Ginna me tomó del brazo, alejándome de Jordano, y me apretó mientras susurraba a mi oído:
—Margaret, el chico nuevo está delicioso, pero sus tarifas son bastante exageradas.
—¿Quién te dijo que yo iba a usar un servicio esta noche?
—¿Por qué no? Es temprano. Ay, amiga, hay que aprovechar la vida. No sé tú, pero yo no puedo dejar de hacer esto. No sé por cuánto tiempo más podré hacerlo, pero muero por esto. Estoy obsesionada y aprovecho mis semanas hormonales para venir y satisfacer mis deseos.
—No puedo creer lo que me estás diciendo—respondí, mirándola extrañada. Este lugar era un verdadero harén de hombres provocativos, pero gastar fortunas en ellos me parecía ilógico.
—Bueno, los gemelos nos están esperando en el sauna. Quítate la ropa, nos harán masajes eróticos. No prestan servicios de gigoló, pero, amiga, hay que empezar a gastar esos 500.
—No, claro que no.
—Sí, claro que sí—dijo Ginna, llevándome al sauna del bar. Allí nos esperaban un par de gemelos, ambos tan altos como se podía levantar la cabeza, con un tono de piel canela y brazos esculpidos como por el mejor de los artistas. Sus caras eran demasiado hermosas para ser reales, y su atuendo consistía en una especie de cinturón de castidad que dejaba muy poco a la imaginación.
—¿Están listas, chicas?—preguntó uno de ellos, señalándonos las camillas para los masajes.
—¡Sí, yo ya estoy lista!—Ginna, completamente desnuda, se recostó en una de las camillas ante la mirada seductora de los gemelos. Yey comenzó a aplicarle un gel caliente que olía a una fruta exótica que no lograba identificar.
—¿Y usted, señorita? ¿Está lista?—dejándome llevar por mis deseos más oscuros, me quité la ropa frente a mi amiga y sus dos atractivos acompañantes. Me recosté en la camilla y no pude evitar sentir cómo el aceite que el hombre aplicaba activaba mis sentidos, provocando que un gemido escapara de mi boca.
—¿Te gusta?—la profunda voz del hombre invadió mis oídos.
—Sí, sí me gusta—dije. Él comenzó a acariciar suavemente mi espalda con sus grandes manos, llegando hasta mis senos y masajeándolos en círculos. No pude evitar sentir cómo mi entrepierna se mojaba automáticamente. Luego, empezó a masajear más abajo, llegando hasta mis nalgas, y en ese momento, nada más importaba.
Los gemidos de Ginna me consumían. Me sentía en una situación extraña, pues jamás había escuchado a mi mejor amiga en ese estado, y ella estaba ardiendo. Alcé la mirada y vi cómo el masaje erótico se había convertido en el arte de la masturbación; ella arqueaba sus caderas mientras los dedos de Yey se adentraban más en ella.
—¿Quieres intentarlo?—la voz de Joy me sacó del trance que el espectáculo de mi amiga había creado. Sin pensarlo, le dije que sí. Él se puso un guante de látex y aplicó un gel dilatador en su mano.
Como todo un experto, empezó a masajear mi pelvis, bajando suavemente hasta mi clítoris. Mis gemidos suaves llenaron el aire mientras mis ojos se cerraban en el éxtasis. Un grito se escapó de mis labios cuando introdujo el primero de sus dedos dentro de mí, seguido por otro y luego un tercero.
—¡Oh! ¡No! ¿Qué estás haciendo?—me arqueé frente a él mientras frotaba mi clítoris con una mano y me penetraba con la otra. El placer era abrumador. No sé cuánto tiempo estuve bajo su hechizo, pero un grito fuerte escapó de mí al alcanzar el clímax en las manos de un masajista erótico, justo cuando mi amiga también lo hacía.
Ginna, complacida, le dio un billete que deslizó en su ajustado calzoncillo y me dio otro para que se lo entregara al otro gemelo. Ahí estábamos, frente a frente, desnudas y mojadas, después del mejor masaje de nuestras vidas.
Nos vestimos y salimos a la gran sala, donde los chicos estaban ofreciendo su espectáculo. Me sentía satisfecha, sin necesidad de penetración. Pedí un trago y me quedé mirando el escenario. Ahí estaba Jordano, bailando y acariciando su cuerpo ante un grupo de mujeres que lo deseaban tanto como yo. Éramos animales salvajes, sumergidos en un mundo inmoral que desafiaba todos los principios y la ética de las personas comunes.
Él era un bailarín exótico, y yo pagaba por sus servicios.
