La fiesta llena de pasión
LILA
Salí de mi casita en este pueblito costero y empecé a pasearme por las calles, con calma, disfrutando del movimiento de la ciudad. Me quedé viendo con una sonrisa las tienditas de por ahí, llenas de colores y cosas curiosas. De pronto, vi un localito que vendía ropa para bebés, y, ay, sentí cómo se me apretaba el pecho. Sin pensarlo mucho, caminé rapidito hasta allá y pregunté por los zapatitos que ya me habían enamorado.
—Cincuenta.
Eran blancos, preciosos. Aún no sabía si tendría niña o niño, pero estos iban a quedar perfectos sin importar qué.
—Va, me llevo estos. ¿Me los envuelves, porfa?
El vendedor tomó los zapatitos de mis manos con cuidado, los envolvió y me los entregó con una sonrisa. Cuando le pasé el dinero, se quedó viendo raro y preguntó:
—¿Eres nueva por aquí, cierto? Me parece que te he visto algunas veces.
—Sí, recién me mudé.
—Ah, ya veo. Oye, disculpa, pero... parece que estás embarazada, y como nadie ha visto a tu esposo… pues han empezado a hablar cosas.
—Mi marido está en el ejército, tenemos que pasar mucho tiempo separados.
—Ah, con que así es. Bueno, no te preocupes. Yo mismo les voy a callar la boca a esos que andan hablando a tus espaldas.
—Gracias. Que tengas un buen día.
—Buen día.
Caminé despacito hasta llegar al lugar más bonito del barrio: la playa. Todo estaba lleno de colores. Me senté en una banca amarilla, sintiendo la brisa, pero no pude evitar preguntarme, una vez más, por qué todo había cambiado tanto.
*
HACE UNOS MESES
Tengo 22 años y apenas llevaba una semana trabajando en una empresa donde ni siquiera había visto a mi jefe. ¿El jefe? Ah, pues él estaba en el extranjero, feliz gastándose su dinero en quién sabe qué cosas inútiles. Pero bueno, la verdad, mi situación no estaba tan mal. Estudié en la universidad porque quería valerme por mí misma, y ahora estaba haciendo prácticas como secretaria. Lo importante, me decía, era aprender el oficio.
Hoy era otro día más sin jefe, pero al parecer, iba a llegar en la noche. Yo ya estaba de malas porque tenía que quedarme hasta tarde. Pero, entre tanta queja, mis amigas me convencieron de salir en la noche. Así que me puse mi vestido rosa cortito, agarré un bolsito pequeño y bajé las escaleras, lista para irme. Mi mamá estaba en la sala, con un café en la mano y clavada en su tablet.
—Mamá, ya me voy.
—¿A dónde? —preguntó sin despegar la vista de la pantalla.
—Mamá, ya te había dicho que saldría con mis amigas, y hasta me diste permiso.
Siempre hacía lo mismo: fingía que todo ya estaba aprobado para que no me dijera nada.
—Ah, ya veo. Ya me estoy haciendo vieja, hija. Bueno, vete. Pero antes de las doce, ¿eh?
—Sí, mamá, antes de las doce. —Le sonreí y salí.
Afuera estaba Max, esperándome en su coche. Con él iban Chloe y Liam, mientras que Sophie y Jake venían detrás en otro auto. Íbamos al antro, tres chicas y tres chicos, todo parejo. Me subí al asiento de atrás junto a Chloe. Apenas arrancamos, nos reímos por lo que dijo Max:
—Chicas, hoy no nos van a dejar en paz.
Y tenía razón. Las tres nos veíamos divinas, y eso siempre llamaba la atención. Cuando llegamos al bar, bajamos de dos en dos para no hacer tanto escándalo. Yo entré con Max y me tiré en los asientos súper cómodos del fondo. Jake se acercó y me preguntó:
—¿Qué vas a tomar?
—Lo que sea —le contesté, sin pensar mucho.
Chloe pidió un whisky, Sophie otro. Yo ni supe qué fue lo que me trajeron, pero empecé a beber. Y, claro, como siempre, en media hora ya estaba medio borracha. Ay, cómo odiaba ser tan mala para el alcohol. Mientras los chicos seguían platicando como si nada, Chloe estaba acurrucada en el hombro de Liam. Seguro que había algo entre esos dos.
—Voy al baño, ya vuelvo —dije levantándome, tambaleándome un poco.
Max me miró preocupado.
—¿Quieres que te acompañe?
—No hace falta —respondí.
De camino al baño, tropecé con alguien. Pero no era cualquier persona. Era un hombre increíblemente guapo: cabello n***o, ojos azules, y un aire que me dejó sin aliento.
—Qué guapo eres —dije, antes de darme cuenta.
Oh no, ¿acabo de decir eso en voz alta? Sí, porque él sonrió, como si lo disfrutara.
