Onixen caminaba por el pasillo del motel donde había tenido la oportunidad de ver la motocicleta del desquiciado que abrió fuego contra él, y de paso escuchar a varias personas dentro de sus habitaciones conviviendo entre sí.
Tomó su arma de servicio como espía, manteniéndola frente a sí por si acaso, pero sin levantar mucha sospecha acerca de sus futuras posibles acciones.
Observó entonces a través de la primera ventana, retirando un poco la cortina color vino tinto que tenían todas las piezas del lugar. Al quitarla de su vista, pudo ver lo que había dentro.
La puerta tenía el número 10 en color dorado, y dentro se hallaba una pareja interracial teniendo sexo, la mujer rubia y blanca como la nieve cabalgaba encima del hombre de color, de probablemente metro ochenta y tantos mientras un chico de no más de dieciocho años observaba la escena desde el sofá individual, masturbándose de manera casi frenética, la estaban pasando bien allí dentro, por lo que decidió mirar hacia otro lado.
Caminó un poco más, asomándose por la ventana de la habitación número 11, dentro la luz era tenue, y solo se observaba a una mujer de piel morena y ojos claros caminar desnuda y descalza sobre la alfombra de color beige, mientras leía un libro de título "La manzana de Adán" y ya podía intuir de qué se trataba al capturarla pellizcarse uno de los pezones hasta ponerlo erecto. Ella mordía sus carnosos labios, y pudo observar cómo de entre sus muslos escurría la evidencia de su necesidad, de sus deseos más profundos. El cabello le caía en cascada en su hombro derecho, teniendo un volumen exquisito, era de bucles admirables.
Tobías supo que debía dejar de mirarla e invadir su privacidad, pero cayó en cuenta de que aquella chica de unos veintisiete era su amor platónico de la secundaria. Guardó el arma poco a poco, no podía tener eso con él cuando divisaba aquella escena tan asombrosa.
Recordaba muy bien, que a pesar de ser dos años mayor, se moría por sus curvas, y no había vez que la viera en los espacios de la escuela que no le diera un ataque al corazón y también a su pobre m*****o.
Las tantas noches dedicadas a pensar en ella de maneras no muy sutiles ni sanas, todo se convertía allí mismo en su fantasía hecha realidad, de modo que no pudo resistirse caminar hasta darle la vuelta a las habitaciones, cayendo por la parte trasera, la cual, para su suerte, también contaba con una ventana, y esta le daba mucho más acceso de vista a la pieza.
Tragó grueso, sabiendo que si seguía así, pronto desesperaría y la bestia dentro de sí saldría a alimentarse a toda costa. Por los momentos solo observó.
Ella ahora estaba recostada sobre el amplio y cómodo colchón, abierta de piernas mientras tocaba su adorada v****a, haciendo intromisión de dos de sus dedos mientras su cara se contraía en varias expresiones de placer, dejando salir sonidos que solo escucharía ella, o eso pensó. Esas piernas brillantes y sedosas, tan llenas de vida siempre las quiso recorrer tanto con la yema de sus dedos como con su boca y su lengua hasta llegar a saborearla por completo, era más que una delicia de mujer.
La callada Berenice, esa chica que se la pasaba entre libros y pruebas, la que durante la secundaria tuvo que usar aparatos de ortodoncia, pero eso no la hacía menos atractiva. En esa época usaba ropa holagada, pero solo él podía ver sus dimensiones bajo esta, pensando en cómo sería tenerla solo para él dentro de algún lugar privado, o su propia habitación.
Ahora lucía una dentadura perfecta y alineada, la cual podía apreciarse a medida en que entreabría sus labios para jadear y gemir, pidiendo algo que él se sentía capaz de darle desde que era un adolescente. La ropa regada en el suelo se veía muy a la moda, llena de elegancia, y su maquillaje era impecable.
No tuvo más remedio que olvidarse por un momento de dónde estaba, del lunático al que perseguía y de los compromisos que hubo adquirido antes de ese momento.
Bajó el cierre de sus pantalones elegantes, tomando con una mano su m*****o que estaba dentro de la ropa interior de algodón.
Comenzó masajeando la cabeza para luego llevar la lubricación que esta ofrecía por el resto del tronco. Lo hizo lento primero, yendo a la velocidad de la chica mientras leía ofuscada las páginas de aquel libro de tapa dura color borgoña.
En la portada podía apreciarse cómo una mujer sostenía un higo entre sus piernas, simulando esta ser su entrada. Mientras aceleraba el ritmo, se dio cuenta de que la mujer observaba una foto dentro del libro, y cuando logró enfocar un poco mejor, empañando sus lentes, vio que en la foto había una mujer haciéndole sexo oral a otra.
De inmediato, todo su libido bajó, volviéndolo a la realidad, ella no quería a ningún hombre, por eso estaba allí sola mientras se autocomplacía.
Fue un golpe duro, pero le sirvió para vestirse adecuadamente de nuevo y alejarse de esa habitación. No podía creer que acababa de serle infiel a su propia pareja por observar al amor de su adolescencia mientras se daba placer a sí misma.
