CAPÍTULO I: 1880-1
CAPÍTULO I
1880
Norita se bajó del tren en la estación de Paddington y tardó un poco más de lo normal en encontrar la salida.
Era la primera vez que visitaba Londres.
Sabía que encontraría mucha gente; sin embargo, la gran masa de personas que recorría la estación consiguió asustarla.
Como era de esperar, vio una fila de coches de alquiler.
Se acercó al primero y con timidez preguntó si la podía llevar a la casa Hawk en Park Lañe.
—Suba usted, señorita— contestó el cochero con tono alegre—. ¡Estaremos allí en un momento!
Norita era muy joven y muy bonita, por lo tanto el cochero bajó gustoso a abrirle la puerta.
—Mantenga las ventanillas cerradas para que no entre frío— dijo él—, no somos lo bastante elegantes como para llevar una manta.
Se rió de su propio chiste y subió una vez más al coche para hacer iniciar la marcha a su muy cansado caballo.
Para Norita aquello era muy emocionante.
A través de la ventanilla observó las pequeñas casas que rodeaban Paddington y le pareció que estaban un poco descuidadas y que necesitaban reparaciones.
Cuando llegaron a Hyde Parle admiró, complacida, los grandes árboles y las lujosas mansiones de Park Lañe.
Así era como había imaginado que sería Londres y no se sentía desilusionada.
En la casa Hawk era donde se encontraba la persona a la cual buscaba.
La mansión era realmente impresionante. Tenía un camino que iba desde la calle hasta la puerta principal.
Además, presentaba un gran pórtico sujetado por columnas de piedra.
Tan pronto como el carruaje se detuvo, un lacayo salió de la casa para abrir la puerta.
—¿Es esta la casa del Marqués de Hawkhurst?— preguntó Norita.
—Sí, señorita.
Bajó del carruaje y preguntó al cochero con voz suave:
—¿Cuánto le debo?
Norita le pagó lo que el hombre le dijo, añadió lo que ella consideró como una propina adecuada. No debió equivocarse porque el cochero se quitó la gorra y le dijo:
—¡Gracias, señorita ha sido un placer traerla hasta aquí!
La muchacha le dedicó una breve sonrisa y dijo al lacayo:
—Vengo a ver a la señorita Marsh.
—¿La está ella esperando, señorita?— preguntó el hombre.
—Supongo que sí. Le escribí hace dos días y ya debe haber recibido mi carta.
Otros dos lacayos que estaban en el vestíbulo los estaban escuchando y ella tuvo miedo de que la echaran.
El que parecía ser un poco mayor que los demás le informó:
—Encontrará a la señorita Marsh en el salón de clases, señorita. Ella ha comentado al señor Bates que estaba esperando a alguien.
Norita suspiró con alivio.
Siguió al lacayo uniformado. Se sentía demasiado nerviosa para mirar a su alrededor; no obstante, se dio cuenta de que las paredes estaban adornadas con cuadros con marcos dorados.
La repisa de la chimenea era un bello ejemplo de esculpido en mármol del siglo XVIII.
Norita deseó poder hablar a su padre acerca de ello.
Cuando llegaron a lo alto de la escalera, el lacayo se dirigió hacia la izquierda e inmediatamente empezaron a subir por otra escalera muy diferente.
Aquí las paredes estaban adornadas sólo con acuarelas.
Llegaron a otro piso y subieron otra escalera más, hasta que por fin llegaron al piso más alto.
El techo era más bajo, pero la luz del sol de invierno que entraba por las ventanas parecía dar un especial resplandor al lugar.
El hombre abrió la puerta que estaba pintada y no hecha de caoba como las que habían visto al pasar por otros pisos.
—Tiene usted una visita, señorita Marsh— anunció él.
Con una exclamación de júbilo, Norita corrió hacia una mujer mayor que se levantó de una silla situada junto al fuego.
Ésta extendió la mano, pero Norita la abrazó y la besó.
—¡Oh, Marsh— exclamó la joven— no sabes la alegría que me da verte! Tenía miedo de que no estuvieras aquí.
—Fue una agradable sorpresa recibir tu carta— respondió la señorita Marsh—, espero que no hayas venido a Londres sola.
—Nadie podía acompañarme— explicó Norita—, y ya no soy una niña. He llegado hasta aquí sin ningún problema.
—Pero no has debido hacerlo— señaló la señorita Marsh en un tono de voz que revelaba su desconcierto.
