Es en serio cuando hablo del divorcio.

2050 Words
Inmediatamente, Julio se alejó de su esposa y se dirigió a su hija. —¿Estaban discutiendo nuevamente? —No, cariño —dijo cuando ya estaba cerca de ella y le dio un beso en la cabeza—. Mamá y yo teníamos… —Una discusión —aseguró la pequeña, miró a Julia y preguntó— ¿Van a separarse? —No, claro que no —aseveró Julio, suspiró y miró a Julia quien sin decir nada se dio la vuelta y volvió a la cocina. No era la primera vez que Julia le pedía el divorcio. Ya había olvidado las veces que decía querer divorciarse, sin embargo, nunca movía un dedo para hacerlo. Estaba convencido que era otro de sus arranques el cual solo quedaría en palabras. —Antes no entendía lo que era el divorcio, pero desde que realicé una investigación en el internet, sé que significa. Se que tú y mamá se separarán, y yo tendré que elegir a uno de los dos para vivir. ¡Y no quiero elegir!, ¡no quiero alejarme de ninguno! —se aferró a los brazos de su padre. —Eso no sucederá. Mamá lo ha dicho muchas veces, y como puedes ver, aún seguimos aquí. Solo lo dice cuando está molesta y sabemos que en unos minutos el enojo desaparecerá. —Pero ¿por qué se enoja contigo? ¿dices cosas que la hacen enojar? —Si. Siempre digo cosas que la enojan. Pero te prometo que no lo volveré hacer —le acarició la mejilla y besó la frente—. No te preocupes cariño, que siempre, siempre tendrás a tus padres juntos. —La cena está lista —dijo Julia asomándose al mural. Abrazado a su hija, Julio ingresó al comedor, le retiró la silla para que la pequeña se acomodara. —Mami ¿estás enojada? —forzando una sonrisa y acariciando delicadamente la barbilla de su pequeña, Julia negó. La pequeña sonrió y empezó a comer porque las palabras de su padre eran ciertas. Su madre ya estaba feliz, y así era siempre. En el trascurso de la cena se mantuvieron en silencio, solo el sonido del tenedor se escuchaba, y de vez en cuando una sonrisa entre Val y su madre se asomaba. Julio si se mantenía con la mirada en su plato, desde hace mucho la pareja no mantenía conversaciones de cualquier tipo, en el comedor ni en cualquier parte de la casa. Tras culminar la cena y dejar todo ordenado, Julia se dirigió a la habitación de Val, la pequeña ya había sido acostada por su padre, solo esperaba el beso de buenas noches de su madre. —Hasta mañana princesa. —Hasta mañana mami. Se giró de lado y aferrada a su peluche se quedó dormida. Julia apagó la luz, dejando solo encendida aquella bola que reflejaba los dibujos en el techo y pared. Cerró la puerta y fue a su habitación. Pasó hasta el baño y se cambió. Cuando se recostó en la cama, dijo: —Es en serio cuando digo que quiero el divorcio —Julio abrió los ojos. Los mantenía cerrado mientras trataba de conciliar el sueño—Empezaré con los trámites mañana mismo. Julio se mantuvo en silencio, con la mirada posada en la nada. —Le prometí a Val que siempre tendría a sus padres juntos. —¡Pues no debiste prometerle nada, porque tú y yo no podemos seguir viviendo bajo el mismo techo! Se encontraban espalda con espalda, ambos observaban a la nada. —Val… —Val es solo una excusa para continuar aquí —suspiró—. No trates de engañarte ni engañarme, porque tú también deseas el divorcio. Solo te mantienes aquí, por Val, y por las jodidas deudas que tienes. Divorciarnos será lo mejor, porque esta toxicidad me enferma. Sin responder a lo que ella dijo, Julio cerró los ojos y volvió a buscar el camino del sueño. Estaba muy agotado, debía dormir temprano para al día siguiente asistir a la universidad. Por la mañana se levantó muy temprano, fue hasta la habitación