Luego de lo vivido en el hospital, Margaret se encontraba un poco indispuesta, harta de tener que sentir cuando no quería hacerlo. Se suponía que debía de preocuparse más por atrapar a su enemigo que estar ensimismada en sus pensamientos y problemas personales.
La noche en la que se quedó en el hospital, le fue imposible reconocer en las miradas de los pacientes a alguien que pudiera ser culpable de lo que le sucedía en su vida de espía, pero aún podía sentirla cuando salió de su turno.
La brisa fría le recorría el cuello y el rostro al tener el cabello recogido. Las mañanas eran bastante frescas, a diferencia de los atardeceres o mediodías, los que solían estar acompañados de rayos solares. últimamente el clima cambiaba mucho, por ejemplo, llovía a destiempo o de repente una ola de calor se presentaba como si nada.
Aún así, amaba cualquiera de las dos sensaciones térmicas, pues eso le daba el toque a ese lugar llamado Las Gardenias, donde nada se ocultaba bajo la luz del sol, y todos se conocían desde siempre.
El suelo de concreto estaba recién colocado, ya que luego de tanto rogarle a las autoridades, finalmente les hicieron caso respecto a la salida y entrada del hospital, la cual estaba deteriorada por los años, sin embargo, ahora que estaba nueva, nadie se quejaba, incluso parecía un edificio nuevo después de haberlo pintado como deberían haberlo hecho algunos años atrás.
Margaret tenía demasiado sueño, pero aún debía llegar junto a Indira y Kohler, pues ellos seguían en esa pequeña pensión de mala muerte cerca del hotel donde fue casi perpetrada una explosión. Al parecer, alguien avisó a las autoridades de lo que iba a suceder e hicieron una redada ahí mismo, comenzando a interrogar a todas las personas que pudieron captar allí.
Su misión desde ese momento en más era buscar otro lugar en donde reunirse, pues ahí corrían peligro, sobre todo, al no saber lo que los que estaban de lado de Rumbatz podrían pensar, cuáles rumbos podrían tomar para encontrar a los fugitivos.
A pesar de haber confiado plenamente en uno de sus más leales soldados, había perdido su propia apuesta, este se le volteó y decidió ayudar a las dos mujeres de gran inteligencia y razones para seguir adelante, también inocentes, según su juicio.
Margaret quiso adentrarse en una cafetería para poder cambiar su atuendo a uno más incógnito, a la querida Estela.
Solía hacer ese tipo de artimañas cuando no tenía tiempo de ir a parar a algún otro lugar o si su pensión estaba muy lejos, algo que era así casi siempre. Se adentró allí, hizo una pequeña orden de bebida y al tenerla consigo, se adentró a los servicios de mujeres, comenzando a desvestirse una vez que estuvo dentro de uno de los cubículos, sin embargo, escuchó un par de ruidos extraños provenir de la puerta de estos, como si alguien intentara abrir la puerta con sigilo, cosa que sabía que no estaba bien.
Como pudo, terminó de vestirse con rapidez y en vez de salir de nuevo por la puerta, se adentró en el techo, algo que no le costó demasiado hablando en lo humanamente posible, teniendo en cuenta su cuerpo atlético y entrenado para todo tipo de situaciones, o casi todas.
Al retirar una de las tapas del techo, las que eran fáciles de quitar debido al mantenimiento que se le tenía que hacer seguido, cayó en cuenta una vez más que su cuerpo se adaptaba con facilidad a ambientes pequeños, una gran ventaja.
Quiso seguir su camino por allí, pero entonces escuchó algo más. Abrieron la puerta del servicio, pero no de una manera normal, sino que había sonado muy leve, de modo que se quedó en su lugar a ver de qué se trataba todo aquello, ya que desde lo que pasó en el hospital con los supuestos fantasmas que creyó haber visto, creía estarse sugestionando de maneras inimaginables.
Lo primero que logró ver fue a un hombre ya entrado en años, algo que se le hizo bastante extraño, teniendo en cuenta que aquellos cubículos eran para mujeres estrictamente, pero al ver que este no se hubo confundido sino que en vez de eso, quitó un artefacto que parecía estar encendido como una grabadora, pero era para comunicarse con los demás, este se encontraba escondido entre las plantas decorativas frente al espejo, un acto bastante desagradable, pues suponía para qué era aquello, y luego, procedió a hacer lo mismo en los cubículos.
Qué hombre más raro, no soportó un segundo más viendo ese espectáculo, así que quiso increparlo, solo hasta que este mencionó algo que le puso la piel de gallina.
"Tengo lo acordado, jefe. Estela caerá" esto lo dijo mediante su walkie talkie, algo bastante moderno para esos años, y ya no pudo soportar eso la mujer. No podía estar hablando sobre otra Estela aunque así lo deseara. No obtuvo respuesta clara para sus oídos de parte del aparato, pero supo que la información había llegado, a pesar de la interferencia.
La pregunta era ¿Para qué colocar uno de esos aparatos en un baño público para atrapar a una supuesta espía? ¿Acaso sabían quién era ella? ¿Cómo funcionaba ese extraño plan?
