La noticia de que Katy hubiera estado con el esposo de Julia causó un profundo dolor en la señora Martina. El impacto de esta revelación se extendió como una onda expansiva por toda la familia, pero fue especialmente devastador para ella. La traición no solo afectaba a su hija Julia, sino que también manchaba el honor y la integridad de toda la familia que tanto se había esforzado en construir y mantener.
Por otro lado, la ira se iba acumulando en el padre de Julia, Rodrigo Peralta. A diferencia de su esposa, cuya reacción inicial fue de dolor, Rodrigo sentía cómo la furia crecía en su interior como un volcán a punto de hacer erupción. Sus puños se cerraban y abrían rítmicamente, conteniendo apenas el impulso de descargar su rabia sobre algo o alguien. La vena en su sien palpitaba visiblemente, y su rostro enrojecido era un claro indicio de la tormenta que se avecinaba.
El patriarca de la familia Peralta era conocido por su temperamento explosivo y su sentido inflexible del honor. Para él, la acción de Katy no solo era una traición a Julia, sino un ataque directo a los principios y valores que él había inculcado en su familia durante décadas. La vergüenza y la ira se entremezclaban en su mente, nublando su juicio y alimentando su deseo de confrontación.
En medio de este ambiente cargado de tensión y emociones a flor de piel, Rodrigo finalmente explotó.
—Dinos ¿qué pasó entre tú y Julio? —exigió el señor Rodrigo Peralta, su voz retumbando en la sala como un trueno.
Sus ojos, normalmente de un marrón cálido, ahora parecían dos brasas ardientes fijas en Katy. La joven sintió cómo un escalofrío recorría su espina dorsal ante la intensidad de esa mirada acusadora. El silencio que siguió a la pregunta era tan denso que podía cortarse con un cuchillo.
Bethany, siempre protectora de su hija, intentó intervenir. Su instinto maternal la impulsaba a defender a Katy, aun cuando no comprendía completamente la situación.
—¿Por qué…?
Pero antes de que pudiera terminar su frase, Rodrigo la interrumpió con un rugido que hizo temblar las paredes de la casa.
—¡Tú te callas! —bramó el señor Rodrigo, su voz cargada de una autoridad que no admitía réplica.
El grito de Rodrigo fue como un latigazo que cortó el aire, haciendo que Bethany guardara silencio de inmediato. La orden de su padre, especialmente cuando estaba enojado, era ley en aquella casa. Nadie, ni siquiera su hija mayor, se atrevía a desafiarlo en esos momentos. Bethany retrocedió instintivamente, sus ojos abiertos de par en par reflejando preocupación por su hija.
El silencio que siguió fue absoluto. Incluso los sonidos habituales de la casa parecían haberse apagado, como si el mundo entero contuviera la respiración ante la furia de Rodrigo Peralta. Los demás miembros de la familia presentes en la sala se mantuvieron inmóviles, temerosos de atraer la atención del patriarca sobre ellos.
Katy tembló ante la voz de su abuelo, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de cada fibra de su ser. Su mente, sin embargo, trabajaba tan rápido como un velocista en una carrera crucial. Los pensamientos se atropellaban unos a otros mientras sopesaba frenéticamente los pros y los contras de decir la verdad o mantener la mentira que había tejido.
Si decía la verdad, sabía que le iría mucho peor. Su abuelo era capaz de castigarla en ese mismo instante por haber inventado esa mentira, arruinando así el matrimonio de su tía Julia. Podía imaginar la furia descontrolada de Rodrigo al descubrir que todo había sido una elaborada farsa, una manipulación que había destrozado no solo a Julia, sino a toda la familia.
Por otro lado, si seguía mintiendo, existía la posibilidad de dejar a Julio como un aprovechado, alguien que había traicionado la confianza de la familia Peralta. Si mantenía su historia, era probable que a Julio nunca más le permitieran el ingreso a la familia, cerrándole para siempre las puertas de esa casa que había sido su segundo hogar.
Katy era consciente de que esta opción significaría que sus anhelos por estar con Julio se esfumarían como el humo. Después de todo, si lograba convencer a todos de que Julio era un traidor, ¿cómo podría justificar después un acercamiento romántico con él? Sería prácticamente imposible sin levantar sospechas y revelar su engaño.
Mientras estos pensamientos giraban en su cabeza como un torbellino, Katy llegó a una conclusión: era preferible que despreciaran a Julio y creyeran que conscientemente estuvo con ella, que se aprovechó de su borrachera para vengarse de Julia por la supuesta traición que esta le había hecho. Esta versión, aunque dolorosa para todos, era mejor que la verdad: que ella, había inventado todo por celos y obsesión.