de Val y la levantó, seguido bajó y se adentró a la lavandería, agarró la plancha, planchó su camisa, corbata y pantalón, los colgó a un lado y fue a la cocina a preparar su desayuno y el de su hija. Era lo que hacía de lunes a viernes. Al ser el primero en ir al trabajo, se encargaba de alistar a su hija y prepararle el desayuno. —Vamos Val, date prisa —aconsejó mientras servía la mesa. Cuando su hija se sentó, él también lo hizo. Una vez que llegó el recorrido y esta se marchara, se dirigió a la habitación, ingresó a la ducha y se dio un baño rápido, al mismo tiempo cepilló sus dientes. Al salir agarró las prendas perfectamente planchadas y se vistió, seguido colocó el reloj de mano, rocío algo de perfume, por último, acomodó su cabello hacia atrás y salió. Después de una hora, Julio se encontraba frente a decenas de jóvenes. Tras terminar con la primera hora de clases, salió y se dirigió a la oficina. Se sentó, pasó ambas manos por su cabeza y pensó en el divorcio. Imaginaba cuánto cambiaría todo, cómo sería el día a día de Valeria sin tener a sus padres viviendo bajo el mismo techo. Julio se sentía culpable por no poder brindarle a su hija el hogar unido y feliz que ella merecía. Pensaba en cómo se dividirían las responsabilidades, en cómo serían las visitas y el tiempo que pasaría con Val. Le preocupaba si lograra mantener una buena relación con Julia, a pesar de todo lo que habían pasado. Suspiró al pensar que la vida de Valeria no sería igual. Habría momentos en los que ella extrañaría la presencia de su padre y de su madre a la vez, momentos en los que tendría que adaptarse a una nueva rutina y a vivir en dos hogares distintos. Se preguntaba si Valeria entendería las razones detrás del divorcio, si comprendería que a veces las cosas simplemente no funcionaban entre dos personas. Deseaba con todo su corazón que su hija pudiera encontrar la felicidad y la estabilidad en medio de esta nueva situación. La preocupación y el dolor embargaban a Julio, pero también sabía que era lo mejor para él y para Julia. A pesar de los desafíos que vendrían con la separación, ambos habían decidido seguir caminos diferentes. —¿Te encuentras bien? —preguntó el decano. La realidad era que no se sentía nada bien. Parecía que en esta vez lo de su divorcio iba en serio, y aunque desde hace mucho no tenía una agradable relación con su esposa, se sentiría vacío. —Si. Todo está bien —le sonrió forzadamente. Pero aquel decano, el cual un día fue su maestro, lo conocía muy bien, sabía que la distracción de Julio se debía a algo. —¿Quieres engañar a un viejo zorro como yo? —volvió a sonreír— Anda, cuéntame lo que te tiene así de angustiado. Y no me digas que no, porque te conozco muchacho. Cuenta, así este receso se te hace corto. Julio tomó una profunda respiración. —Voy a divorciarme —dijo con una minúscula sonrisa, una que no era de felicidad. —¿Hay infidelidad de por medio? —No. No que yo sepa —al menos él, a pesar de haber sido seducido por sin número de jovencitas, jamás le había fallado a su esposa. —¿Entonces? ¿Por qué separarse? ¿Ya no amas a tu esposa? Permaneció un minuto en silencio. —No lo sé —desde hace mucho tiempo que su corazón ya no se aceleraba al verla. Ni siquiera recordaba el sabor de aquellos labios los cuales un día deseó tanto. Aunque tenían intimidad, una vez por mes, no había beso de por medio, Julia solo le entregaba su cuerpo a Julio, dejando que este se complaciera por sí solo. —No lo sabes ¿y porque no lo sabes? ¿Cuál es el motivo que te lleva a creer que no la amas? Tiene que existir un gran motivo, uno que no tenga solución para