Margaret
Entro rápidamente a mi casa. De nuevo, mi teléfono vibra. Empujo la puerta con prisa y, al cerrarla, me quedo paralizada. Gerónimo estaba esperándome. Me pongo pálida de inmediato y no sé qué decir. Ahora entiendo por qué insistía tanto en llamarme.
—Buenas noches, querida. ¿Por qué no contestaste mis llamadas?— La cara de mi esposo estaba completamente furiosa. Muy pocas veces había visto esa expresión en él.
—¡Gerónimo! No se me pasó por la cabeza que estarías en casa hoy— Me acerco para darle un beso, pero él me gira la mejilla, lo cual es un gran alivio para mí.
—¿Dónde estabas y con quién? Si se puede saber.
—Estaba tomando un café con mi amiga Ginna y se me hizo tarde. La verdad es que el celular estaba dentro del bolso y no pude contestar.
—No sabía que Ginna andaba en una Harley Davidson— Siento cómo me sonrojo. ¡Me ha visto con Jordano! No puede ser.
Me quedo pensando unos minutos, sin dejar de mirarlo a la cara, y digo lo primero que se me ocurre.
—Es que pedí un servicio de transporte y ahora hay motos que funcionan como taxis. Es más económico.
—A ver, explícame esto. Me dices que, teniendo tu auto en el parqueadero del hospital, decidiste pedir un servicio público, y de preferencia una moto. ¿Tú, que no dejas tu auto, tú que odias las motos? ¿Me estás tomando por idiota o qué?
—No, mi amor, ¿de qué estás hablando? ¿Qué son todas esas cosas que dices? No puedo creer la forma en que me estás hablando, a mí, que he sido tu esposa abnegada— Sigo hacia la habitación, tratando de evadirlo. Nunca había pasado por una situación así, y eso, en cierto modo, me favorecía.
—No me vengas con esos cuentos, Margaret. Dime, ¿ese hombre es tu amante? ¿Tienes un amante?
—¿¡Yo!?— le respondo, completamente ofendida.
—Sí, tú.
—No, ¿Cómo puedes pensar eso de mí? ¿Cómo voy a tener un amante? ¿Qué te pasa, Gerónimo? Lo único que hago es trabajar de sol a sol para que podamos cumplir nuestros objetivos, al igual que tú. Ah, pero tengo algo que decirte— en ese preciso momento, encuentro la excusa perfecta para evadir el tema: los mensajes de la mañana.
—No tienes justificación. Si tienes un amante, dímelo y ya. ¡Sé honesta!— Sus palabras me hielan los huesos. No soy una persona deshonesta, simplemente he cometido un error, pero no es necesario reconocerlo ahora. Ya llegará el momento adecuado.
—Han llegado unos mensajes a mi teléfono diciéndome que tienes un amante y que ella está embarazada. ¿Sabes qué he hecho?— El rostro de Gerónimo se pone pálido de inmediato.
—Esos mensajes no deben ser ciertos. Debe ser una broma de mal gusto.
—¿Por qué debería creerte a ti y tú no crees en mí? Dímelo. He ignorado los mensajes porque confío en ti, en nuestro matrimonio, en lo que te conozco, y ahora me sales con esto— La víctima que llevo dentro se hace notar. Mis ojos comienzan a cristalizarse y mi rostro se pone rojo por las posibles lágrimas.
—Mi amor, no es que no te crea, es que no me contestaste— Gerónimo se acerca a mí y me abraza con ternura, pero me hago más difícil y me suelto.
—No, Gerónimo, me has herido, me has dañado, me has ofendido con palabras muy crueles. ¿Cómo puedes pensar que tengo un amante?
—Perdóname, mi amor, lo siento— me río por lo bajo, satisfecha.
—Te perdono, mi amor. Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿Dime que te has quedado para siempre?— En realidad, quería que estuviera allí, pero no para siempre; unos días serían suficientes para aclarar la situación de mi matrimonio.