Si mantenía esta mentira, al menos evitaría que la vieran a ella con malos ojos por el resto de su vida. Sería Julio quien cargaría con la culpa y el desprecio, no ella. Aunque esta decisión le pesaba en el alma, Katy se convenció de que era la única salida que tenía en ese momento.
Con esta resolución en mente, Katy se preparó para hablar. Sentía la garganta seca y el corazón le latía tan fuerte que temía que todos en la sala pudieran escucharlo. Tomó aire profundamente, intentando calmar el temblor de sus manos y la sensación de vértigo que amenazaba con apoderarse de ella.
—Tra… Trabajo en el bar de Lorenzo.
Hizo una pausa, tragando saliva con dificultad. Podía sentir la mirada penetrante de su abuelo taladrándola, exigiendo silenciosamente que continuara. Katy se obligó a seguir, sabiendo que cada palabra que pronunciara a partir de ese momento sería crucial.
—Julio llegó con su padre y se sentaron a beber —continuó, intentando que su voz sonara más firme—. Lorenzo me dijo que lo atendiera y pues, por la compañía tuve que beber con ellos.
Katy notó cómo su abuelo fruncía el ceño ante la mención de que ella había estado bebiendo. Sabía que eso ya era motivo suficiente para enfurecerlo, pero no había vuelta atrás. Tenía que seguir con su historia.
—Lo hice sin dudarlo, ya que era Julio, mi tío, el esposo de mi tía —intentó que su voz sonara inocente y confundida—. Dije, no pasará nada si los acompaño, pero… me emborraché y, terminé en la habitación de Lorenzo con Julio… no sé…
Su voz se apagó al final, dejando la frase inconclusa, como si los recuerdos fueran demasiado confusos o dolorosos para articularlos completamente. Katy bajó la mirada, incapaz de enfrentar los ojos acusadores de su familia.
El silencio que siguió a sus palabras fue breve pero intenso. Katy podía sentir la tensión en el aire, casi palpable, como si fuera una cuerda a punto de romperse. Y entonces, sucedió.
Rodrigo se acercó con pasos pesados, su rostro contorsionado por la ira. Antes de que nadie pudiera reaccionar, le lanzó una cachetada a Katy que la tiró de regreso al mueble. El sonido del golpe resonó en la sala, seguido por el grito ahogado de la joven.
Katy se cubrió el rostro con ambas manos, más por instinto que por protección. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, mezclándose con el ardor que sentía en su piel golpeada. Entre sollozos entrecortados, comenzó a disculparse frenéticamente:
—Perdón abuelo, estaba borracha, no…
Pero Rodrigo no estaba dispuesto a escuchar excusas. Su voz, cargada de ira y decepción, cortó el aire como un cuchillo:
—¡Cállate! —le gritó con una furia que hizo que todos en la sala se estremecieran—. Solo con el hecho de que eran hombres no debiste sentarte con ellos. Es más, ni deberías trabajar en un lugar así.
Rodrigo comenzó a caminar de un lado a otro de la sala, como un león enjaulado. Sus palabras salían en torrentes.
—Ese tipo de trabajo solo es para las inmorales y sinvergüenzas que les gusta la vida nocturna. Hay tantos trabajos en el día y elegiste trabajar en la noche. ¡Ni siquiera tienes necesidad de hacerlo, lo haces por puro capricho, porque te gusta esa vida! —gritó indignado, su voz retumbando en las paredes de la sala.
Katy, aun temblando por el golpe y las lágrimas, intentó defenderse una vez más. Su voz sonaba débil y asustada, pero, aun así, se atrevió a hablar.
—Pero abuelo, no soy culpable. Julio se aprovechó de mi borrachera.
Estas palabras, lejos de calmar a Rodrigo, parecieron encender aún más su furia. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Sebastián, quien había estado observando toda la escena en silencio, decidió intervenir. Su voz, aunque más calmada que la de su padre, no dejaba de tener un tono acusatorio.
—Si Julio se aprovechó como dices, ¿por qué tomaste esas fotografías y se las mostraste a Julia? ¿por qué no saliste de ese sitio y viniste a contarnos a nosotros? —preguntó, sus ojos fijos en Katy, buscando cualquier señal de mentira en su rostro—. Le mostraste a Julia unas fotografías de tú y Julio en la cama.
