, en el momento que sus hermosos ojos se compactaron con los míos, me robó el corazón. Desde ese día, tuve un motivo de viajar cada fin de semana a ese pueblo, hasta que logré marcarla como mía.
Por ella hubiera dado todo, pero no quiso tenerme en su vida, me hizo a un lado solo por miedo a dar ese paso. En el tiempo de nuestra relación, tuvimos más de una discusión, no tanto como aventuras, pero siempre era yo quien terminaba buscándola. Silvia era muy orgullosa, jamás daba su brazo a torcer.
Luego de rechazar mi propuesta, decidí irme del país por unos días, esperaba que ella fuera a buscarme, y cuando lo hiciera sin pensarlo regresaría, pues la amaba con toda mi alma, y estaba dispuesto a perdonar cualquier cosa que ella me hiciera. No obstante, Silvia nunca me buscó, ella ni siquiera fue a casa a preguntar por mí.
—Olvídate de esa mocosa—dijo mi hermana al día siguiente cuando la llamé a preguntar si Silvia había ido a buscarme—. ¿Qué no es suficiente lo que te hizo ayer? Por Dios Arvid, ya daté cuenta que esa pobre diabla no te quiere.
Me encuentro descendiendo en el pueblo donde mis padres se criaron y donde tienen planificado mudarse para pasar sus últimos años. Por eso estoy aquí, por esa razón regresé, para ayudarles con la mudanza, sobre todo, tomar el mando de la aeronáutica.
Hay tantos recuerdos en este pueblo, mirar ese alto cerro me trae un torrente de remembranzas que me hacen perder por un momento, no es hasta que Lara toma mi mano y dice que el lugar le parece impresionante que regreso de mis lejanos pensamientos.
Como cada año, en las fiestas de este pueblo se realizan carrera de pura sangre, al bajar del helicóptero nos vamos directo al hipódromo porque estamos algo atrasados.
Antes de que la carrera empiece, decido ir por unos refrescos para mí y mi familia. Estoy en espera de que me entreguen el pedido, cuando creo me toca, una miniatura de mano agarra mi refresco.
—Es mío —replica con voz fría. Al girarse y dejarme ver su rostro, me quedo perplejo. ¿Que tendrá? ¿Unos cuatro años? —¿Sabe que debe respetar los turnos? ¿No le enseñó su mamá eso? Porque la mía me ha enseñado que hasta los animales merecen respeto. Así que, ahora es mi turno, porque este refresco es para “roco”, él tiene más tiempo esperando que usted.
Coloca el refresco en frente del perro, este empieza a pasar su lengua por el refresco y a gemir mientras mueve su larga cola. Estoy consternado por las palabras de ese niño, incluso por como ese perro se refresca primero que yo, más aún, con las facciones de ese pequeño que me recuerda a las fotografías en los álbumes que mi madre guarda.
—Adam, la abuela espera por ti —escucho esa voz y me giro. Al ver otra miniatura de humano parecido a este abro los ojos con asombro.
Dos niños, de cuatro años, con unas facciones parecidas a las mías, en un pueblo donde he venido más de una vez, en el mismo que encontré una novia con la que salí algún tiempo, ¿qué significa esto?
Aparto la mirada y la poso en el otro, este me mira con el ceño fruncido, también frunzo el mío ante su mirada profunda y ese fruncimiento. —Amor, estamos esperando —Lara hace que pierda el contacto visual con ese chiquillo—. Hace mucho calor —ventea su rostro con ambas manos, se para a mi lado y suelta un grito al momento que el perro gruñe.
—A roco no le gusta que se acerquen cuando está disfrutando su refresco.
—Ese perro no debe estar aquí. Deben sacar ese perro, por poco me muerde.
—Roco no tiene por qué irse, porque llegamos primero, si no quiere tenerlo cerca, váyase usted.
—Adam Lenfevre ¿Hasta qué hora tenemos que esperarte? —giro el rostro hacia esa mujer. No la conozco, pero ese apellido que dijo, sí que lo conocía. Y aquello me deja consternado.
—¿Usted es la madre? Debe educar más a su hijo, sobre todo, no permitir que cargue ese mugriento perro en lugares de esta clase. Cuanta pulgas no ha de dejar ahí.
—Roco no es mugroso, se baña todos los días, las pulgas son sus enemigas —replica el niño.
La mujer sonríe tímidamente—. Disculpe señorita, ahora mismo nos retiramos —agarra el pozuelo del perro, en la misma mano la cuerda, de la otra al niño y procede a irse.