—Awn, mi vida, quisiera decirte que me quedo para siempre, pero solo estaré unos días porque debo resolver algunos asuntos en la compañía. Quería darte la sorpresa. Mi amor, no sabes cuánto te extraño— Gerónimo se lanza hacia mí, me toma del cuello y empieza a besarme con pasión, dejándome completamente confundida. Esa noche no tenía deseos de él como solía tener. A diferencia de otras veces, cuando deseaba que me hiciera su mujer, esa noche aún tenía en mente a mi gigoló y, para ser sincera, lo último que quería era borrar sus marcas de mi piel.
—Mi amor, necesito ir al baño, me cayó algo mal. Regreso enseguida— me suelto de sus brazos y me alejo. Me echo agua en la cara y respiro profundamente. Estoy en una encrucijada total; no comprendo lo que me está pasando. Aunque con Jordano no había una relación formal, éramos de mundos completamente diferentes. Yo estaba casada.
Llevo casi 20 minutos en el baño, solo pensando. Estoy tan confundida con la idea de estar con Gerónimo que quiero salir y encontrarlo dormido, pero no es así.
—Mi amor, ¿estás bien? Llevas mucho tiempo en el baño. ¿Quieres que te traiga algo?
—No, ya salgo, Gerónimo. Perdóname, amor— Me echo agua en la cara de nuevo, consciente de que mi amado esposo está al otro lado de la puerta. Me acerco y dejo que me bese. Me está esperando, como nunca. Tal vez, en este momento, mi relación esté comenzando a mejorar.
Sus besos fueron recorriendo mi cuello poco a poco. Se desnudó lentamente y no dejaba de invadirme con su lengua. Aunque mi cuerpo estaba con él, mi corazón y mi mente estaban lejos, centrados en aquel “EROTICS MEN”.
Me dejé llevar por cada caricia que me daba mi esposo, que, desde la última vez, estaba explorando mi cuerpo con mayor intensidad. Le permití que hiciera conmigo lo que quisiera. Me acosté en la cama, mirando al techo con los ojos abiertos, mientras mis pensamientos se centraban en el rostro de otro hombre. Mi esposo me hizo suya.
No pude evitar algunos deliciosos movimientos y gemidos. Gerónimo se movía cada vez más fuerte sobre mí, pero yo permanecía en un estado de completa pasividad, sin moverme ni hacer nada para que él pudiera disfrutar. Sin embargo, por lo que alcanzaba a ver de su rostro, sabía que estaba sintiéndose bien.
Después de lo que parecieron minutos interminables, decidí, en un acto más que de placer, para quitarme de encima, hacer unos movimientos de caderas y apretarlo contra mí. Toqué su pecho y gemí, fingiendo que estaba disfrutando. Puse cara de placer, me moví bruscamente y, en menos de dos minutos, sentí cómo se tensaba y llegaba dentro de mí.
—¡Ah! Margaret, mi amada esposa, cuánto te he extrañado, mi amor— Se tendió a mi lado y me dio un simple beso en la mejilla.
—Yo también te he extrañado mucho, mi amor. Estuvo delicioso— le respondo mientras me dirijo al baño. Me doy una rápida ducha y me pongo mi ropa de dormir. No iba a haber una segunda vez esa noche, y probablemente durante los días que pasara con él, no deseaba a mi esposo. Esto me preocupaba, porque creía que lo amaba, pero ahora me daba cuenta de que se trataba más bien de una dependencia emocional y física.
Durante los siguientes dos días seguí con mi rutina habitual. Mi esposo también iba a la empresa, y solo nos encontrábamos por la noche en casa. No teníamos tiempo para paseos o planes especiales; estábamos realmente ocupados. Jordano no me había enviado ni un solo mensaje, y yo tampoco lo había contactado. La falta de comunicación y evitar el contacto eran las mejores opciones en ese momento para poner fin a esa relación.
Mi amiga me envía un mensaje que me saca de mis pensamientos.
—Margaret, necesito hablar contigo urgentemente.
—Hola, Ginna, ¿cómo estás? Claro, dime.
—Margaret, necesito que me acompañes al bar. He decidido hablar con Jonás sobre el embarazo.
