Capítulo 7 El dolor de estar casada

1061 Words
Punto de vista Margaret Después de una noche de emociones desbordantes, no guardaba rencor alguno en ese momento. Cuando mi esposo llegara, lo recibiría con el afecto que merecía. Después de todo, él era el hombre con el que me casé y aún lo amaba profundamente. Gerónimo llegaría esa misma tarde. Me aseguré de eliminar cualquier rastro de desorden en el apartamento, dejándolo impecable. Tomé varias duchas para asegurarme de no quedar rastro alguno de mi joven amante. Preparé una cena saludable y la mesa estaba lista con velas y una exquisita botella de vino. Me puse un hermoso vestido rosa corto, ligeramente ceñido, y un maquillaje suave, lista para recibirlo. Cuando sonó el timbre, supe que era él. — ¡Hola, cariño! — exclamé mientras él se acercaba y me daba besos en las mejillas, abrazándome con fuerza. Traía consigo un ramo de flores, las mismas que siempre compraba en el semáforo de camino a casa. ¡Qué predecible y encantador a la vez! — ¿Cómo fue tu viaje, querido? Realmente te extrañé mucho — le dije mientras lo observaba detenidamente. Había descuidado un poco su salud y físico; se le notaba cansado y había ganado peso. Me sentí apenada al verlo así; el exceso de trabajo parecía estar pasándole factura. —Bien querida, pero muero de hambre — dijo mientras se dirigía directo al comedor. Era tan predecible que ya sabía que la cena estaría lista para ambos. —Sígueme, mi amor. Sabía que vendrías listo para cenar como siempre. ¿Cómo estuvo tu viaje? — pregunté mientras él tomaba asiento y comenzaba a comer con su habitual rutina. Mientras devoraba su comida, él hablaba animadamente sobre los numerosos negocios que tenía con mi padre, y cómo cada uno de ellos se volvía cada vez más próspero. Sin embargo, no se molestaba en preguntarme cómo había estado mi vida, ni siquiera cómo había sido mi día. —Bueno querida, como te decía, las cosas allá están muy bien. Pronto volveré a la ciudad y estaremos juntos todo el tiempo de nuevo — dijo con una seguridad que me hacía sentir como si mi opinión no importara. —Está bien, mi amor. Por mí no hay problema. Sé que eres un hombre de negocios y que necesitas trabajar. —Pero he descuidado mucho a mi pequeña doctora — dijo con tono aparentemente comprensivo. —Mañana que estás de vacaciones, aprovecharemos para hacer un viaje corto. Iremos a una villa cercana, almorzaremos fuera de la ciudad y tal vez nademos un poco. — ¡Me parece genial! ¿Cuántos días nos iremos? — pregunté entusiasmada. —Solamente por mañana, mi amor. Pasado mañana debo regresar a la rutina — respondió con tranquilidad. — ¿Qué? ¿Solo te quedarás un par de días? Me parece increíble — murmuré, sintiendo una mezcla de sorpresa y decepción. —En fin, será aprovecharlos. Desde ese momento, la cena transcurrió en silencio. Para mí era incómodo, pero parecía que mi esposo lo disfrutaba. Era un silencio largo, sin pretensiones, que confirmaba que lo único que nos unía era el dinero que compartimos en el banco. Al terminar la cena, él recogió los platos como siempre y comenzó su protocolo nocturno. Yo deseaba estar con él en ese momento, quería que me tomara, entregarme completamente. No era por amor, solo quería saciar el deseo que el hombre con el que había estado esa mañana, por contrato, había despertado en mí. Así que me dirigí a la habitación y me puse un pequeño baby-doll con la intención de seducirlo. Sabía que mi cuerpo ya no estaba como cuando nos casamos, pero él tampoco estaba en su mejor forma. Podríamos entendernos perfectamente en ese momento. Me recosté en la cama con las piernas ligeramente abiertas, mi deseo elevado y el dulce recuerdo de la mañana aún fresco en mi mente. Estaba decidida a seducir a mi amado esposo, convencida de que la noche anterior había sido solo un desliz debido a la soledad. Cuando él entró en la habitación después de su rutina, sus ojos se abrieron ampliamente, lo que me emocionó. Pensé que esa noche estaría llena de placer. —Vaya, mi amor, parece que me estabas esperando con ansias locas — él se acercó hacia mí, pero solo me dio un beso en la mejilla. —Estoy muy cansado, fue un largo viaje — dijo, y mi emoción se desvaneció. ¿Qué? —Mi amor, ¿recuerdas cuándo fue la última vez que estuvimos juntos? Te extraño — le tomé la mano y la guie hacia mi entrepierna húmeda. —No lo recuerdo, pero será mañana, querida. Estoy muy cansado — se recostó en mi pecho y en menos de cinco minutos, estaba profundamente dormido, roncando suavemente. Su falta de interés me dejó decepcionada y sin ganas. Me encontré obligada a dormir al son de sus ronquidos, aceptando que me casé enamorada pero sin esperar esta clase de relación para mi vida. Esa mañana había descubierto que mis deseos estaban a flor de piel, que estaba dispuesta a pagar una y mil veces por satisfacción y no sentiría remordimientos, pues mi esposo no respondía a mis impulsos. Me recosté a su lado, intenté tocarme, pero las ganas se desvanecieron por completo. Al siguiente día, me levanté y él ya no estaba. — ¿Gerónimo? ¿Dónde estás, mi amor? — llamé mientras salía hacia la cocina, pero él ya no estaba allí. — Amor, ¿dónde estás? — me pareció extraño no verlo. Vi una nota sobre la mesa del comedor... "Querida, tuve que viajar. Te vi tan dormida que no quise despertarte. Perdóname por arruinar nuestras vacaciones. Te dejé 500 dólares, cómprate algo bonito." Salí corriendo hacia la habitación y tomé mi teléfono, lo llamé, pero no contestó. Sentí cómo mi corazón se partía en mil pedazos. Mi esposo, mi amor, se había ido sin siquiera despedirse de mí, tan frío y calculador. Romí la nota en mil pedazos, los mismos en los que mi corazón se resquebrajaba por su maldita e indolente ausencia, odiaba cada segundo que me hacía sentir tan rechazada y relegada a un amor sin pasión. Clave mi cabeza sobre la almohada y lloré sin control, sabiendo que mi pecho necesitaba su comprensión, su compañía. ¡Cómprate algo bonito! El amor y un matrimonio no se compran con 500 dólares.
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