Y antes que Norita pudiera hablar, añadió:
—Sin embargo, estás aquí y eso es lo que importa. Quítate el abrigo, querida. Pronto subirán la comida.
Norita hizo lo que le indicaban y dejó su abrigo sobre una silla. Luego se quitó también su pequeño sombrero.
Parecía una niña cuando se acercó a la chimenea y dijo:
—El tren estaba muy lleno, pero yo he viajado en primera clase porque me pareció que era lo más correcto ya que venía sola.
—¡Por supuesto que lo era!— estuvo de acuerdo la señorita Marsh.
—Pero resulta caro— suspiró Norita—, y a menos que tú puedas ayudarme, ya no tengo suficiente dinero para el billete de vuelta.
La señorita Marsh la miró sorprendida.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas?
Norita permaneció en silencio durante un momento. Después mirando al fuego, dijo:
—Papá ha muerto hace una semana.
—¿Ha muerto?— repitió la señorita Marsh—, no lo he leído en los periódicos.
—No tenía dinero para pagar una esquela.
—¿Cómo ocurrió? No lo entiendo.
—Le tiró un caballo que acababa de comprar.
Norita sollozó antes de continuar:
—Ese animal salvaje le tiró y después cayó encima de él.
—¡Mi querida niña, no sabes cómo lo siento!
—Supongo que fue mejor que papá muriera mientras todavía estaba inconsciente— comentó Norita con voz muy débil—. Los médicos dicen que de haber sobrevivido hubiera quedado paralítico.
Mientras hablaba, sacó un pañuelo de su bolso para enjuagarse los ojos.
Después se sentó en la alfombra y dijo:
—¡Todo ha sido una horrible pesadilla, Marshy, y ahora que papá está muerto ya no hay dinero!
—¿Qué quieres decir con eso?— preguntó la señorita Marsh—, yo siempre he creído que tus padres no eran ricos sin embargo...
—Después de la muerte de mamá, papá y yo gastamos demasiado y los caballos no se vendieron al precio que esperábamos.
Ella miró a la señorita Marsh.
En sus ojos apareció una expresión de súplica al decir:
—Sé que tengo que encontrar algún tipo de trabajo y por eso he recurrido a ti.
—¿Trabajo?— repitió la señorita Marsh—. ¿Cómo vas a trabajar?
Enorita rió.
—O trabajo o me muero de hambre y francamente lo segundo no me gusta nada.
—No puedo creer lo que me estás diciendo— exclamó la señorita Marsh.
—Es verdad— insistió Norita—, y como los Cosnet son demasiado viejos para encontrar otro trabajo, he decidido dejarlos en casa y cuando pueda, darles una pequeña pensión.
Como la señorita Marsh permanecía en silencio, Norita continuó:
—Lo he pensado todo con mucho cuidado, como tú me enseñaste a hacer; Los Cosnet consideran que pueden vivir con siete chelines a la semana y con lo que cultiven en el jardín.
Norita miró al fuego como si viera los números en las llamas y continuó diciendo:
—Si puedo ganar suficiente dinero para mantenerlos, siempre tendré una casa a la cual volver si resultara incompetente en el trabajo y me despidieran.
Dejó escapar una risita, como si aquello fuera muy divertido, pero la señorita Marsh estaba muy seria.
—Mi querida niña— dijo ella—, tú apenas tienes dieciocho años. ¿Qué podrías hacer para ganar dinero?
—Necesito intentarlo— repuso Norita—, y no hay otra manera de subsistir a menos que mande a los Cosnet a un asilo, lo cual les rompería el corazón. Podría vender la casa, pero creo que sería muy difícil.
La señorita Marsh sabía que aquello era verdad.
La casa de Norita estaba a las afueras del pequeño pueblo de Berkhampstead y era difícil que alguien quisiera pagar un buen precio por ella pues, además, la última vez que la visitó ya se encontraba bastante deteriorada.
Las ventanas quizá fueran de la época isabelina, pero el techo necesitaba ser reparado urgentemente.
Recordó que Lady Wyncombe, la madre de Norita, había comentado que habían tenido que cerrar el piso superior porque todo el que dormía allí recibía una inesperada ducha cada vez que llovía.
Como si eso no tuviera ninguna importancia se había echado a reír.
La señorita Marsh pensó que nadie podía aceptar las dificultades de la vida con tanta ligereza, ni vivir tan feliz en lo que, por no decir otra cosa, eran circunstancias muy incómodas.
Lord y Lady Wyncombe se habían casado porque estaban muy enamorados el uno del otro.