—Sí, las chicas suelen decir eso —respondió, con una voz que era como música para mis oídos.
Solté una risita nerviosa.
—Eres un coqueto. Bueno, por cierto, me llamo... ¿cómo era que me llamaba?
No pude evitar reírme mientras él también lo hacía.
—Estás muy borracha. Ve, lávate la cara y luego dime tu bonito nombre.
Mi boca se abrió en un "O" mientras me tapaba los labios, sorprendida. Él siguió, divertido:
—Y arregla esos labios, o te beso.
Sentí cómo me ponía roja de vergüenza, incluso borracha. Asentí y le dije:
—Me voy a lavar la cara y las manos.
—Aquí te espero.
Corrí al lavamanos, me lavé la cara y vomité un poco. Luego me volví a enjuagar. Ya estaba más tranquila, aunque todavía con la cabeza hecha un lío por las tonterías que había estado diciendo. ¡Qué vergüenza! Me arreglé el cabello lo mejor que pude y salí. Ahí estaba él, recargado en la pared, esperándome. ¿Cómo era posible que luciera tan guapo? Me quedé sin palabras.
—Ah... bueno, disculpa, es que todo esto es nuevo para mí —dije, medio nerviosa.
—No creo que haya nada de qué disculparse, Lila —respondió con una calma que me descolocó.
—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté, sintiendo que algo no cuadraba.
—No importa. ¿Vamos a un lugar más tranquilo?
¡Bam! Esa frase me llegó directo al cerebro, como si se hubiera colado bajo mi piel. ¿Cómo se supone que iba a pensar con claridad si todavía traía la cabeza medio borracha? Y, pues claro, por esa misma irracionalidad, terminé amaneciendo en su cama. ¿Cómo supe su nombre? Muy simple:
A la mañana siguiente, me desperté y grité como loca. Pero, ¿de qué servía?
—Fue una noche agradable —me dijo, con la mayor naturalidad del mundo—. ¿Quieres tu dinero ahora o prefieres que llegue como un sueldo?
¿Qué rayos estaba diciendo? No entendía nada.
—No sé de qué hablas —respondí, confundida.
—Claro que sabes. Adiós.
Se puso la chaqueta, y tan campante se fue. Así, como si nada. Me quedé en shock, llorando mientras me jalaba las sábanas. Era una habitación de hotel. ¿Cuándo rayos llegamos a este lugar? Con coraje, me puse el vestido, agarré los zapatos en la mano y salí llorando de esa maldita habitación. ¿Cómo pude ser tan estúpida?
Cuando llegó el ascensor, me subí sin siquiera levantar la cabeza. Apenas se cerraron las puertas, mi voz tembló.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó alguien.
Levanté la vista. Era un hombre de traje.
—Sí... estoy bien. Estoy bien.
—No parece. Si necesitas algo, dime.
—No, gracias.
Cuando mi llanto se convirtió en suspiros, dejé caer los zapatos al piso, me los puse y salí del ascensor al llegar a la planta baja. Caminé hacia la salida del hotel tambaleándome, y, para mi sorpresa, ahí estaba el mismo chico de antes. Me agarró de los brazos antes de que me desplomara. ¿Era real? ¿Por qué él, y no alguien más, seguía ayudándome?
—No estás bien —dijo, serio—. Al menos deja que te lleve a tu casa. No te preocupes, soy inofensivo.
No tenía fuerzas para resistirme, y, la verdad, tampoco quería.
—Está bien... gracias. Te agradecería que me lleves a casa.
De cualquier modo, mi papá no estaba, y mi mamá seguramente andaba en alguna reunión con sus amigas de la asociación. Me sonrió, puso una mano en mi cintura para sostenerme y me llevó hasta su coche. Me subí, le di la dirección de mi casa y no dijimos ni una palabra más durante el camino.
Cuando llegamos, le di las gracias:
—De verdad, gracias. Es bonito saber que aún hay gente buena como tú.
—No sé por qué sigues llorando, pero no hay de qué. Soy Ethan, por cierto.
—Lila —respondí, estrechándole la mano—. Encantada, Ethan. Y gracias de nuevo.
—De nada, Lila. Tal vez esta vez las cosas no salieron bien, pero espero que nos volvamos a encontrar en mejores circunstancias. Cuídate.
—Eso espero. Nos vemos.
Me bajé del coche y caminé directo a mi casa. Me metí a la ducha tratando de borrar todo lo que había pasado, pero era inútil. Me acosté pensando en que al día siguiente tenía que levantarme temprano porque el jefe vendría a la empresa. Y así fue.
En cuanto llegué a la oficina, me enteré de que el jefe ya había llegado... ¡a las siete de la mañana! ¿Qué pasa con este tipo? ¿Estaba loco o qué? Me alisé la falda, agarré mi bolso y me dirigí a su despacho. Toqué, entré y me presenté.
—Hola, soy su nueva secretaria, señor...