Capítulo 12 fingiendo empatía

1927 Words
Esa noche no puedo conciliar el sueño; la imagen de Jordano no salía de mi mente. Ese día lo había visto más natural, más sensible, menos controlador y desinteresado, comparado con cuando estaba "trabajando". Era simplemente un hombre que se hacía desear, capaz de hacer que cualquier mujer pagará por sus servicios, especialmente yo, que evidentemente caí rendida a sus pies. Aunque habían pasado unos días desde nuestro último encuentro, todavía lo deseaba intensamente. Al día siguiente, dejándome llevar por mis instintos y mi altruismo, llegué al hospital a las 7 de la mañana. Al llegar, vi que la madre de Jordano estaba sola, lo cual me inquietó. —Enfermera, ¿la señora que llegó anoche con una recaída por cáncer está sola? —Sí, pero solo desde hace poco, doctora. Resulta que su hijo nos pidió que cuidáramos a su madre por dos horas. Él pasó toda la noche aquí, pero nos informó que tenía que llevar a su pequeño hermanito al colegio, así que no pudimos negarnos. Es un completo ángel ese joven; se ve que quiere mucho a su madre—. Me quedé viendo cómo la enfermera hablaba maravillas de mi gigoló, y sentí una pequeña molestia. Bueno, en realidad no sabía si eran celos o simplemente una incomodidad. —¿Ah, sí? ¿Y hace cuánto tiempo fue eso? —Debe estar por llegar; se fue alrededor de las cinco y media de la mañana. Es más, doctora, allí viene—. La enfermera, sonriente, miró hacia la entrada. Volteé a mirar y efectivamente, era él. Esta mañana lucía más relajado. Llevaba una camiseta blanca ceñida al cuerpo, una chaqueta de cuero y unos jeans. Su cabello estaba mojado pero despeinado, y aunque su rostro mostraba signos de cansancio, no había perdido ni un ápice de su atractivo. Lo peor era que no solo yo lo notaba; las enfermeras a mi alrededor también murmuraban entre ellas, admirando su belleza. Pero la mirada de Jordano iba directamente hacia mí. —Buenos días, Margaret. ¿Cómo estás? No sabes cuánto agradezco que estés aquí—. Su voz era tan suave. —Hola, Jordano. Aquí trabajo y es mi deber venir. Además, me comprometí contigo a que lo haría. ¿Cómo está tu mamá? ¿Qué te han dicho los especialistas? —Pues, ella ya se encuentra estable, pero debe permanecer unos días aquí. Ya estoy hablando con sus servicios médicos para solicitar un traslado. —No, ¿cómo vas a hacer eso? Este es el mejor hospital. Aquí pueden atender a tu madre y darle todas las atenciones que necesita. Están los mejores especialistas, específicamente en oncología. Jordano simplemente me mira en silencio, como si yo no entendiera nada. —¿Podemos hablar en privado? Las enfermeras no dejan de mirarnos. —Claro, ven, vamos a mi consultorio. Mi primera cita es a las 8 am—. Él me sigue y llegamos a mi consultorio. Se queda boquiabierto al ver el lugar, ya que era uno de los más lujosos del hospital. Tenía sillones de cuero fino y una decoración que parecía más la oficina de un CEO que la de una médica particular. Pero era lo que me gustaba, y además, no tenía en qué más invertir el dinero. —Impresionante tu consultorio. Imagino que las personas que vienen aquí pagan mucho dinero por tus consultas. —Pues el mismo dinero que tú ganas con tus servicios—. Lamenté haber respondido así, pero no quería darle demasiada importancia. Además, lo que me había dicho antes tenía un tono irónico. No tenía la culpa de que mi consultorio estuviera bien amueblado. —Sí, tienes razón, cada cual tiene necesidades diferentes—. Me respondió también con un toque de ironía. —Sí, en fin, dime ¿Qué pasa con tu mamá? ¿Por qué quieres pedir un traslado? —Porque esta clínica es demasiado costosa, Margaret. Estuve averiguando las tarifas y tendría que trabajar un mes seguido, atendiendo a unas 10 mujeres al día como mínimo, para poder pagar una semana de hospitalización. Aquí el costo diario es excesivo y se sale de mi presupuesto—. Simplemente me quedé en silencio mirándolo. Ese hombre se había convertido en una obsesión s****l para mí; el simple hecho de verlo moverse me hacía arder en deseos, y ni siquiera estaba prestando atención a lo que decía. Eso me hacía sentir fatal. —Sí, te entiendo. —¿Escuchaste todo lo que te dije? —Sí, sobre la cuenta y lo de atender a las mujeres. —Bueno, Margaret, creo que no es asunto tuyo lo que pase con mi vida ni con la de mi madre, así que lo mejor es que yo agilice el trámite para trasladarla. Es lo mejor. —Te entiendo, pero en un hospital del seguro médico que tienes, posiblemente no la atiendan como se merece y podría caer en otra recaída. Déjame ver qué puedo solucionar. Tal vez conseguir un descuento, o un plan de p**o a plazos. —No, Margaret, me niego. Que pase lo que tenga que pasar, pero ya has hecho suficiente por nosotros. Ahora solo está en mis manos asegurarme de que mi madre esté bien. No quiero interferir en tu trabajo, pero debo irme con ella. Es importante resolver esto pronto. Me quedé mirándolo sin saber qué decir. Era ciertamente una suma considerable de dinero, incluso para alguien como yo que podría pagarlo, pero sentía una fuerte necesidad de ayudarlo, sin importar que se tratara específicamente de él. Tenía que actuar antes de que él saliera por esa puerta. —Está bien, Jordano. Pero vamos a hacer algo. Me encargaré de que el especialista venga hoy mismo y nos dé un informe positivo. Lo que se haya facturado