Jordano
En otra época, habría actuado de manera distinta; habría usado mis encantos para sacarle dinero a Margaret con solo un breve ofrecimiento de mis servicios. Pero ella no merece eso. Trabajaré duro para pagarle hasta el último centavo. Al llegar a la habitación de mi madre, una voz estridente me llama desde el pasillo.
— ¡Joven, joven! Espere por favor —me giro y veo a la mujer del consultorio de Margaret. Sonrío dulcemente a mi futura clienta.
—Dígame, señora, ¿en qué puedo servirle? —aunque parece tímida, no puede resistirse a preguntar.
—He visto lo que dice su tarjeta. Sé que soy mayor, pero si usted la entregó, es porque ofrece estos servicios. ¿Estaría dispuesto a trabajar para mí? —la mujer rondaba los cincuenta años, aunque yo había atendido a mujeres mayores. Todo era ingreso adicional, ya que los trabajos fuera del bar eran exclusivamente para mí, sin que se llevaran comisión.
—Claro, pero debo advertirle que mis tarifas son algo elevadas, señora... ¿Cuál es su nombre? —pregunté con interés.
—Me llamo Helen Wistons, viuda del señor Wistons, el magnate de los chocolates en el país —su nombre evocó instantáneamente una marca de chocolates famosa en el país, y me di cuenta de que ella podría ser una mina de oro potencial.
—Ah mucho gusto señorita Wistons , si quiere vamos a la cafetería y consultamos mi tarifa tengo unos veinte minutos libres— le extiendo mi brazo y ella me toma de gancho encantada
Llegamos la cafetería y pido un café para mí y agua aromática para ella, que esta deseosa y ansiosa por saber que tengo para ofrecerle.
—Bueno jovencito, estoy ansiosa por que me digas que tienes para mi— ella se muerde nerviosa su labio inferior, y eso me causa diversión.
—Mire señora Wistons , yo puedo ofrecerle una noche de completa pasión, una tarde, el tiempo que usted quiera, puede decirme que es lo que le gusta y pues obviamente yo accederé a sus deseos— me quedo viéndola seductor, queria convencerla, para ahí si arrojarle el precio.
— ¿Cuánto te mide muchacho? — quería morir con esa pregunta, aunque era algo frecuente no la esperaba de una mujer mayor como ella
—Son 22 centímetros mi señora Wistons — ella abre sus ojos, y su boca, su cara era un completo poema.
—Es muy grande para mí, ¿Qué tal pueda lastimarme? – ella se pone la mano en su boca
—Por supuesto que no lo hare, puedo decirle que tengo las mejores referencias— estaba a punto de decirle que si quería podria preguntárselo a su medica personal, pero mejor guarde silencio, no podía ser tan impertinente.
—¿Y cuánto cobras por tus servicios? —me preguntó, mirándome fijamente, con ansiedad en sus ojos.
—Son 300. El tiempo lo decide usted, pero por ese valor el máximo es de cinco horas —respondí con confianza.
—¿300? Es mucho dinero, joven. Además, soy una mujer mayor, no creo que pueda aguantar cinco horas. Tengo una propuesta —dijo la señora Wistons, perdiendo todo su encanto, aunque seguía dispuesto a escucharla.
—Entiendo que es mucho dinero, señora, pero le aseguro que no se arrepentirá. Le brindaré el mejor placer de su vida —insistí, tratando de recuperar su interés.
—Pagaré los mismos 300 por una hora, pero deberás hacer lo que yo te diga —su propuesta no me sorprendió, viniendo de alguien como ella. Quién sabe qué tendría en mente.
—Bueno, una hora está perfecto. Llámeme cuando necesite mis servicios —contesté, aunque en el fondo deseaba que ese momento no llegara nunca, pues la idea de ser sometido no me agradaba en absoluto.
—Hoy mismo, joven. ¿Tienes tiempo? —me preguntó, mientras yo sopesaba la situación. En mi bolsillo solo había unos 200, y esa semana había gastado mucho con mi madre. Mis ahorros estaban desapareciendo, pero ese día debía estar pendiente de ella.
