—No dejas de sonreír, hijo.—dijo mi madre cuando los llevé a su habitación, los Joyce insistieron en que nos quedáramos aquí, pues Jos y yo salíamos temprano de la mañana hacia el aeropuerto. —Es de felicidad, mamá. —Lo sé, cariño.—le di un beso de buenas noches y caminé por el largo pasillo hacia mi habitación, compartiría cuarto con Joseph, fue quien se ofreció. Lo encontré frente a la puerta con dos vasos de agua. —Te traje uno por si en la noche te apetece.—me dijo. Abrí la puerta y él entró. Como me iba al día siguiente del almuerzo y sin otros planes, no traje de maleta más que una pequeña mochila con mi documentación, una camiseta y ropa interior, así como mi cepillo dental. —Gracias, Joseph. ¿Fuiste quien animó a Jos a ir conmigo?—pregunté, tomé el vaso que tenía en su mano