La luz del amanecer penetra mis ojos y los lametones de Lulu en mis pies me hacen darme cuenta de que el día ya ha comenzado. Por un momento, había perdido la noción de dónde estaba. Abrí los ojos y miré a mi lado: Jordano estaba profundamente dormido y, incluso en ese estado, se veía increíblemente atractivo. Me levanté con cuidado, tratando de no hacer ruido, dispuesta a recoger mi ropa para irme, pero su brazo me sorprendió y me hizo volver a la cama.
—¿A dónde crees que vas, hermosa princesa? —Su voz somnolienta sonó sorprendentemente dulce.
—Debo irme ya, tengo consultas en el hospital. He fallado demasiado y, sinceramente, podría perder mi trabajo.
—Quiero que te quedes conmigo hoy —me propuso, y era la oferta más tentadora que había recibido en años. Parecía un verdadero paraíso, pero tenía que enfrentar mis problemas.
—No puedo, Jordano, me encantaría, pero hay asuntos que debo resolver —respondí. Jordano se estiró y me miró fijamente, serio y con interés.
—No quiero que vuelvas a ver a tu esposo. Si ese hombre te vuelve a golpear, te juro que lo mataré, Margaret, te lo prometo, lo haré con mis propias manos.
—No me gusta que hables así, Jordano, me asustas. Sabes que no es saludable hablar de esa manera —le respondí, confundida y decepcionada por no conocer completamente a la persona con la que me estaba involucrando.
—Hablo en sentido figurado, pero no te prometo que, si ese desgraciado te golpea, no le rompa la cara en mil pedazos. ¿Lo entiendes? No tiene derecho a causarte ni el más mínimo sufrimiento —me dijo Jordano, tomando mi cintura, atrayéndome hacia él, y dándome un abrazo y un beso antes de despedirse.
Solo tomé una rápida ducha, recogí a mi perrita y me fui, nerviosa. Al llegar a casa, como esperaba, Gerónimo estaba allí, y el aroma a comida llenaba el aire. No entendía en absoluto qué estaba pasando.
—Buenos días, esposa mía. Ya hablé con Ginna y me informó que estabas con ella. Amor, necesitamos hablar —dijo Gerónimo, mientras yo lo miraba completamente desconcertada. Tomé mi teléfono y vi que tenía múltiples llamadas perdidas y mensajes de Ginna.
«Sé que estás con Jordano, Jonás me lo dijo. Ten cuidado. Dije que estabas conmigo. Te quiero.»
Guardé mi teléfono rápidamente y me enfrenté a Gerónimo.
—Sí, es necesario que hablemos. Necesitamos divorciarnos de inmediato. Gerónimo, ya no quiero estar contigo. Lo que me hiciste la otra noche es imperdonable. Puedo perdonar hasta tu infidelidad, pero el abuso y la violencia que sufrí, eso no. —No me tomé la molestia de ser sutil; estaba decidida a todo.
—No, mi amor, debes entender que no podemos tirar a la basura tantos años de matrimonio. Por favor, necesito que me escuches, necesito que me perdones. Sé que lo que pasó la otra noche no tiene nombre, y mucho menos perdón, pero hay algo que no sabes, algo importante que está causando varios cambios en mi estado de ánimo.
—A ver, Gerónimo, no pienses que vas a manipularme. Sabes perfectamente lo que pasó; no puedes decirme que te convertiste en un maltratador y abusador por alguna justificación.
—Aunque no me lo creas, sí, mi amor. Quiero que vayamos a terapia de pareja y tratemos de recuperar lo que hemos perdido. Además, voy a morir muy pronto.
Lo miré, completamente desconcertada. ¿En serio estaba tratando de manipularme? No había nada en el mundo que pudiera cambiar mi decisión.
—Mira estos exámenes médicos y léelos, por favor. Es importante que lo tomes con calma. Tú, como médica, sabes cómo son las cosas, así que nadie mejor que tú para comprender lo que trato de decirte.
Tomé el sobre que me entregó; contenía imágenes diagnósticas y varios documentos. Al comenzar a leer, un profundo vacío se apoderó de mi estómago. No podía creer lo que estaba viendo. Revisé, confirmé, y luego me senté en el comedor.
—¿Cuándo te enteraste de esto, Gerónimo?
—Hace poco, creo que hace un par de meses. He tenido algunos problemas de salud y este es mi diagnóstico.
—¡¿Esto no puede ser cierto?! —dije mientras revisaba una y otra vez los resultados de los exámenes.