Su matrimonio había contado con la desaprobación de los padres de ambos.
Sin embargo, aquello no preocupó a la pareja lo más mínimo.
Eran felices viviendo en el campo con los caballos que Lord Wyncombe domaba y vendía por un precio mucho mayor al que había pagado por ellos.
Adoraban a Norita su única hija, cuya belleza les parecía el reflejo de su amor.
Debido a una pequeña herencia que había recibido, la señorita Marsh se había retirado muy pronto de su actividad docente y había alquilado una pequeña casa en el pueblo donde su padre había sido maestro.
Cuando Lady Wyncombe le suplicó que diera lecciones a Norita, ella aceptó complacida y no le preocupó recibir muy poco dinero a cambio.
Era un placer para ella ir a una casa que siempre parecía estar llena de sol.
En realidad, los tres maestros que tuvo Norita consideraron su trabajo más como un placer que una obligación.
La señorita Marsh quería mucho a Norita.
Jamás se le había pasado por la cabeza la idea de que ésta tuviera que ganarse la vida.
Un año antes, la maestra había dejado el pueblo porque la Marquesa de Hawkhurs le había suplicado que diera clases a su nieta, aunque fuera durante poco tiempo.
Después de varios años de retiro, a la señorita Marsh no tenía muchas ganas de volver a ejercer su profesión, pero la Marquesa viuda siempre había sido muy amable con ella e insistió mucho.
«Sólo usted puede ayudar a la niña», le había escrito.
Además, ofreció un sueldo muy generoso que hubiera sido imposible rechazar.
Pero hacía unos días que la señorita Marsh había informado al señor Seymour, secretario de la Marquesa, de que estaba decidida a marcharse tan pronto como pudiera encontrar a alguien que la sustituyera.
—Mi hermana mayor acaba de perder a su esposo y tampoco está muy bien de salud y no tiene a nadie que la cuide.
Hizo una pausa antes de continuar:
—Así que usted comprenderá, que, aunque me duele mucho tener que dejar a Lady Alice, la sangre siempre llama.
—Lo comprendo, señorita Marsh— respondió el señor Seymour—, yo sé que Lady Alice la va a extrañar mucho y nos resultará muy difícil encontrar a alguien como usted.
La señorita Marsh hizo un gesto de impotencia con las manos, pero en realidad no había nada que ella pudiera hacer al respecto, así que respondió:
—Por favor, señor Seymour, busque a alguien lo antes posible. Mi hermana está realmente muy enferma y me necesita. Había sido una suerte que ella todavía se encontrara allí cuando Norita acudió para verla.
De otra manera, la señorita Marsh ya se habría marchado para Devonshire y la muchacha nunca hubiera podido viajar sola hasta allí.
Ni tampoco hubiera tenido dinero para poder hacerlo.
—Yo sé que tú me dirás lo que debo hacer— le estaba diciendo Norita—, y nadie conoce mis aptitudes mejor que tú, si es que tengo alguna.
—Por supuesto que las tienes— le dijo la señorita Marsh—, pero ninguna que resulte muy práctica.
Norita se echó a reír.
—Si eso es verdad, entonces lo único que puedo decir es que tú, la buena señora Tomlinson y el vicario deberíais avergonzaros por haber asegurado a papá que estabais orgullosos de mis progresos.
La señorita Marsh no respondió y después de un momento Norita continuó:
—Papá siempre decía que yo era una buena amazona sin embargo, no creo que pueda domar y entrenar caballos como lo hacía él.
—¡Por supuesto que no!— objetó la señorita Marsh—, eres demasiado pequeña y además esa nunca me ha parecido una profesión adecuada para una mujer.
—He pensado mucho en eso cuando venía en el tren— dijo Norita—, y la verdad es que sólo me quedan dos opciones.
—¿Cuáles son? —preguntó la señorita Marsh.
—Puedo dedicarme a cuidar niños o convertirme en dama de compañía de alguna vieja gruñona.
La señorita Marsh la estaba mirando y un brillo apareció en sus ojos.
—¿Qué pasa?— preguntó Norita—. ¿En qué estás pensando?
—Se me acaba de ocurrir— exclamó la señorita Marsh—, que quizá tu pudieras ocupar mi lugar.
—¿Ocupar tu lugar?— preguntó Norita—. Pero, ¿por qué?
—Yo me marcho. Debo ir a cuidar a mi hermana que está muy enferma. ¿Te acuerdas de Ethel? Yo solía hablarte de ella.