Pensó de repente que era un sueño, uno muy malo, pero cuando se pellizcó el brazo y se abofeteó la cara, supo que aquello no podía ser más real. Se sintió del asco por completo, sintiéndose un poco mareado, y es que ¿Cómo no estarlo? Apenas se enteraba de que a Berenice le gustaban las mujeres, y no creía que alguien más lo supiera, sino no estaría escondida.
Lo peor de todo fue cuando volvió al frente de la construcción y se topó a una elegante mujer en vestido ceñido y sombrero amplio caminar hasta la habitación número 11, donde le abrieron en menos de un minuto, recibiéndola con toda la sed del mundo, eso podía verse en el rostro angelical de la morena que iba en bata para ese entonces.
Tobías dejó esos pensamientos a un lado, volviendo a desenfundar su pistola, mientras sus pasos se dirigían a la habitación número 12, observó por encima, sin querer prestar demasiada atención a lo que contenía, solo inspeccionando a qué se enfrentaba todo ese tiempo.
Era un hombre de algunos cuarenta años mirando la televisión desde el sofá individual, cambiando de canal como un autómata mientras tenía frente a sí lo que parecía ser su cena.
"Por fin algo normal" pensó desde su fuero interno, deseando que la siguiente habitación le hiciera descubrir lo que había ido a buscar, pues la mujer solo había sido una gran distracción que no se permitiría tener nuevamente.
Jamás le había sido infiel a Margaret, ni siquiera en pensamiento, él no era así. Podía estar ocupado en miles de cosas, y puede que su trabajo fuera demandante y agotador, pero nunca dejaba que las cosas se tornaran tan extrañas entre los demás y su persona.
Respiró profundo, incapaz de soportar el hecho de haber incumplido con el compromiso adquirido en la relación con aquella mujer con la que se quería casar y formar una familia.
Su corazón latía intranquilo, un tanto afectado por la manera de ser que le propinaba su naturaleza, tan primitivo como él solo, y es que tenía tanto tiempo sin tocar a su mujer...
No era excusa, por supuesto, pero la necesidad punzaba dentro de sí por salir a la luz y hacerlo sentir vivo por una vez después de tantas situaciones vividas a lo largo de su carrera como espía y agente de investigación.
Hizo disipar a esos pensamientos de su mente, necesitaba pensar en frío, no como hasta ese momento, que solo se había dejado llevar.
Pasó entonces a la habitación número 13, sintiendo la garganta seca, aunque pudo calmarse momentos después.
Observó detrás de la cortina, bastante encubierto, nadie podría descubrirle, por mucho que quisiera. Lo que divisó no le gustó para nada.
Era un hombre alto, de cabellos rubios y nariz perfilada, se hallaba de pie a un lado de la pared que dividía la sala de la cocina, pero tenía en sus manos un arma de caza, la cual estaba limpiando con cuidado, revisando si estaba o no cargada.
Le dio desconfianza solo ver la silueta del hombre, de modo que allí se quedó, solo hasta que de lo que parecía ser el servicio, salió el mismo lunático de antes, lo sabía por la ropa que aún cargaba, pero pasó a desvestirse con rapidez, buscando una de las batas de baño, para luego adentrarse nuevamente en el pequeño cuarto.
Era su oportunidad. Tobías entonces aprovechó que a quien observaba se hallaba de espaldas, entrando con sigilo por la ventana que permanecía con los cristales abiertos.
Se mantuvo a gachas detrás de un mueble donde cabía a la perfección, sosteniendo su arma por si acaso. Pensó que el de cabellos claros lo descubriría y voltearía en cualquier momento, pero no fue así, por el contrario, se levantó de donde estaba y caminó hasta la ventana de la parte posterior de la habitación, colocando sus antebrazos en el carril por donde pasaban las ventanas.
Encendió un cigarrillo, comenzando s fumarlo con tranquilidad mientras bebía de una lata de cerveza con un logo que jamás había visto en su vida.
Aprovechó para avanzar un poco más, caminó hasta esconderse tras el sofá grande. El hombre no se movió más que para botar la lata en la basura.
Cuando volvió a la ventana, Onixen lo atacó por detrás, apuntándolo en la sien, tapando su boca para evitar que gritara. El extraño fue más astuto y le quemó el cigarro en el brazo para que le soltara, acción que le funcionó bastante bien.
Onixen le soltó, solo para volver a tomarlo por el cuello, inmovilizando su brazo mientras lo lanzaba al suelo. Pisoteó como pudo la colilla del cigarrillo, asegurándose de no dejar que su contrario volviera a utilizarlo en su contra. No se dejaría tan fácil.
El ruido que provocó aquel encontronazo entre ambos solo hizo que quien se encontraba en el baño saliera rápidamente. Pensó por un momento que podría ponerle rostro a su agresor, pero se equivocó, al contrario, este seguía usando su máscara habiéndose cambiado a velocidad de la luz de atuendo.
Onixen quedó devastado, a merced de dos extraños. Dos enemigos. Lo hicieron prisionero entre ambos, por lo que solo hasta ese momento, pudo comprender que lo que había hecho estaba mal. Lo había arruinado todo.
Margaret de seguro se quedaría esperando al día siguiente en el lugar de su cita, y no podía sentirse peor.