—¿Qué es lo que no puedes creer? ¿Que me voy a morir?
—Gerónimo, no te vas a morir.
—Sí, me voy a morir, y por eso mismo quiero pasar mis últimos días contigo. Por todo el amor y las cosas buenas que compartimos, necesito que me perdones. Mira cuánto tiempo me queda —dijo, con un aire de culpa y pesadumbre. Me levanté y lo abracé con fuerza, brindándole consuelo. Al casarme, juré estar con él en la salud y en la enfermedad, y ahora él me necesitaba en la enfermedad.
—¿Qué significa eso, Margaret? ¿Me has perdonado?
—No, lo que significa es que te voy a apoyar en tu enfermedad. Como médica y como amiga, estaré contigo.
—Mi amor, por favor, quédate a mi lado. Voy a morir, y mi último deseo es estar contigo en mis últimos días. Tomemos nuestro fondo mancomunal y viajemos, hagamos las cosas que siempre quisimos hacer. No me dejes ahora que más te necesito.
Sus palabras sonaban tan sinceras, y su pálido rostro reflejaba honestidad. Aunque me costaba creer en él, Gerónimo era lo más cercano que tenía a una familia, y la idea de perderlo me estaba destrozando por dentro. En ese momento, olvidé por completo lo que estaba pasando con Jordano, pues estábamos enfrentando un tumor cerebral que posiblemente acabaría con la vida de mi marido, y su único deseo era estar conmigo.
—Necesito pensarlo. Me parece bien que busquemos terapia de pareja, pero lo más importante es que sigas con tu tratamiento y trates de que tu salud no empeore. Haré todo lo posible con mis contactos médicos para salvar tu vida —le dije, con una mirada apenada.
—No te preocupes por mi tratamiento; estoy siendo atendido por los mejores médicos del país. Además, te tengo aquí en casa; nadie mejor que tú para ser mi médica personal. Solo quiero escuchar que me perdonas y que me darás una nueva oportunidad.
—No lo sé, Gerónimo, no lo sé. Ya te dije que necesito pensarlo. Claro, puedo brindarte mi atención médica, pero me acabo de enterar de tu infidelidad, y no sé desde hace cuánto tiempo, además de los abusos que me has hecho. ¿Cómo puedo volver a confiar en ti?
—Precisamente por todo el daño que te he causado, estoy tan arrepentido. Nunca debí abandonarte sin pensar en lo que significabas para mí, nuestra familia, nuestro hogar, nuestra Lulu. Siempre quise tener hijos contigo, pero ahora eso parece irse al olvido, porque me voy a morir —dijo Gerónimo, con la voz quebrada. Quería llorar con él. Si él no me hubiera hecho tanto daño, probablemente estaría moviendo cielo y tierra para salvar su vida.
—Dame tiempo para pensarlo, Gerónimo. La verdad, no estoy muy contenta con todo lo que ha sucedido. Solo necesito unos días, ¿te parece bien?
—Por supuesto, preciosa. ¿Quieres desayunar? He preparado un delicioso omelette y un café cappuccino, como te gusta. Ven y siéntate, no me digas que no.
Me dirigí al comedor, sintiéndome culpable y miserable. Me daba cuenta de que estaba actuando de manera similar a como lo hacía mi esposo, pero ahora él estaba arrepentido y parecía que la vida le estaba cobrando el daño que me hizo. Aunque deseaba que estuviera lejos de mí y tal vez destruido o arruinado, la idea de verlo muerto me resultaba insoportable. Pensar en esa posibilidad me desgarraba el alma.
—Gracias, sí comeré algo —le respondí. Me senté a su lado y comenzamos a desayunar. El peso de la culpa ni siquiera me permitía masticar. Si decidía quedarme con él mientras su salud mejoraba o para cuidarlo, era necesario cortar todo vínculo con Jordano. Aunque mi relación con él era puramente s****l, lo cual hacía que fuera sencillo sacarlo de mi vida, bloqueándolo del teléfono y eliminando cualquier contacto. Que se quedara con el dinero que le presté no era un problema, después de todo, yo se lo había ofrecido.
Ese día me desconecté completamente de mi teléfono, ignorando los mensajes de Jordano. No sabía cómo decirle que debía ausentarme. Aunque él había confiado en mí con la situación de su madre, ahora era mucho más importante estar al tanto de Gerónimo. Si era verdad que él iba a fallecer, después de su muerte, tendría que comenzar de nuevo.