Mi teléfono sonó de repente, interrumpiendo mis pensamientos. Con ansiedad, lo busqué por todas partes, deseando que fuera él, mi esposo, arrepentido. Sin embargo, la decepción me golpeó al ver el número de Ginna en la pantalla.
—¡Ginna, Gerónimo es un completo desgraciado!—dije apenas respondió la llamada.
—¡Por favor, no me digas eso! ¿Qué pasó ahora?
—Simplemente se fue esta mañana sin decir una palabra. Me dejó una nota y un billete de 500, con un mensaje que decía "Cómprate algo bonito".
—¿En serio, Margaret? ¿Estás molesta porque tu marido se fue y te dejó 500? ¡Pues cómprate algo bonito! Me visto y salimos juntas.
—Está bien, me haría sentir mejor. Nos vemos en dos horas, iremos por algo bonito…
Dos horas después, Ginna y yo nos encontramos. Yo con el corazón herido y ella con su influencia siempre presente.
—Bueno amiga, dime, ¿qué vamos a hacer? Son 500 billetes con los que no contabas, te escucho—dijo, ansiosa.
—No lo sé, no quiero hacer nada. No me siento tan bien como quisiera.
Ginna sacó un cigarrillo de su bolso y me ofreció uno.
—No, gracias, ya sabes que no fumo.
—Bueno, entonces vamos a comprar ropa o algún bolso. Realmente es buen dinero para un pequeño capricho.
—Ojalá pudiera comprar su amor—dije mientras mis ojos se llenaban de lágrimas al recordar a mi esposo. A pesar de todo, lo amaba, y cuando me casé, jamás imaginé que sería tan triste como ahora.
—No puedes comprar el amor de tu marido, pero sí diversión. ¿Qué tal si vamos a, ya sabes, ese lugar?—Ginna dio una bocanada a su cigarrillo y levantó una ceja.
—¿Es una broma, verdad? Es mediodía, ni loca iría. ¿Qué te pasa, Ginna? Estás hablando como una ninfómana. ¿No tienes en qué más invertir tu dinero?—le dije, escandalizada.
—No es una broma, y sí, soy una ninfómana por el buen sexo. Además, siendo mediodía, encontraremos a los chicos frescos, sin haber estado con nadie.
—¡Estás demente! Vamos al centro comercial—dije mientras Ginna me sonreía irónicamente. Ella realmente quería ir al bar de los hombres, pero yo no pertenecía a ese mundo, al menos no en ese momento. Mis pensamientos aún estaban sumergidos en mi matrimonio, y aunque ya me había convertido en una pecadora infiel, la hora y el momento no eran los más adecuados. Además, hacía menos de 48 horas que había estado con un gigoló.
Después de recorrer demasiadas tiendas y no encontrar nada que realmente me hiciera sentir mejor, simplemente miré a mi amiga y, con aire frustrado, la enfrenté.
—Amiga, lo siento, pero creo que me iré a casa. Lulú está sola y...
—¿De qué estás hablando? Estás de vacaciones, sin esposo y con dinero en el bolsillo. No, eso sí que no—mi amiga meneó la cabeza en negación—. Nos vamos al bar. Esa cara de aburrimiento se te va a quitar. Si no te gusta la visita de hoy, pues no vuelves.
Ginna estaba obsesionada con los gigolós, llegando a pagar por sus servicios hasta cuatro veces a la semana. Tenía una jugosa herencia familiar y destinaba todo su dinero a la diversión.
Al entrar al bar, que acababa de abrir, había muchos chicos jóvenes ordenando las mesas, todos con finos y sensuales atuendos que despertarían ansias en cualquier mujer. La música moderna y las luces daban vida al lugar. No podía apartar mis ojos del panorama. No era una amante de las obscenidades, pero en ese momento, algo profundo en mí se despertaba.
—¿Ves, amiga? Esta es la mansión del placer, ¡el paraíso en la tierra!—dijo Ginna con los ojos brillando de emoción al ver su lugar favorito.