Esta nueva información pareció golpear a Rodrigo como un puñetazo en el estómago. Su rostro, ya enrojecido por la ira, adquirió un tono aún más oscuro. Se volvió hacia Katy, sus ojos ardiendo de indignación:
—¿Hiciste eso? —la pregunta sonó más como una acusación que como una interrogación real.
Katy, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos, se apresuró a defenderse antes de que su abuelo volviera a golpearla. Sabía que estaba caminando sobre una cuerda floja, pero tenía que mantener su historia coherente si quería salir de esta situación.
—Las tomé porque… —dijo, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una explicación plausible—. Si Julio se excusaba diciendo que era una mentira mía, así podría demostrar que no solo fue mi culpa.
Katy notó las miradas acusadoras de todos los presentes. La incredulidad y el disgusto eran evidentes en sus rostros. Sintiendo que perdía terreno, agregó desesperadamente.
—¡Es que debía tener pruebas que demostraran lo que pasó, porque luego no me creerían, más si se trataba de Julio!
Su voz se quebró al final, mezclándose con un sollozo. Katy sabía que su explicación sonaba débil, incluso para sus propios oídos, pero era lo mejor que podía ofrecer en ese momento de pánico.
—¡Eso es cierto! —la voz de Bethany resonó en la sala, sorprendiendo a todos. La madre de Katy había estado conteniendo su intervención, pero ahora, viendo a su hija acorralada, no pudo mantenerse al margen por más tiempo—. Es cierto que aquí siempre se ha valorado más a ese miserable que a nosotras mismas.
Rodrigo Peralta achicó los ojos y apretó los dientes ante las palabras de su hija mayor. La tensión en la sala alcanzó niveles insoportables mientras Bethany continuaba su diatriba:
—¡Todos ustedes siempre han creído que ese hombre es perfecto! Cualquier cosa que se dice de Julio no la creen, y piensan que es un santo incapaz de hacer algo.
Bethany hizo una pausa, tomando aire antes de arremeter con más fuerza.
—Es hombre, mi hija es demasiado sensual y guapa, cualquiera caería encantado por ella.
Estas palabras fueron la gota que colmó el vaso para Rodrigo. Su rostro se contorsionó en una mueca de furia y disgusto:
—¡Cállate, Bethany, porque no sabes lo que dices! —rugió, su voz cargada de indignación—. ¿Cómo te atreves a justificar esta... esta aberración?
Rodrigo estaba tan indignado que su hija mayor apoyara lo que Katy había hecho, que sentía ganas de darle un par de cachetadas para que tomara conciencia de que eso no era debido. En su mente, Katy no solo había traicionado a Julia, sino a toda la familia. Esa mocosa merecía una buena paliza, pensaba, mientras luchaba por controlar sus impulsos.
Bethany, al ver la mano levantada de su padre, se cubrió instintivamente el rostro, temiendo recibir el mismo trato que su hija. Sin embargo, Rodrigo, en un último destello de autocontrol, se contuvo. Blasfemando en voz baja, salió de la sala y se dirigió a la cocina en busca de un vaso de agua, esperando que el líquido frío calmara el fuego que sentía arder en su interior.
Su esposa, Martina, lo siguió preocupada. El rostro enrojecido de Rodrigo y la forma en que su cuerpo temblaba ligeramente la alarmaron. Temía que toda esta situación pudiera provocarle algún problema de salud. Después de todo, Rodrigo ya no era un hombre joven, y el estrés de esta revelación podría ser demasiado para su corazón.
Mientras tanto, en la sala, Sebastián permanecía de brazos cruzados, observando a Katy con una mirada penetrante. A diferencia de su padre, cuya reacción era más visceral y emocional, Sebastián analizaba la situación con una frialdad calculadora. Había algo en la historia de Katy que no le cuadraba, y estaba decidido a llegar al fondo del asunto.
Katy, al notar la mirada oscura de su tío, sintió cómo un escalofrío recorría su espalda. Conocía bien esa mirada. Sabía que su tío tenía la habilidad de desentrañar la verdad con unas pocas preguntas bien dirigidas, y eso la aterrorizaba.
Incapaz de sostener la mirada inquisitiva de Sebastián, Katy se volvió hacia su madre, suplicando en silencio que la sacara de ese lugar. El miedo a que Sebastián descubriera su mentira era palpable en sus ojos.
Sebastián, notando la incomodidad de Katy, decidió presionar un poco más.