hasta hoy lo pagaré de mi bolsillo. Pero me preocupa el estado de tu madre. Si el especialista nos dice que podría estar mejor atendida en otro hospital, pediremos una ambulancia y la trasladaremos de inmediato. ¿Te parece bien? Ahora fue él quien me miró sorprendido. Supongo que no esperaba escuchar eso de mi parte. —Margaret, ya te dije que no necesito tu ayuda. Lo que hiciste fue suficiente. Puedes pensar que por mi trabajo tengo mucho dinero en el banco, pero estás equivocada. Con la manutención y el tratamiento de mi madre, todo se va día a día. Además, tengo un hermano pequeño y muchos gastos que cubrir. No puedo comprometerme con este hospital. Voy a llevarme a mi madre de aquí ahora mismo—. Se levantó decidido y me tendió la mano. —Tómalo como un préstamo— le dije mientras estrechaba su mano. Él negó con la cabeza al principio, pero finalmente cedió. —Está bien, pero solo será por hoy. Esperaré a que la vea el especialista y luego me la llevaré. No aceptaré un solo día más en este hospital. Acepto el préstamo. Los dos mil que cuesta un día de estadía me servirán para los nuevos gastos. Pero ¿cómo puedo pagarte? —añadió en un tono seductor. —Bueno, no espero que me pagues con servicios, porque tendrían que ser muchas veces. Pero podrías hacerlo a cuotas. ¿Te parece bien? —él simplemente sonrió y me miró de manera seductora. —Llegué a pensar que podría pagarte con mis servicios. Sería un placer esa forma de p**o—. Sus ojos ardían como fuego, y… No solo sus ojos, sino todo mi cuerpo estaba ardiendo de deseo en ese momento. Quería cumplir mi fantasía s****l, hacer el amor en mi consultorio de trabajo, pero faltaban tres minutos para las 8 am y la señora Wistons cruzó el umbral sin avisar. —¡Doctora! Pero si ya tenemos consulta. No me había dicho que tenía horarios más tempranos. ¿Quién es este joven tan apuesto? —ella miró a Jordano con ojos deseosos, incapaz de contenerse a su edad. —Es el hijo de una paciente. Él se está yendo para que podamos empezar nuestra consulta. Y no, no suelo tener citas más temprano. Hoy llegué un poco antes de nuestra cita. Para la próxima, le pediré que por favor toque la puerta y confirme mi disponibilidad —suspiré, quedándome allí, absorta en mis pensamientos. —Bueno, me tengo que ir—Jordano sacó una tarjeta de su bolsillo y se la entregó a la señora Wistons, guiñándole un ojo antes de salir de mi consultorio. Me quedé completamente boquiabierta. ¿A la señora Wistons? ¿Qué estaba pensando este hombre? Ni siquiera respetaba la urgencia de su madre, ofreciendo sus servicios hasta en el hospital. —Doctora, qué joven tan atractivo. Además, es un acompañante —la voz de la señora Wistons sonaba curiosa y traviesa. —Señora Wistons, es un joven, apenas un par de años menor que yo. —¿Y qué, doctora? ¿Alguna vez ha tenido un acompañante? —su sonrisa pícara me hizo sonreír. —No, señora Wistons, soy casada —preferí mentir para desviar la conversación. —Yo no estoy casada, así que si quisiera, ¿podría pagar por un acompañante? —Señora Wistons, ¿qué la trae por aquí hoy? —pregunté, cambiando de tema, sintiéndome incómoda con sus preguntas. —La verdad, doctora, no lo sé. No me siento enferma. Me siento tan sola que me gusta venir a hablar con usted, aunque pensándolo bien, hoy fue la mejor visita que he tenido. —¿Ah sí? ¿Y por qué cree eso? Cuénteme. —Porque descubrí que puedo tener una visita gastando casi la misma cantidad de dinero, pero con un poco más de diversión. Usted me entiende. —No entiendo realmente lo que me está diciendo. Tengo la tarjeta con el número del camino hacia la felicidad. No puedo seguir gastando más de 500 a la semana para que me recete pastillas, cuando podría encontrar algo que realmente me alivie. —Señor Wistons, ¿está sugiriendo que contratará a ese joven? — Mi expresión debió de ser un poema completo. ¿Qué estaba insinuando esta mujer? —¿Y por qué no habría de hacerlo? Siempre me ha asegurado que mis resultados son excelentes y que físicamente me encuentro como una jovencita. Llevo mucho tiempo sin diversión. Dígame, en su calidad de mi médica personal, ¿existe alguna razón física que me impida estar con un hombre? La mirada de la señora Wistons me inquietaba; era evidente que buscaba divertirse, pero eso no era el problema. El verdadero problema era que quería divertirse con mi gigoló, y eso me causaba repulsión. Conocía perfectamente su profesión, pero saber con quién lo haría era algo completamente distinto. —Sé que su estado físico es excelente, pero me preocupa que un gigoló tan joven pueda representar un riesgo para usted. —Mi estado físico está bien, ¿verdad? Siempre me está bombardeando con esas preguntas. —¡Sí, está bien! Haga lo que desee, después de todo, solo soy su médica, ¿qué más puedo decirle? —le respondí resignada. ¿Qué podía hacer? Jordano no era mi responsabilidad. La señora Wistons se levantó muy contenta de mi consulta y se despidió. La vi salir y esperé al siguiente paciente. No sé por qué la idea de Jordano teniendo clientes o haciendo ese trabajo me incomodaba tanto. Ni siquiera comprendía del todo el hecho de que yo misma era parte de esos clientes. Lo peor era que estaba perdiendo dos mil, aunque no tuviera por qué impresionarlo. Sin embargo, allí estaba, sintiendo una empatía completamente absurda.
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