Capítulo Doce: Soldado.

1774 Words
El reto que les quedaba por superar a las dos chicas en el sótano de las cocinas del hotel era salir de allí. A Estela se le ocurría salir una por una, sin ánimo de levantar sospechas demás. Quedaron en que ella saldría primero y le daría la señal a la contraria para cuando pudiera seguirla, sin embargo, al poner un pie en las escaleras para subir, sintió que alguien se dirigía a ese lugar, de modo que se escondió detrás de uno de los estantes, del lado opuesto al que se encontraba primero, esto en compañía de la rehén. La chica también se escondió de manera inteligente. Al voltear para verificar quién hubo entrado, las luces se encendieron, así que eso hacía del juego aún más complicado de momento. Las respiraciones irregulares iban en ascenso, y las dos se hallaban rezándole a cualquier Dios para que por favor las dejara salir con vida de allí. Se observó entonces la sombra de un hombre pasear por el lugar, así que se movieron de acuerdo con la dirección contraria a la que se dirigían los pasos. Estaba revisando los lugares donde se encontraban instaladas las bombas. Un escalofrío recorrió el cuerpo entero de Margaret bajo la piel de Estela, pero se calmó al instante, ella no estaba sola, no iba desarmada y podía con cualquier ser humano promedio. Toda su vida se había estado enfrentando a disputas y peleas cuerpo a cuerpo, no comprendía entonces por qué la atacaban los nervios justo en ese momento. Entonces miró a su lado derecho, era por la chica, quien no se veía como alguien acostumbrada a la violencia, por mucho que supiera desactivar bombas. Se veía como una mujer de armas tomar, pero también podía ver bajo esa máscara en la cual se ocultaba, tenía demasiado miedo. Esos hombres debieron haberla lastimado mucho como para que estuviera de ese modo. Pensó que quizá tuviera algún trauma que no la dejara ser libre, por más que lo deseara, así que no la juzgó por más tiempo, en cambio, observó entre los estantes dónde se encontraba aquel hombre, y entonces cayó en cuenta de quién era. Nada más y nada menos que Rumbatz. Maldijo por lo bajo, agachándose nuevamente, si salía de allí era probable que el hombre descubriera con rapidez quién era y la echara a patadas a la policía. No podía darse ese lujo, pues al día siguiente tendría una cita con su querido Tobías. Tragó grueso, esperando paciente a que el hombre se retirara de allí, y fue en el momento preciso cuando este subió a avisar que las bombas no estaban activadas, por supuesto que tenía un equipo entero de expertos esperándole fuera. Entonces la castaña a su lado la tomó por la muñeca, guiándola hasta la parte más recóndita del pequeño almacén. Allí había una pequeña portezuela con un seguro manual, de modo que utilizaron este agujero para observar qué había dentro y ver si se podían esconder ahí. Al abrirlo, parecía ser una especie de horno subterráneo, siendo una fosa hacia abajo que contenía algunas vasijas de barro cubiertas de una ligera capa de tierra. Estela encendió entonces un mechero para divisar por completo lo que había allí, así que lo consideró segundos después un lugar seguro para quedarse ambas. Una vez más, dijo que ella iría primero, pues podía soportar mucho más que su contraria, y esta aceptó, todo esto lo planearon en base a señales que hacían con las manos, pues no podían permitirse hacer ruido, de lo contrario, las descubrirían, siendo el fin de todo. Cuando llegaron a un acuerdo, fue que apenas pudieron entrar por dicha abertura en la pared. Al entrar Estela, observó de cerca las vasijas, encontrando una posición medianamente cómoda, una fetal para hacerle espacio a su compañera de causa, a ver si cabían ambas. Esperó unos segundos por ella, pero esta no apareció, de manera tal que la única opción que le quedó fue salir nuevamente para asegurarse de que estaba bien. Apenas puso un pie fuera, se dio cuenta de la situación, la chica se había desmayado. La tomó por lo hombros para llevarla consigo, pero entonces aquel hombre entró justo por ese pasillo, observando claramente a las dos chicas, de modo que Estela tuvo que sacar su navaja de la parte trasera del pantalón gris que formaba parte del uniforme con discreción, y en cuanto tuvo esta fuera se hizo la víctima, diciendo que su compañera se había desmayado cuando sus planes eran seguir laborando, por ende, subir de nuevo a prestar servicio en la cocina. Al estar la portezuela abierta, Rumbatz no pareció creer una sola palabra de las mencionadas por la chica de peluca, pero esta no tenía opción más que seguir con el numerito hasta encontrar alguna reacción por parte del extraño. —Köhler, aquí— dijo este hombre muy alto, hasta que un hombre de cabellos albinos llegó hasta allí, teniendo un uniforme que parecía militar y un arma encima —Es ella, a la otra puedes llevarla donde gustes—. Por un segundo, la sangre dentro del cuerpo de Estela se heló, pero encontró la manera de mantenerse serena ante todo cuando supo que