—Alto —digo logrando que se detengan— ¿Quién es la madre de ese niño? —era visto que esa mujer no lo era. Su piel canela y sus facciones no se comparaban aquel chiquillo, más que todo, ese apellido. Aunque la familia Lenfevre era muy grande en este pueblo, podría ser de cualquiera de los primos de ella.
—No se lo diré, no permitiré que le vaya a dar querella a mi madre, porque ella tiene que estar tranquila.
Anuncian el inicio de la carrera, dirijo el rostro hacia donde proviene la voz del parlante. Cuando vuelvo la mirada a ellos ya se han alejado.
—¿Volvemos? —asiento. Pero antes agarro los refrescos, le extiendo uno, pero lo rechaza. Olvido que no le gusta comer de los pequeños locales públicos. A mí tampoco, pero hace mucho calor, y cuando era niño y venía a estos lugares, mi padre solía comprármelos y me quitaban el calor, sobre todo, eran muy buenos.
Agarro la canasta y junto a Lara me dirijo donde se encuentran los demás. Le entrego a cada uno sus refrescos y procedo a sentarme, con esas dos imágenes en mi cabeza.
Aunque tengo la mirada centrada en el centro, no estoy escuchando lo que se dice de aquel caballo, mi mente está en otra parte. La verdad es que no me gusta este tipo de cosas. Eso de ver correr a los animales con una persona sobre estos no me parece nada agradable. Pero por complacer a mis padres estoy aquí, haciendo acto de presencia, además, mi futura esposa sí que ama este tipo de deporte, en eso me recuerda a… alguien.
Acomodo mis gafas de sol para observar la presentación. El sol radiante ilumina el imponente hipódromo, donde el ruido del público emocionado se mezcla con los relinchos de los caballos.
En ese momento, un gran telón de color rojo carmesí se alza en el centro del campo de carreras, revelando un majestuoso caballo castaño llamado “místico”.
El presentador, vestido elegantemente, con micrófono en mano anuncia con voz enérgica—. Haremos la presentación de uno de los competidores más prometedores de la temporada: místico.
Mientras el presentador pronuncia esas palabras, el caballo emerge con gracia de las sombras detrás del telón. Su pelaje brilla bajo la luz del sol, revelando una musculatura impresionante y una mirada llena de determinación. El potente corcel parece capaz de conquistar cualquier pista de carreras.
—místico es un magnífico purasangre de origen italiano, criado con el más alto nivel de cuidado y entrenamiento. Aunque no posee un linaje de campeones en su árbol genealógico, ha demostrado una velocidad y resistencia excepcionales en sus carreras previas.
El público esta hipnotizado mientras observa a místico, en cambio yo, no despego la mirada de su jinete, vestido con el característico traje de seda en los colores del establo, quien se acerca para unirse a la presentación.
—Su jinete, Silvia Lenfevre, de veinticuatro años. Ella es una extraordinaria joven con la capacidad de dominar a místico y juntos planean conquistar la primera roseta, para místico, porque esa extraordinaria jinete, ya tiene más de una medalla.
Mientras hacen la presentación, la mirada de todos mis familiares se posa en mí. Al tener las gafas puestas, no dejo de contemplar a esa mujer. Sabía que existía un 99% de posibilidades que la encontrara aquí, incluso en la carrera. Pero aun así me aferraba a ese 1% de que eso no ocurriera.
Tengo años que no la veo, menos escucho hablar sobre ella. No despego la mirada de su figura, menos de aquel brazo alzado saludando al público. Cuando su mirada se posa en nuestra dirección retiro las gafas dejando mi mirada puesta en la suya. Aunque una larga distancia nos separa, sé que puede verme, la expresión de su rostro me lo hace saber.
Inconscientemente llevo la mano a la de Lara, la entrelazo y así la observo partir.
El público estalla en aplausos y gritos de emoción mientras místico y su jinete abandonan el escenario y se dirigen hacia la pista.
—¿Estás bien? ¿Te sientes abrumado en este lugar?
—Si, estoy bien.
Sabe que no soy amante de este deporte por eso lo pregunta, porque ella no tiene ni idea de quien es esa mujer que acaban de presentar y lo que significó en mi vida. Digo significó, porque Silvia Lenfevre ya no significa nada para mí. Desde el día en que me dejó con la mano estirada, me propuse a sacarla de mi corazón y lo logré. Conocer a Lara fue lo mejor que me pudo suceder.