—Podría ser, pero en la noche. El resto del día lo tengo comprometido con mi madre. O, si no, podría ser mañana muy temprano.
—Esta noche está perfecto, joven. Te espero a las 10 en mi mansión. Aquí tienes la dirección —dijo mientras sacaba una tarjeta y me la entregaba.
—Llámame antes de venir, por favor, y no olvides ponerte un trajecito sexy —añadió, dándome un beso en la mejilla. Su aliento a cigarrillo casi me hace desfallecer, pero ya tenía asegurados esos 300, así que con el compromiso de una hora de trabajo, me dirigí a ocuparme de mi madre.
Cuando regresé a su habitación, el especialista ya estaba con ella, pero no estaba solo. Margaret también estaba allí, y me sentí fatal. La había dejado sola y ya estaban dando un parte médico. Entré rápidamente a la habitación y me presenté. Margaret me miró con evidente mal humor.
—¿Dónde estabas? Llevamos más de 20 minutos esperándote —me reprendió Margaret, claramente molesta.
—Se me presentó algo de última hora. ¿Pasó algo? —pregunté, dirigiendo la mirada hacia el especialista.
—No, no ha pasado nada, por fortuna. Hemos analizado los exámenes de su madre, y aunque un traslado en su situación es muy complicado, podemos autorizarlo. He encontrado una clínica de clase media que tiene convenio con su seguro médico. La pueden recibir allí, y en una hora vendrá la ambulancia. Yo trabajo allí por convenio, así que podré seguir cuidándola —dijo el médico, dándome la mejor noticia en días.
—¿De verdad, doctor? No lo puedo creer. Muchas gracias. ¿Qué debo hacer? —pregunté, sintiendo una gran alivio.
—A mí no me debe dar las gracias. Quien gestionó todo esto fue la doctora Guerra —respondió, señalando a Margaret.
—¿Guerra? —dije, volviendo la mirada hacia Margaret, que estaba sonrojada.
—Sí, la doctora Margaret Guerra —confirmó el médico.
¿Acaso ella no era Castell?
—Bueno, tengo que irme. Espero que su madre se mejore pronto y estaremos en contacto —dijo el médico, estrechándome la mano antes de despedirse, dejándome a solas con Margaret y mi madre, que estaba dormida.
Miré fijamente a Margaret, quien estaba visiblemente avergonzada. No podía recriminarle, después de todo, solo me había mentido sobre su apellido.
—Pensé que te llamabas Margaret Castell.
—Sí, me llamo así. Lo que pasa es que Guerra es mi apellido de casada.
—¿Eres casada? —No sé por qué, pero enterarme de eso me provocó cierta ira.
—Sí, soy casada.
—No me habías contado ese pequeño detalle.
—No tendría por qué, ¿o sí?
—Tal vez. Soy muy selectivo con mis servicios, y las mujeres casadas no son de mi preferencia. Siempre termino teniendo problemas con sus esposos.
—Con el mío nunca tendrás problema alguno. Él siempre está viajando.
—Entonces, ¿eso quiere decir que volverás a contratar mis servicios? —pregunté, divertido. Al fin y al cabo, ¿qué derecho tenía yo a juzgarla si era un simple prostituto?
—No, hablo de lo sucedido. Por favor, aliste las cosas de su madre. Tengo que volver a mis consultas. Espero haberlo ayudado en algo, y bueno, ya cancelé la cuenta hasta hoy. Cuando pueda pagar, póngase en contacto conmigo —dijo Margaret.
Me acerqué a ella y pude notar su deseo. Tenía la facilidad de percibir cuando una mujer estaba ansiosa y deseosa, y Margaret era una prueba fiel de eso. Me acerqué y le di un beso en el cuello, no como parte de mi trabajo, sino porque algo en ella me gustaba.
—¿Qué estás haciendo? Ya te dije que no voy a aceptar tu p**o de esta manera. Con permiso —respondió Margaret con aire de enojo antes de salir.
Mier**, había cometido un error con ella. Ahora, lo más conveniente era concentrarme en conseguir el dinero que le debía. Empezaría esa misma noche con la señora Wistons.