Punto de vista Jordano
Sonreí al salir de la casa de Margaret. Aunque no era mucho mayor que yo, se comportaba como si fuera una mujer de avanzada edad, lo que la hacía más apasionada y deseosa. Disfruté de su compañía, además del dinero que gané por mis servicios. ¡Qué mujer tan maravillosa!
Regresé al bar y mi mejor amigo y compañero me estaba esperando, evidentemente lleno de preguntas.
— ¿Cómo estás, amigo? ¿Cómo te fue anoche con la mujer con la que te fuiste? — Sergio me preguntó ansioso.
— Bien, la verdad es que es una mujer muy hermosa. No es tan mayor como otras mujeres para las que hemos trabajado, así que esta vez ni siquiera tuve que usar medicinas para atenderla como se merecía.
Desde hace dos años, trabajo como gigoló, sí, soy un prostituto. Pero empecé por necesidad. Mi madre comenzó a enfermar de cáncer y sus tratamientos son extremadamente costosos. Aunque su seguro médico nos ayuda, ella necesita más atención y cuidado en casa. Ella y mi hermanito Jorge son lo único que me queda. Cuando ella enfermó, yo estaba sin empleo. Mi amigo me ofreció trabajar en un bar como mesero, y allí me di cuenta de que podía ganar más prestando mis servicios sexuales. Aunque a veces era desagradable, otras veces, como la noche anterior con Margaret, eran experiencias excelentes.
—¡Qué afortunado eres! Además de ganarte unos cuantos billetes durante la noche, esperemos que esta noche aparezca otra mujer como ella y te dé aún más dinero.
—Eso espero, Sergio. La verdad es que las quimioterapias de mi madre son carísimas, pero tengo la esperanza de que se recupere pronto. Si eso no ocurre, no sé qué haré—. Encendí un cigarrillo mientras el bar se preparaba para abrir sus puertas y mi amigo y yo nos alistábamos para nuestro espectáculo.
No me entusiasmaba tener este trabajo. Ni siquiera me había permitido tener una relación seria con ninguna mujer fuera de este lugar, pero era lo que había por ahora. Además, ya me había acostumbrado a este estilo de vida nocturno y de mujeres. No solo obtenía dinero, sino también diversión.
—Bueno amigo, esta noche serás un sexy vaquero. Ese traje gusta demasiado. Mucho éxito. Ya sabes, si encuentras a tu primera clienta o yo a la mía, debemos ponernos de acuerdo. Yo estaré en el segundo piso, donde están las más mayores. Ya sabes cómo me gustan—. Mi amigo era un total pervertido. Era un hijo de papi y mami, pero por su rebeldía, sus padres lo habían echado de su gran mansión y no le ayudaban con dinero. Así que también tomó este empleo para sobrevivir, pero sobre todo para divertirse. Disfrutaba estar con un harén de mujeres todas las noches, y lo que más le gustaba era que le pagaran por hacerlo. Las mayores eran sus favoritas.
Esa noche comenzó temprano. Había hecho todo lo posible por mantenerme en forma. Tenía una alimentación balanceada y hacía ejercicio casi todos los días, excepto cuando amanecía en la cama de una clienta. También invertía en mi cuerpo y, por fortuna, era uno de los favoritos del bar. Las mujeres se encantaban dejándome propinas entre los pantalones mientras me desnudaba frente a sus ojos.
Esa noche llegó una exótica mujer que sobrepasaba los 40 años, con un elegante abrigo y un maquillaje llamativo. De inmediato se dirigió a mí, me lanzó una mirada llena de deseo y sacó un billete de 500. Al ver esa cantidad entre sus dedos y recordar el importante examen que mi madre tenía que hacerse al día siguiente, no dudé en acercarme a ella como un venado fácil atrapado por su cazador.
Un león hambriento y oportunista, porque aunque la señora no era para nada atractiva, su billete sí lo era.
—Hola, nene, grrr—. Ella me pasa sus largas uñas por mi cuerpo sudoroso tras el baile de la noche.
—Hola, nena, ¿quieres que sea tu gatito esta noche?
—Siii, por supuesto que sí, me encantan los gatitos que quieran jugar con esta mami—. La mujer me miraba de una forma pervertida y algo acosadora, pero sabía que, si me dejaba llevar por los instintos económicos y la hacía feliz, obtendría una gran recompensa de su parte.
—Bueno, ven, vamos hasta la caja. Facturas mis servicios básicos y, en la habitación, te haré feliz. De tu motivación depende mi actuación—. Le guiñé un ojo y la tomé del brazo. Ella, rendida por mis encantos, pagó mis servicios por adelantado sin dejar de mirarme un solo segundo. Caminamos hasta la habitación.
—Con tu permiso, necesito ir al baño a lavarme las manos para acariciar tu preciado cuerpo.
La mujer comenzó a desvestirse ante mis ojos. Y aunque toda mujer merecía ser apreciada y respetada, ella no era de mi gusto. Sabía que esa noche necesitaría una ayuda extra para poder complacer sus deseos, así que me dirigí al baño y consumí lo que me ayudaría a repotenciar mis sentidos.
La mujer empezó a darme muchas órdenes, acompañándolas con billetes de 200. Esa noche me pareció especialmente desagradable. Después de dos horas de humillaciones y felaciones, la mujer sacó dos billetes de 500 y me los entregó.
—Toma, minino, gracias por tus servicios. Eres el mejor chico que he tenido en la vida. Pronto voy a regresar por ti—. La mujer pasó su dedo por su boca y me dio un beso. Me sentí utilizado. En los dos años que llevaba en este trabajo, jamás me había sentido tan mal. Esta mujer estaba realmente loca y, aunque su dinero había hecho mi noche, me sentía realmente sucio. Me di una ducha larga y decidí no regresar más al bar. Ya había cumplido con mis exigencias de la noche, así que me iba a descansar.
No sé por qué, de repente, los pensamientos de la noche anterior con Margaret vinieron a mi mente. Esa noche no sentí que solo estaba dando placer; sentí como hace mucho no lo experimentaba: hice el amor con ella. Lamentaba no haberlo recordado antes, porque fue maravilloso. A pesar de lo rudo que pudo haber sido nuestro encuentro, ella me inspiraba dulzura con su sonrisa encantadora y sus bajos instintos.
Fui el hombre más feliz por haber explorado cada rincón de su cuerpo. Parecía que nunca hubiera sido tocada, porque cada vez que la acariciaba, su piel se erizaba. Su entrepierna estaba húmeda y deliciosa, y sus caderas pedían una atención preferencial cada vez que se rozaban contra mí.
No quería confundir nada, ya que estaba seguro de que jamás volvería a hablar con mi clienta de la noche anterior. Se había convertido en uno de esos amores platónicos que solo te dejan un par de billetes y se van. Pero esa era mi vida: amores y placeres pasajeros, y sexo por dinero. El amor verdadero estaba muy lejos de acercarse a mi puerta.
Aunque eso era lo que más disfrutaba de este trabajo: podía ser el canalla que quisiera y me iría con más de mil dólares en el bolsillo. Así funcionaban las cosas para un ser sin sentimientos y con muchas necesidades como yo.