Los días pasaron con lentitud, y no dejé de pensar en Jordano, en la imagen de su partida. Sin embargo, lo más importante en este momento era que estaba cuidando a mi esposo enfermo, cumpliendo así la promesa que hice el día de nuestra boda.
—Amor, he estado pensando en algo—me dijo Gerónimo mientras veíamos una película juntos.
—¿Qué es lo que piensas, cariño?
—Mi pronóstico de salud es muy grave. Creo que en lugar de seguir ahorrando, deberíamos ir al banco, levantar la restricción del fondo mancomunal y usarlo—Me miró con intensidad. No podía creer lo que decía. Durante todos los años de nuestro matrimonio, él siempre había querido conservar ese dinero para asegurar nuestro futuro.
—¿Gastarlo? Pero Gerónimo, ese fondo es para nuestro futuro, nuestros planes, nuestro negocio. Además, no me has mostrado tu diagnóstico. Creo que deberíamos obtener más opiniones médicas. Conozco a los mejores especialistas; ellos podrían ofrecernos mejores alternativas.
Gerónimo se acercó y me miró fijamente, tomando mi mejilla con su mano.
—Querida, voy a morir. Mi tiempo ha llegado. Lo único que estoy haciendo ahora es aprovechar los últimos días a tu lado, como prometimos en nuestro matrimonio, estar juntos hasta el final—su voz era tan suave que me hizo sentir muy mal escuchar esas palabras. No quería que mi esposo muriera, a pesar del dolor que me había causado.
—No te vas a morir, yo, como médica, no permitiré eso. Escucha, Gerónimo, aunque hemos tenido problemas y nuestro matrimonio atraviesa un mal momento, puedes contar conmigo de verdad. No me importa lo que estés pasando, ¿me entiendes?—Gerónimo me miró, sus ojos se llenaron de lágrimas que empezaron a caer.
—Gracias, amor, por todo lo que estás haciendo por mí. Pero considera lo que te propuse. Mañana iremos al banco y planificaremos ese gran viaje a Europa que siempre soñamos. Haremos todo lo que hemos anhelado antes de que yo ya no esté aquí—le dije mientras lo abrazaba con fuerza, necesitando también ese consuelo. Mi esposo estaba a punto de morir.
Gerónimo empezó a besarme. Hacía mucho tiempo que no había intimidad entre nosotros, pues me había costado superar el episodio del abuso reciente. Intenté resistirme, pero su ternura comenzó a llegar a mi corazón. Él simplemente intentaba recuperar el tiempo perdido, y sentí que debía corresponderle.
Tuvimos relaciones de la forma tradicional. No sentí nada, ya que realmente no me provocaba deseo. Comprendí que ya no amaba a mi esposo con la misma intensidad que antes, y me lamentaba porque era cuando más necesitaba mi apoyo y compañía.
Al día siguiente, siguiendo el deseo de mi esposo, procedimos a retirar el dinero del fondo mancomunal. No me había detenido a revisar cuánto teníamos en el banco, y la verdad es que nuestro ahorro constante había generado una rentabilidad considerable. Contábamos con más de treinta millones. Aunque eran los ahorros de casi once años, era una suma importante que nos daba un capital sólido. Podríamos iniciar nuestra propia empresa si así lo deseáramos y independizarnos de nuestros trabajos.
—Gracias por acceder a esto, amor. Sé que fuiste muy disciplinada con este ahorro, pero ahora ambos vamos a disfrutarlo. Lamento haberte puesto en esta situación, pero lo único que quiero es que aprovechemos juntos el fruto de nuestro esfuerzo—dijo Gerónimo con una gran sonrisa. Para él, retirar el dinero del fondo era como ganar la lotería. Para hacerlo, necesitábamos la firma de ambos, y nunca habíamos tenido la necesidad de hacerlo antes, ya que siempre gozamos de estabilidad económica.
—No te preocupes, amor. Tienes razón, debemos disfrutar el dinero. Pero hay algo importante que creo que debemos resolver de inmediato—dije, notando cómo el rostro de Gerónimo se tornaba pálido.
—¿Qué sucede, Margaret? —preguntó con preocupación.
—Quiero que usemos ese dinero para contratar a los mejores especialistas. Quiero hacer todo lo posible por salvar tu vida, y si eso implica viajar a otro país en busca de mejor atención, lo haremos. El dinero es reemplazable, y así como pudimos acumular esta cantidad, estoy segura de que podemos empezar de nuevo con un ahorro desde cero. No puedes rechazar esta idea, tu salud es lo más importante ahora.
Gerónimo permaneció en silencio por unos momentos, todavía pálido y sin poder pronunciar palabra.
—Amor, no hay nada que hacer por mí. ¿Acaso crees que no he hecho todo lo que me has sugerido antes de hablar contigo? Cada centavo que ganaba lo invertía en especialistas y exámenes. He hecho todo lo posible.
Gerónimo parecía sincero, pero había algo que no me terminaba de convencer.
—¿Significa que ya sabías de tu enfermedad desde antes de decírmelo?
—Sí, desde hace aproximadamente un año, pero mi condición ha avanzado mucho y ya no hay nada que hacer.
—Pensé que apenas estaba comenzando, ya que no has mostrado síntomas graves de un tumor cerebral. Generalmente, los pacientes con enfermedades avanzadas pasan por una cirugía, los síntomas son muy visibles y los cambios físicos son notables. Por eso creo que es necesario buscar otras opiniones médicas.
—¿Margareth, estás dudando de mí? ¿Crees que jugaría con algo tan serio? Sé que te he dado razones para desconfiar debido a mi desliz, pero pensar que te mentiría sobre mi enfermedad me decepciona.
Gerónimo bajó la cabeza y comenzó a llorar como un niño pequeño. No era que desconfiara de él; de hecho, su infidelidad ya estaba olvidada. Solo quería estar segura de la exactitud de su diagnóstico.
—No, Gerónimo, no necesitas ponerte así. Eso solo empeorará tu salud. Solo quiero estar segura de que no hay nada más que podamos hacer. No quiero perderte. ¿Cómo puedo hacerte entender que la idea de perder a la única persona que tengo me llena de terror?
—Pero tenemos que enfrentar esta situación, amor. Más tarde compraré los boletos para nuestro viaje a Europa. Será una experiencia maravillosa y recorreremos todos los países.
—No te preocupes por eso. Déjame encender mi computadora y lo organizamos juntos.
—No, querida, mañana cuando estés en el trabajo lo haré yo. No quiero darte más cargas.
—Está bien, lo haré yo—dije mientras me dirigía a la cocina, aún confundida. Esa mañana, en el banco, mi esposo no parecía estar enfermo; en realidad, no daba la impresión de tener un tumor cerebral. Entendía por qué no había regresado a su trabajo debido a esto, pero solo pasaba el tiempo frente al televisor y no hacía nada más. Cuando no estaba viendo televisión, estaba absorto en su teléfono.
No quería emitir juicios sin conocer toda la verdad, así que para resolver mis dudas, por la noche le preparé un té para ayudarle a dormir y lo dejé descansar profundamente. Luego tomé fotos de todos los exámenes que me había mostrado y que había realizado. Quería confirmar con especialistas la gravedad de su enfermedad. Hasta ese momento no tenía sospechas, pero después de retirar el dinero del fondo, necesitaba asegurarme de la veracidad de todo lo que estaba ocurriendo.