que quieras divorciarte. —Hace mucho que lo nuestro no funciona. Cuando Car murió, se llevó consigo la mitad de la vida de Ju, su cuerpo quedó aquí, pero su alma lo siguió. Durante meses estuve ahí, entendiéndola y comprendiendo su dolor, el cual era mío también. Pero ella decidió encerrarse en el trabajo, ocupar su mente por completo en ello y se olvidó de Val, se olvidó que tenía un esposo —suspiró. —Con el tiempo también olvidé que tenía una esposa. Nos hemos dañado mucho con palabras —bajó la mirada a su brazo lastimado por las uñas de Julia—. Ayer, por primera vez nos hicimos daños físicamente. Y no quiero llegar más lejos que eso. Nuestro matrimonio no tiene solución. —Para todo hay solución, menos para la muerte. No son la primera pareja que pasa por algo así. Todas las parejas llegamos a este punto. En muchas es por infidelidad, y aun siendo por esa razón, logran sobrepasar esa adversidad —le posó la mano en el hombro. —Hay tantas cosas que admiro de ti, pero la que más admiro es que, nunca te das por vencido. Desde que te conozco, se cuánto has luchado y todas las barreras que has derrumbado. Espero que esta no sea la batalla en la que te dejes derrotar. Si aún la amas, lucha por ella, reconquístala, hazle ver que estás ahí, dispuesto a todo por ella. Porque la amas, si no la amaras, no estarías así de triste, hoy serías un hombre feliz, y no te veo feliz, Julio. —Por Val, ella nos quiere juntos. —Lo de los hijos es una excusa que los padres sacamos, para no aceptar que, si seguimos ahí, es porque queremos. Sabemos que los hijos siempre serán los hijos, y que, si terminamos en buenos términos, aunque no lo hiciéramos, seguiríamos siendo nuestros hijos, y estaremos en cada momento de sus vidas, si así lo quisiéramos, aun cuando estemos divorciados. Así que, no me digas que es por tú hija que estás ahí, es porque quieres, porque deseas seguir a su lado —se levantó. —No te rindas a la primera Julio, solo mira en tu interior, esos recuerdos que creaste junto a ella, y te darás cuenta de que el amor está ahí dentro, solo hay que revivirlo. Mientras haya amor, todo tiene solución —dicho eso se marchó. Julia por su parte se levantó a las ocho de la mañana, se dio una ducha y una vez lista salió. Subió a su coche y se dirigió al banco. Antes de ingresar se adentró a la cafetería cercana, saludó al hombre sentado y se acomodó frente a él. —¿Qué tal tu mañana? —preguntó Patricio, compañero y amigo de Julia. —Bien —dijo mientras sacudía la mano en el aire para llamar a la mesera. Tenía poco tiempo para desayunar. Cómo cada mañana, pasó un desayuno agradable con su amigo Patricio. Juntos se dirigieron a la sucursal. —En el almuerzo pagas tú —le dijo mientras ingresaban y le apretaba el brazo. Aquello provocó un dolor en Julia—. No fue ni mucho lo que te apreté. —Lo sé, solo que ayer me golpeé con la puerta y tengo un morado ahí. Patricio achicó los ojos. —¿Puerta? ¿Sabes cuántas mujeres maltratadas dicen esa misma excusa? —se acercó más a ella y le obligó a mirarle a los ojos— Dime, ¿ese idiota se atrevió a levantarte la mano? —Julia permaneció un instante en silencio, luego dijo. —Solo fue un apretón. Él jamás me golpearía. —Así se empieza Ju. Te lo digo yo que me crie en un hogar así. Mi padre empezó gritándole a mi madre, insultándola, luego vinieron los empujones, jalones de cabellos, por último, los golpes, y cada vez eran más fuertes. Y todo, por otra mujer. Cuando el hombre llega a lastimar a su esposa, es porque ya hay alguien más. —Te aseguro que Julio no es esa clase de hombre.
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