en realidad, a quien señalaban era a su compañera. De ella no sospechaban nada por el momento, y eso lo agradecía una cantidad absurda de veces. El militar llamó refuerzos, y aparecieron dos hombres más del porte del primero. Entre los dos cargaron a la su compañera, de modo que tuvo que mantener la calma, aunque por dentro estuviera hirviendo de ira. La pelea no estaba par, era muy injusta. Tenía arma, pero era poco probable que saliera triunfal de una pelea con soldados reales, la pregunta era ¿Qué hacían ellos allí a plena vista de los demás visitantes del hotel? ¿No era ese mucho riesgo? Su pregunta fue respondida cuando escuchó a Rumbatz acusar a la rehén de hurto de sus pertenencias más valiosas, algo que no creía para nada, pero los demás sí, y eso era todo lo que le importaba a los medios. Al ser un hombre importante, era obvio que le prestarían toda la atención a él, algo demasiado injusto. —No creas que te irás ilesa— fue la primera y última cosa que le dijo Rumbatz a Estela. Ella tragó grueso, viendo cómo los demás se iban de allí, dejándola a solas con el albino. Ella por fin tenía una oportunidad. Fue así como se dejó hacer, haciendo que el hombre la tomara por las manos, como hacían los policías cuando arrestaban a alguien, y cuando bajó la fuerza con la que la mantenía cautiva, se zafó de allí, tomando en un movimiento astuto el arma del contrario, una escopeta potente, y ambos lo sabían. El ajeno alzó las manos, asustado de repente de lo que pudiera hacerle aquella chica peligrosa. —E-Escucha... Es la primera vez que tomo a alguien de rehén. Y-Yo de verdad no quiero causarte problemas, pero debo seguir las órdenes de mi s-superior y...- —No me interesa saber tu historia, así que hazle un favor al mundo y cállate de una vez— fue su respuesta, harta de que todos los malos se hicieran los angelitos para poder aprovecharse de la situación y mantener el control, eso no era ético. Fue entonces cuando lo apuntó, amenazándolo con dispararle en una pierna si no hacía lo que le ordenaba, y esa órden consistía en que subiera primero que ella como si todo estuviera normal, sirviéndole de escudo frente a los demás, como si nada ocurriera. Este hombre temblaba, pero estaba bajo juramento scout, así que no pudo hacer otra cosa que lo demandado por la mujer cuyos ojos eran tan penetrantes que cualquiera quedaría tonto frente a sí. Cuando llegaron nuevamente a la cocina, nadie les dijo nada, solo los dejaron salir como si fuera lo más normal del mundo ver a ese tipo de personas en lugares como esos. Estela rió sin gracia cuando llegaron de nuevo al lobby, indicándole al hombre que lo mejor sería salir de allí. —¿Adónde llevan a la chica?— preguntó, sabiendo que este le respondería en base al miedo infligido. —N-No lo sé, el jefe solo menciona las órdenes antes de ser llevadas a cabo— informó este, sintiendo cómo el sudor recorría su frente, desprendiéndose a gotas. Notó que aquel soldado era en extremo sensible para ser uno de ellos, algo que le pareció sumamente extraño. Frunció el ceño, haciéndole una llave fácil de deshacer, pero el chico solo pudo gritar y rogar piedad, como si no conociera de tácticas cuerpo a cuerpo. —No eres un soldado ¿Verdad?— fue lo que quiso saber Estela, sabiendo ya la respuesta, o mejor dicho, intuyéndola. El albino negó lentamente, sabiendo que eso sería su perdición, ya que más de una vez le advirtieron que lo matarían a sangre fría si seguía actuando de esa manera. —Lo soy...—. —Vamos, no me mientas— dijo ella, viendo que ya se encontraban en la cuadra frente al hotel, yendo hacia la esquina donde la mayor parte de las personas hacían tratos ilegales. —De verdad lo soy, pero jamás quise esto, jamás quise venderme. Mi jefe de tropa lo hizo por todos, nos dejó a merced de hombres, o mejor dicho bestias adineradas... No quiero combatir contra nadie, solo quiero ir a casa...— contestó el albino, harto de tantas tragedias en su vida, pues él solo quería servir a su país y protegerlo con honor, no depender de las órdenes de unos mafiosos con dinero. —Entiendo, pero no depende de mí dejarte libre, al menos no si no colaboras— le propuso ella, mirándolo seriamente. Entonces el contrario prácticamente le suplicó que le dejara hacer algo por ella, lo que fuera. Entonces le dio la misión s*****a, rescatar a la rehén y traerla de vuelta con vida. Si bien, su trabajo no se basaba en ser policía o comportarse como una, sí que dependía en gran parte de salvar la vida de las personas y hacer de la sociedad una habitable y menos hostil. A pesar del miedo que pudiera tener a enfrentarse a inocentes, el ajeno hizo lo propio, prometiendo encontrar a la chica y volver. Quedaron en un lugar cercano al hotel, uno donde Estela ya había estado previo a ir por esas calles, debía tener un plan b, y por suerte, esa era una de las tantas veces en las que podía salvar su trasero y el de los demás. Tobías tendría que esperar.
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