—¿Qué pasa, Margaret? ¿Te gusta el chico? —Ginna me pregunta, tomándome por sorpresa.
—No, claro que no. Además, venir a este lugar es una locura. Uno puede perder completamente los estribos.
—¿Por qué lo dices? ¿Por el dinero que hemos gastado estos días? Quisiera saber cuánto del dinero que te has ganado en ese estúpido hospital has invertido en ti misma. No te compras ropa, no sales de paseo, no tienes bonitos zapatos. Solo ahorras y ahorras. Tu familia te dejó una herencia. ¿Cuál es tu problema? ¿El dinero?
—No, claro que no es el dinero. Es que… mi moral no me deja seguir con esto. No sé qué hacer.
—No vas a hacer nada. Es sencillo. Lo hecho, hecho está. Simplemente no te obsesiones con Jordano. Es joven y ambicioso, sus tarifas son bastante altas. ¿Nos vamos?
—¿Qué? ¿Ya nos vamos?
—Pensé que querías irte ya, después del masaje erótico. Por cierto, amiga, siento algo de vergüenza contigo. Yo soy muy liberal y me excitó mucho tenerte a mi lado, pero si te sentiste incómoda, lo lamento—Ginna mostraba facetas que jamás pensé que tenía.
—Tranquila, eso queda entre tú y yo—respondí, sin saber si quería quedarme un poco más o irnos. Ya había gastado 100 dólares en un masaje, y sí que había valido la pena, pero no estaba segura de si esto era lo que realmente quería.
Jordano bajó del escenario y se dirigió hacia la barra, pidió una bebida y al voltear, se quedó mirándome y se acercó.
—Espero que hayas disfrutado tu masaje erótico. Los gemelos tienen buena fama en este lugar.
—La verdad sí, fue algo delicioso. ¿Tú también haces masajes eróticos? —pregunté sin saber por qué.
—No, para eso se necesita ser un experto en el arte del amor, y claro, en la vulva. Como ves, yo apenas estoy comenzando —me guiñó el ojo de nuevo, y sentí cómo mis fluidos empezaban a humedecer mi entrepierna. ¿Qué diablos me estaba pasando? ¿Me estaba convirtiendo en una ninfómana como Ginna?
—Ah, entiendo... —mi boca se resecó por los nervios. No sé cómo sucedió, pero Jordano tomó un trago y se acercó a mí. De repente, sentí un chorro de líquido caer sobre mis labios desde los suyos, dejándome helada y aún más excitada.
—Tienes la boca reseca.
—Sí, ¿qué has hecho?
—¿Te disgustó? —no sabía qué responder. No, no me disgustó, pero ¿más dinero por placer?
—No... pero no lo vuelvas a hacer, por favor. Y menos sin mi autorización, Jordano.
—¿Ah, o sea que vendrás más seguido?
—No, claro que no. No quise decir eso, solo que yo...
Él sacó una tarjeta de un pequeño bolsillo de su atuendo y me la entregó.
—Hago servicios personalizados. Ya te lo había mencionado, pero quería recordártelo por si no es conveniente para ti venir hasta aquí. Puedo hacerte una visita a domicilio —se acercó a mi oído— y, por supuesto, ofrecerte un buen descuento por varias sesiones.
Mi corazón comenzó a palpitar rápidamente, era una locura, y lo sabía. No entendía cómo podía sentir atracción por un hombre que solo ofrecía servicios sexuales. Jordano dio un último sorbo a su bebida y audazmente se acercó a mi boca, dándole un lametazo como un gato juguetón. Mi entrepierna clamaba por atención, pero esta vez era Ginna la que gritaba cordura.
Ella me tomó del brazo y nos sacó del bar.
—Bueno, querida Margaret, eso ha sido todo por esta semana. Entre otras cosas, hay que aprender que el dinero no cae del cielo. Yo tengo inversiones, herencias, o trabajo, pero tú... tú debes trabajar. No creo que sea necesario que gastes dinero en ese chico.
—Pero ¿quién dijo que iba a gastar dinero en él? ¡Claro que no! Esto fue suficiente por esta semana, quizás para siempre.
—Cuando uno entra en este mundo, ya no quiere salir, querida. Así que no te apresures a decir algo que no es.
Tomamos un taxi juntas, ella se quedó en su casa y yo regresé a la soledad de la mía. Recordaba lo que había pasado esa mañana, y mi corazón se partía de nuevo. Quedaban pocos días de vacaciones y mi esposo no se había dignado a estar conmigo. No entendía por qué valoraba más su trabajo que a mí.