Fernando Davis estaba de pie en el despacho del abogado de su familia, con el semblante serio y el cuerpo tenso, mientras escuchaba atentamente cada palabra. Apenas hacía dos días que su padre había fallecido, y aunque el dolor le pesaba en el corazón, su rostro permanecía imperturbable. No había derramado ni una lágrima, y no porque no lo quisiera, sino porque su padre, el formidable Eduardo Davis, le había enseñado desde pequeño a contener sus emociones y a ser fuerte. En la mente de Eduardo, las emociones eran una debilidad; y Fernando había aprendido bien esa lección.
El abogado, un hombre mayor con gafas delgadas y una expresión casi solemne, hojeaba las páginas del testamento con la misma seriedad con la que leería un juramento. Finalmente, detuvo su vista en un párrafo que parecía destacar entre los demás y lo leyó en voz alta, con una ligera pausa para asegurarse de que Fernando comprendiera la importancia de esas palabras.
—"Dejo el control de la empresa Davis & Compañía a mi único hijo, Fernando Davis, bajo una condición…" —el abogado levantó la vista y observó a Fernando, quien lo miraba con los ojos entrecerrados, atento—. "Fernando deberá casarse en un plazo no mayor a tres meses desde la fecha de mi fallecimiento. De no cumplir esta condición, el control y la dirección de la empresa serán transferidos a la junta directiva, y Fernando perderá toda autoridad sobre ella".
Fernando sintió un golpe de frío recorrerle la espalda. Por un momento, había pensado que, con la muerte de su padre, finalmente tendría la libertad para llevar la empresa de la manera en que él quisiera, sin las órdenes de alguien más. Pero esta última jugada de su padre había sido la más dura. ¿Casarse? Justamente él, que siempre había tenido claro que no deseaba un matrimonio por conveniencia, ni siquiera por interés. Para él, el matrimonio debía basarse en algo más profundo, en un sentimiento genuino. Y la idea de estar atado a alguien sin amor le resultaba absurda.
Se mantuvo en silencio, procesando la situación. Su padre lo había hecho a propósito. Siempre lo supo. Nunca le había agradado que Fernando se resistiera a casarse, y ahora, incluso después de muerto, había encontrado la forma de presionarlo. Fernando reprimió un suspiro. Era un truco cruel, pero tenía que admitir que, viniendo de su padre, no le sorprendía.
Pero lo que realmente le sorprendió fue el rostro que de repente apareció en su mente. Recordó a la hija de los Carson. Sofía. Una joven que había visto en varias ocasiones en los eventos de sociedad a los que su padre lo obligaba a asistir. Sofía Carson, con su sonrisa radiante y su cabello castaño que parecía brillar incluso en la penumbra. Era una belleza que no pasaba desapercibida para nadie, pero había algo más en ella, algo que Fernando no lograba definir.
La había intentado conocer, pero no había sido fácil. Cuando trató de acercarse, ella lo ignoró con una frialdad que no había anticipado. No lo tomó personal, pero aquella reacción lo dejó con una sensación amarga. Aún así, él no había podido olvidarla.
—¿Tres meses, dice? —preguntó Fernando al abogado, rompiendo el silencio que había caído sobre el despacho.
—Así es. El plazo está establecido con claridad en el testamento —respondió el abogado—. Sé que es una condición inusual, pero su padre era… bueno, un hombre de principios bastante… estrictos.
Fernando asintió lentamente. Era más que estrictos, pero prefirió no hacer comentarios.
¿Qué posibilidades había de encontrar a alguien con quien realmente quisiera casarse en ese tiempo? Tres meses eran muy poco tiempo. La sociedad en la que vivía estaba llena de compromisos vacíos y relaciones de conveniencia, y Fernando odiaba esa superficialidad. Además, su padre había dejado bien claro su desprecio por las relaciones sin propósito. Pero en ese momento, el rostro de Sofía Carson volvió a su mente. La idea de casarse por interés le parecía absurda… pero si debía hacerlo, preferiría que fuera con ella.
Sin embargo, Fernando sabía bien que aquello era casi imposible. Sofía Carson era hija de una familia prominente, y si lo había ignorado antes, era poco probable que la situación ahora fuera diferente. Además, conocía su reputación: una joven con fuertes convicciones y una personalidad que muchos decían era tan rebelde como encantadora. ¿Realmente habría una posibilidad de acercarse a ella?
Fernando miró al abogado y se puso de pie, dándose cuenta de que no podía quedarse más tiempo en ese despacho. Necesitaba pensar, encontrar una salida a esta situación antes de que el tiempo se le escapara de las manos.
—Gracias por su tiempo —dijo, sin esperar a escuchar más—. Me pondré en contacto en unos días.
El abogado asintió y observó cómo Fernando abandonaba el despacho, con una mirada que denotaba preocupación, pero también comprensión. Era evidente que el peso de aquella condición era difícil de soportar, y aunque Fernando trataba de mantener la compostura, sabía que su vida acababa de cambiar de una forma drástica.
Al salir del edificio, Fernando miró al cielo, con una mezcla de resignación y determinación.
—Si tengo que casarme, que sea con alguien que realmente me importe —murmuró para sí mismo, y, en el fondo de su mente, los ojos de Sofía brillaron una vez más.
¿Sería capaz de ganarse el corazón de Sofía Carson en tan solo tres meses?
Fernando caminaba absorto en sus pensamientos. La idea de casarse en tres meses le parecía tan absurda que aún no sabía si debía reír o enfadarse. Se preguntaba cómo enfrentarse a la realidad de buscar esposa en tan poco tiempo sin sucumbir a las reglas frías de los matrimonios de conveniencia que tanto detestaba.
Pero, a veces, el destino tiene una forma peculiar de intervenir, especialmente cuando las personas menos esperan.