—Katy, voy a descubrir la verdad —dijo con voz calmada pero firme—. Si estás mintiendo, no sé qué vaya a hacer contigo, niña.
Estas palabras sonaron como una sentencia para Katy. Sabía que, si su tío se proponía investigar, eventualmente descubriría todo el engaño que había tramado. La idea de enfrentar las consecuencias de su mentira la llenaba de terror.
Bethany, siempre protectora, intervino una vez más:
—Tú —dijo, enfrentando a Sebastián con una mirada desafiante—. No vas a venir a amenazar a mi hija. Lo que tienes que hacer es ir y golpear a ese malparido que abusó de mi niña.
Sebastián, sin embargo, no se dejó intimidar por las palabras de su hermana. Con calma, respondió:
—Julio es incapaz de hacer algo así.
Esta defensa de Julio por parte de Sebastián pareció enfurecer aún más a Bethany. Tomando a Katy del brazo, comenzó a alejarse de la sala, replicando con disgusto cómo su hermano prefería apoyar a Julio antes que a su sobrina.
Mientras se dirigían a la habitación de Katy, Bethany no dejaba de murmurar su indignación. Sin embargo, una vez que cerraron la puerta tras de sí, el tono de Bethany cambió drásticamente. La preocupación maternal dio paso a una furia apenas contenida:
—¡Cómo pudiste acostarte con ese hombre! —exclamó, su voz mezclando incredulidad y disgusto. No era una pregunta, sino una recriminación cargada de dolor y decepción.
Katy, aparentemente indiferente a la angustia de su madre, sacudía un frasco de crema para bajar la hinchazón. El golpe de su abuelo había sido fuerte, y podía sentir cómo su mejilla palpitaba dolorosamente. Internamente, se quejaba de que ese "viejito" aún tuviera fuerzas para golpear tan duro.
—¡Te estoy hablando Katiuska! —insistió Bethany, su paciencia llegando al límite ante la aparente indiferencia de su hija.
La respuesta de Katy llegó cargada de una insolencia que dejó a Bethany momentáneamente sin palabras.
—¡Acostándome! —respondió groseramente, como si fuera lo más obvio del mundo.
Esta respuesta hizo que Bethany sintiera el impulso de golpear a su hija también, pero logró contenerse. La situación ya era lo suficientemente complicada sin agregar más violencia.
Katy, sintiendo que ya no tenía nada que perder, decidió revelar la verdad que había estado ocultando durante tanto tiempo.
—¿Quieres saber la verdad? Julio me encanta desde los catorce, sueño con él día y noche, deseo que sea mío, y cuando vi la oportunidad de caer en sus brazos, me fue inevitable.
Estas palabras cayeron como una bomba en la habitación. Bethany sintió cómo el mundo se le venía encima. La revelación de que su hija había estado obsesionada con Julio durante años, que todo esto se había planeado, la dejó aturdida.
—¡Ay, Katy, te voy a moler a golpes! —amenazó Bethany, más por impotencia que por verdadera intención de lastimar a su hija.
Katy, sin embargo, no se amilanó ante la amenaza.
—Tú no me vas a golpear —declaró con firmeza—. Tengo veinte años y no soy una niña a la que puedan venir y golpear cuantas veces les dé la gana. Desde ya te digo que Julio será mi esposo. Haré todo lo que esté en mis manos para que sea mío.
Bethany sintió cómo una ola de náuseas la invadía ante las palabras de su hija. La determinación en los ojos de Katy, esa obsesión enfermiza, la aterrorizó más que cualquier otra cosa.
—¡Es el esposo de tu tía! —exclamó Bethany, intentando hacer entrar en razón a su hija.
Pero Katy, sumida en su fantasía, respondió con una convicción que heló la sangre de su madre.
—Pronto dejarán de serlo, porque se divorciarán y cuando eso suceda, Julio estará libre. Libre para mí.
Bethany no podía creer que su hija estuviera tan obsesionada con Julio Montiel. La magnitud de la situación, la profundidad del engaño y la determinación de Katy la dejaron sin palabras. Se dio cuenta de que esto iba mucho más allá de un simple capricho o una atracción pasajera. Su hija estaba dispuesta a destruir a su propia familia por este deseo enfermizo.
Mientras Bethany luchaba por encontrar las palabras para responder, para hacer entrar en razón a su hija, Katy continuó aplicándose la crema en la mejilla, como si toda esta conversación no fuera más que una trivialidad. La frialdad y la falta de remordimiento en los ojos de su hija la asustaron más que cualquier otra cosa.