Ethan cara de burro

1255 Words
LILA Aparté la mirada de los ojos malévolos de Ethan y descolgué el teléfono. —¿Estás aquí, Sophie? —Estoy aquí. Estoy en el aeropuerto. —Perfecto, ya vamos para allá. Espéranos, iremos a recogerte con Ethan. —Bien, entonces me tomo un café mientras espero. —No me digas "café". —¿Por qué? —Te lo explico luego. Chao. —Chao. Colgué el teléfono y lo metí en el bolsillo. Maldita reunión. Tenía que pensar rápido cómo salir del embrollo, pero ¿cómo? —Bueno, Ethan, Sophie está en el aeropuerto. Si estás libre, la vamos a recoger.— Un tipo calvo me quedó viendo raro y al instante lo fulminé con la mirada— ¿Qué? ¿te debo? —el sujeto negó con la cabeza claramente enojado. Ethan se levantó y anunció con voz firme: —La reunión ha terminado. Por fin. Salimos de la sala y subimos al ascensor. Apenas se cerraron las puertas, Ethan dijo con esa voz de sabelotodo: —Por cierto, el hombre al que destrozaste era el director general. —¿Y qué? —respondí con desdén. —Que es tu superior, aunque no sea el mío. No deberías enfrentarte tanto a la gente. —¿Me estás diciendo que sea "diplomática"? Entiendo tu punto. Tienes razón, pero me aburre. Lo arreglo mañana. Ahora, ¿podemos ir a recoger a Sophie? —Otra alborotadora. Y encima rubia. La odio. Me reí por dentro. Ajá, el odio, dice. Porque todos sabemos que los grandes amores empiezan con grandes odios. Después de callar a mi voz interior con un "shhh", le solté: —¿Por qué te pone tan nervioso Sophie? —¿No es suficiente con que sea una rubia estúpida? —¿Y cómo la juzgas si ni la conoces? —¿No conocerla? Traté de hacerla hablar por dos horas para saber dónde estabas, pero no soltó ni una palabra. Tuve que presionarla. Y créeme, no hago eso con todas las chicas. Normalmente vienen solas. —¿O será que no puede resistirse a tu "encanto"? —dije burlona. —Exacto. —¿Qué le hiciste? Porque si Sophie no habló, es porque realmente no quiso. —Llamémoslo "presión psicológica". Un hombre, una mujer... el resto queda a la imaginación. —Eres un animal. —Gracias. Finalmente llegamos al aeropuerto. Mientras Ethan estacionaba, marqué el número de Sophie. —Sophie, ya llegamos. ¿Dónde estás? —Aquí, tomando un café. ¿Dónde están ustedes? Ethan me dio un codazo y señaló a Sophie. Ahí estaba, con una maleta enorme en una mano y el teléfono en la otra. —Ah, ya te vi. ¿Ves el coche n***o frente a ti? Somos nosotros. Sophie giró la cabeza hacia el auto, y cuando sus ojos se abrieron como platos y su boca formó una "O", no pude evitar soltar una risa. —¿Hablas de ese lujoso coche? —preguntó sorprendida. —Sí, ese mismo. Ven. Sophie caminó hacia nosotros con prisa y emoción. Me bajé del auto. Nos abrazamos con la fuerza de dos personas que no se han visto en años. —Lila, te extraño —me dijo Sophie con una sonrisa enorme. —Yo también te extraño —respondí, con una calidez en la voz que pocas veces dejaba escapar. De pronto, una voz tronó desde el fondo del auto: —Si ya terminaron, señoritas, sugiero que nos vayamos. Sophie soltó un «buah» con ese tono de fastidio tan suyo mientras yo metía su maleta en el maletero. Me acomodé en la parte de atrás y, justo cuando ella iba a subir también, le solté: —Sophie, no te subas aquí, no quepo. Siéntate adelante. —¿Cómo que no quepo? No me voy a sentar al lado de ese buey. La mirada de Ethan se oscureció. Sin inmutarse, respondió con sorna: —Ahora te mostraría qué tan buey soy, pero el ambiente no es el adecuado. Si no te subes, nos vamos. Con un suspiro de derrota, Sophie se sentó al frente, pero no sin lanzar un último reproche. —Lila, este pervertido tiene cara de burro. ¿Por qué no me senté atrás contigo? Yo no pude evitar reírme a carcajadas. El reproche fue tan espontáneo que hasta Ethan esbozó una sonrisa. No volvimos a hablar hasta llegar a mi barrio. Apenas entramos, Sophie abrió los ojos como platos. —Lila, por favor dime que vives en este paraíso. —Sí, vivo aquí —respondí con orgullo—. De hecho, ¿ves esa casa blanca al fondo? Esa es la mía. —Es realmente maravillosa. Ethan, que parecía más interesado en Sophie que en la arquitectura, le lanzaba miradas de admiración entre disimuladas y descaradas. Detuvo el auto justo frente a la casa. Sophie bajó primero con su actitud de diva, y las vecinas, sentadas en las puertas, nos miraban como si fuéramos un chisme con patas. Aún no le había contado a Sophie sobre el «marido», pero hoy era el día. Si se iba a quedar en este barrio, más le valía estar al tanto de todo. Ethan sacó la maleta rosa del maletero con una mueca de disgusto y entró en el jardín sin decir nada. Nosotras lo seguimos. Una hora después, acepté cenar comida preparada porque el cansancio no me daba tregua. Terminé tirada en el sofá, mientras Sophie y Ethan discutían como niños chiquitos. Finalmente, Ethan salió hecho una furia, lo cual me hizo soltar una carcajada. —Lila, ok, lo entiendo —dijo Sophie con tono serio—. Por ahora, Ethan es conocido como tu "marido". Se irá cuando tu bebé cumpla un año, pero ¿y después? Me quedé mirando el techo y murmuré: —No sé, Sophie. Si ese imbécil hubiera aceptado quedarse con su bebé, no estaríamos en esta situación. Pero no, prefirió el camino fácil. Me pidió que abortara. Bastardo. —¡Shhh! No digas palabrotas delante de mi sobrino. Sophie me hizo reír. Se puso dramática y me acarició el estómago con ternura. —Lo siento, cariño, no volverá a ocurrir. —Oh, Sophie, ¿y Ethan? Mejor lo llamo. —¡No lo llames! Estamos bien sin él. —No seas tonta, Sophie. Marqué, pero su teléfono estaba apagado. —Apagado. —Te lo dije, ya se fue. —No digas eso. Es un buen tipo… aunque entre ustedes dos hay otra cosa. —¿Otra cosa? ¿De qué hablas? —Nada, olvídalo. Vamos a dormir, estoy muerta. Tú también debes estar agotada por el viaje. —Está bien. —Dormiremos juntas porque Ethan duerme en la otra habitación —le advertí. —¿Como en los viejos tiempos? —Sí, como en los viejos tiempos. Entramos a mi habitación abrazadas. Encendí la luz y Sophie se tiró sobre mi cama, esa cama grande en tonos gris y rosa. Me puse el pijama en el baño y cuando volví, ella ya estaba acurrucada. —Buenas noches, mami gordita —bromeó. —Sophie, aún no he engordado, no mientas. —¿Ah, no? Pues lo harás. —Sí, lo haré. —¿No te entristece? —No. Si tuviera un marido tal vez sí, porque querría verme bien para él. Pero luego se me pasaría. No me entristezco por nada gracias a mi bebé. Sophie sonrió con ternura y me abrazó. —Vas a ser una gran mamá, Lila. Igual que lo fuiste para mí cuando mi mamá me dejó. Me quedé en silencio, abrazándola de vuelta.
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