—Ni lo pienses. No voy a regresar a ese lugar. No tengo nada que hacer allí. Estoy harta del tema del bar de hombres. Ve tú sola.
—Eres una mala amiga, Margaret. Jamás te he dejado sola en ninguna situación— y tenía razón. Estaba actuando como la peor amiga.
—Ay, Ginna, es que no quiero seguir haciendo ese tipo de cosas.
—Mira, ya voy a cumplir dos meses de embarazo, y ese hombre debe hacerse responsable. Si yo me hago cargo, él también debería. Pasaré por ti a las 6.
—Amiga, pero es que Gerónimo está en casa. Esta noche cenaremos juntos. ¿Podría ser mañana, cuando él ya se haya ido?
—Está bien, mañana nos vemos, pero no te pases de mañana. El tiempo pasa y él debe conocer la verdad.
Dejo de hablar con mi amiga y me recuesto en el gran sillón. Regresar a ese lugar era caer en una tentación a la que estaba demasiado expuesta. No quería seguir cometiendo errores y herir a mi esposo, especialmente sabiendo que posiblemente ya sospechaba de mí.
Esa noche decidí darle una sorpresa. Me sentía mal por lo ocurrido la otra noche, así que compré su comida favorita, me arreglé y salí hacia mi casa. Abrí la puerta despacio para no hacer ruido y noté que él estaba hablando por teléfono. Aunque no podía escuchar con claridad, los gritos eran bastante evidentes.
Me quedé intrigada al escuchar la conversación.
—Mira, Eva, ya te he dicho que no es tan fácil como parece. No puedo separarme en este momento. Ya te lo he dicho, Eva, maldita sea, estás haciendo que me enoje.
No podía creer lo que estaba escuchando. Si los mensajes eran verdaderos, mi esposo me estaba siendo completamente infiel y yo no lo sabía. Apenas me estaba enterando. Mis piernas comenzaron a temblar y mi corazón se rompió en mil pedazos. Continué escuchando cómo discutía con su amante por no divorciarse de mí, y cada palabra era un dolor agudo en mi mente.
Me senté en una de las sillas del comedor y empecé a llorar, tratando de no hacer ruido para que no se diera cuenta de que había llegado. Él continuó en la llamada unos 10 minutos más antes de colgar.
Se puso las pantuflas y se dirigió hacia la cocina. Me limpié la cara, me llené de valor y me preparé para enfrentarlo, cuando un mensaje en mi teléfono me detuvo.
“Te extraño, espero verte pronto.” Era de Jordano. En ese momento comprendí que debía seguir actuando como si nada hubiera pasado. En nuestro matrimonio había cláusulas de infidelidad, y ambos éramos infieles. Necesitaba hablar primero con mi abogada para saber qué hacer.
Voy hacia la cocina y entro como si nada hubiera pasado.
—¡Hola, mi amor! Buenas noches.
—Margaret, mi vida, no te escuché llegar. ¿Cómo estás, querida? ¿Hace cuánto llegaste? — Su voz tenía un tono nervioso.
—Acabo de llegar, amor. Mira, traje tu comida favorita.
—Estaba por cocinarte algo. Muchas gracias, eres la mejor esposa— se acerca y me da un beso que me resulta desagradable. Cenamos en silencio, como siempre. Mientras él disfrutaba felizmente cada bocado, yo solo pensaba en lo miserable que era al serme infiel, en todo lo que había escuchado en la llamada, y en el dolor que sentía en ese momento.
Levantamos la mesa y nos fuimos a dormir. Yo seguía sin decir una sola palabra. Esa noche, Gerónimo intentó insinuarse, pero tuve que hacerme la dormida. Lo último que deseaba en ese momento era tener sexo con la persona que acababa de destruir mi vida. Sí, debía reconocer que yo también le había sido infiel, pero me arrepentía. Fue solo una vez; nunca pasó por mi mente hacerle daño. Sin embargo, él estaba actuando de la peor manera, arruinando mi vida. En ese caso, debía ser más astuta que él para no perder la batalla.