—No sé, Ginna. Hace menos de dos días que estuvimos aquí y yo...—quería salir corriendo, pero mi cuerpo me pedía más, más de ese lugar y de los hombres que había allí. La locura me estaba consumiendo.
—¡Ay, no seas mojigata! Las dos sabemos que este es el verdadero sentido de la vida: el sexo, la pasión y el dinero. Claro, la familia está bien, pero eso aplica para mujeres como nuestra amiga Genoveva, que tiene dos hijos con su esposo. Los hijos son importantes en el ciclo de la vida, etcétera. Pero para nosotras, que ya pasamos los 30 sin tener hijos, debemos disfrutar. Personalmente, mi debilidad es el sexo sin compromiso.
—¿Y crees que está bien pagar por él?
—¡Por supuesto! Aquí puedes elegir con quién acostarte y pedir que cumplan todos tus caprichos y deseos. Con el dinero que les das, los tienes a tus pies. Si tienes un favorito, él aprenderá a conocerte y explorará tu cuerpo de maravilla. A ver, dime, ¿cuántos polvos te echaste con tu marido anoche?
Apreté los dientes y respondí—. Ninguno.
—¿Qué? ¡Ninguno! Margareth, ese cafre solo sirve para producir dinero. Nunca está contigo, no te ama, no te desea. Pide el divorcio.
—Pero yo sí lo amo y lo deseo. Ese es el problema, no quiero alejarme de Gerónimo. Es lo único que tengo en la vida—dije, mientras mis ojos se iluminaban al recordar los ojos brillantes que había visto amanecer en mi cama...
—Corrección, ahora tienes 500 dólares que no debes justificar y que se pueden invertir en felicidad. Y la felicidad creo que te está guiñando un ojo—dijo Ginna señalando al sexy hombrecito que se había metido abusivamente en mi cama y que me seducía con un simple guiño.
Jordano
Mis ojos no podían creer lo que veían: ella era la mujer más hermosa a la que había atendido, y estaba aquí de nuevo. Posiblemente sería quien animara mi noche. Me acerqué a ella, recién duchado y oliendo muy bien.
—Hola linda, ¿cómo va tu tarde-noche?
—Ho...hola, Jordano. ¿Cómo estás?
—Bien, linda, ¿y tú?—Había olvidado su nombre; no recordaba si me lo había dicho en algún momento. Qué bochornoso. Por ese detalle se me podría ir mi dinerito.
—Por aquí de nuevo, acompañando a mi amiga—dijo con una voz completamente nerviosa. Lo noté de inmediato.
—¿Solo acompañándola?—Me acerqué más y vi que estaba sudando. Algo que había aprendido en este mundo era aprovecharme de los momentos de debilidad de las mujeres. Ella seguía siendo hermosa y también representaba un buen ingreso, así que esta noche posiblemente sería mía.
—Sí, solo acompañándola. Ya sabes, adquirí tus servicios hace menos de dos días. Muchas gracias por eso.
—¿Y no te gustó?—vi cómo se sonrojaba. Hablarle de disfrutar un servicio s****l la avergonzaba. Se quedó en silencio, pero su amiga intervino.
—¡Margaret! Querida, oh, ya veo, te has encontrado de nuevo con el chico de la otra noche—dijo, con aire antipático. Ya no quería ser "el chico de la otra noche", quería ser su favorito.
—Sí, me lo acabo de encontrar, pero ya nos vamos, ¿verdad?
—No, amiga, nada de irnos. Ven, tengo que presentarte a los expertos de la noche, Yey & Yoy. Son dos gemelos espectaculares, y lo mejor es que sus tarifas son buenísimas. Yo no me voy de aquí sin probar sus exóticos masajes.
La miré fijamente, ahora recordando su nombre: Margaret. No debía olvidarlo, parecía que vendría más seguido de lo que había pensado.
—Ve con tu amiga y disfruta tus masajes eróticos. Si decides quedarte, estaré aquí para ti—le dije mientras mordía mi labio inferior y tocaba mi entrepierna dura. Solo necesité verla para tener una reacción inmediata.
Ella se fue del brazo de su amiga. Esta noche no fue mi noche. Tendré que buscar en otro lado.