Eso la asustó, de modo que bajó silenciosamente mientras el hombre estaba de frente a la puerta de salida observando el aparato entre sus manos, así que no pudo enfocar bien por medio del espejo o su vista periférica que venía alguien. Lo tomó por el cuello,dejándolo a punto de asfixiarse para luego soltarlo y pegarlo a la pared, amenazando con volver a hacerlo si intentaba escaparse de su agarre.
─¡Habla! ¿Quién te envió?─ preguntó, golpeando la cabeza del mayor contra las baldosas color coral que tenía por decoración el lugar.
─Con que sí eras tú... Pequeña zorra─ comentó este, tomando un mechón de su cabello falso, como si este fuera lo más precioso que tuviera ella como mujer.
─¡Contesta!─ pidió nuevamente, esta vez golpeándole los genitales con un rodillazo, que llevaba la fuerza de toda la molestia que cargaba encima.
El hombre soltó un quejido, pero solo habló segundos después, tras haberse recuperado un poco del impacto, tosiendo un poco debido a la falta de aire.
─Sabes para quién trabajo, no te hagas la tonta─ dijo este, sin querer soltar prenda.
Estela maquinó dentro de sí, buscando alguna información relacionada con lo que le decía aquel extraño en su cerebro, como si este fuera una especie de base de datos, hasta que pudo dar con un perfil, pero negó con la cabeza en repetidas oportunidades, no podía ser cierto aquello.
La única persona que podía saber lo que podría funcionar así era alguien más inteligente que ella, un enemigo mitológico del cual solo se hablaba en la agencia donde ella trabajaba. Un tal Allister, pero ella no quería creerlo hasta verlo con sus propios ojos, nadie sabía si era real o no.
─Dime su nombre─ fue lo que pidió, pero entonces el hombre se soltó de su agarre en un descuido de ella y comenzó a golpearla de una manera bestial, como si se enfrentara al mismísimo demonio encarnado y quisiera liberarse de todos sus pecados antes de ir al cielo.
─Solo diré que debes descubrirlo por ti misma ¿No eres tan lista como te han pintado? Ahora empiezo a dudarlo─ continuó el hombre, el que a pesar de ser mayor, aún sabía moverse bastante bien y dar buenos golpes, algo necesario para mantenerse con vida.
Ella cayó al suelo, llena de golpes en lugares que no le habían dolido en años, pero se repuso con rapidez y comenzó a golpear al sujeto frente a sí de igual manera, dándole batalla para derrotarla, pues ella podía con eso y más. Tomó la cabeza del hombre entre sus manos y la llevó hasta su rodilla, golpeándolo de una forma en la cual le hizo perder el equilibrio y caer al suelo.
Ella llevaba en su ropa ajustada y oscura un rollo de una cuerda bastante fina y de un material resistente derivado del petróleo, asemejándose al caucho. Con esta hizo un amarre en las manos del extraño bajo sí, inmovilizándolo para que no pudiera escapar, por el contrario, lo dejó allí un buen rato, también haciendo esto en sus pies, dejándolo incapaz de moverse, y hasta ese momento nadie había entrado a esa habitación, algo bastante útil si se le preguntaba.
Cerraría aquello con pestillo, pero quería que los demás vieran qué cínico tenían frente a sus narices. Entonces, sacó de su bolso de mano donde llevaba la ropa de enfermera, una libreta en la cual escribió "CERDO" en bolígrafo rojo, colocándole esta en la espalda, procediendo a noquearlo por completo, doblándole el cuello a un solo lado, pero no lo suficiente para fracturarlo, solo para hacerlo dormir, pues no le diría nada, y ella no mataría a nadie de no ser por estricta necesidad.
Se llevó con ella los walkie talkies, teniendo lo que creía que era toda la evidencia con ella, ya que aunque alguien ya hubiera escuchado muchas cosas por medio de esos artefactos, sus movimientos serían mucho mejores que esos, las maneras en las que mejorarían su técnica podrían ser abismales.
Entonces, notó algo más. Al verse en el espejo, este parecía un tanto opaco, y al mirar cerca de este, pudo notar que lo habían puesto recientemente. Se extrañó, puesto que la decoración llevaba mucho más tiempo en iguales condiciones, sin cambios algunos. Tocó el espejo con sus manos para verificar si este estaba flojo, y entonces descubrió algo más, este giraba hacia atrás si lo empujabas, dando la vuelta como las puertas giratorias, de modo que esto le produjo una mala sensación en el estómago.
Desde su lugar pudo ver cómo dentro del espejo se encontraba un pequeño espacio con un escritorio y varias libretas, una grabadora y un vaso de agua. Tragó con fuerza, sin saber qué era todo aquello. Era como entrar en otra dimensión.
Tuvo que adentrarse allí, puesto que escuchó cómo alguien abría la puerta del servicio, una chica. Logró cerrar el pasadizo del espejo lo más rápido que le dieron los brazos, queriendo salir de allí cuanto antes sin ser descubierta, ya que sería su perdición.
Cerró sus ojos con fuerza, queriendo despertar en su cama en la pensión tan tranquila que hubo alquilado antes que tener que enfrentar un destino que podría conducirla a la muerte, un destino que no tenía solución.
Vio cómo la chica observaba en el suelo el cuerpo de aquel hombre amarrado e inconsciente con la nota en la espalda, así que soltó un grito y salió corriendo, mientras que ella misma se giraba con lentitud y veía que ahora sí estaba en gordos problemas.