Capítulo Diez: La familia Ramsey

1781 Words
La primera vez que Margaret montó bicicleta, fue también la primera vez que sus padres discutieron de verdad, a tal punto, que pensaron que se podrían separar. Margaret como sus hermanos, no estaban acostumbrados a tal cosa, de modo que quedaron en el medio de aquel huracán sin siquiera un techo donde cubrirse. Esa tarde en la cual ella aprendió a pedalear, su padre salió de la casa vuelto una furia, y jamás lo había visto así. La pequeña contaba con doce años para la fecha y sabía bastante bien enfrentar las situaciones, a pesar de ser escuálida y ojerosa, con un cabello bastante largo y frondoso, que le caía en forma de bucles en la espalda, teniendo un tono cobrizo. En ese momento, aún no la habían operado de la gran miopía que sufría, por lo que lentes gruesos adornaban su dulce y suave rostro de alabastro. Las lágrimas adornaron aquel con solo saber que sus padres se hallaban en una situación tan crítica. Apenas llegó, recibió una reprimenda por estar fuera, así que guardó la bicicleta en una de las habitaciones y subió a su pieza, tratando de calmar la tristeza que sentía. Quería saber cómo habían llegado a tal punto. Buscó algún indicio desde su lugar que pudiera darle a entender el por qué había comenzado la pelea, le preguntó a su hermana Maddie, pero ella tampoco sabía mucho. El único que quedaba era Matt, su hermano menor por dos años. Caminó hasta la sala donde él jugaba con la pared a una ronda de ping pong, pero cuando llegó a su lado, este paró de darle a la raqueta para mirarle. —Hey, Matt... ¿Sabes por qué mamá y papá están molestos?— quiso saber ella, tratando de sonar lo más amable posible, sobre todo porque su relación no era la más abierta ni comunicativa. —Solo sé que mamá le reclamó a papá el que gastara dinero en una bici nueva para ti, ella dijo que no alcanzamos a fin de mes a causa de eso... Papá se enfureció como nunca, y honestamente, me dio miedo— confesó el menor, pasando saliva luego. La chica asintió, comprendiendo el origen del problema, y este parecía ser nadie más que ella misma. —Sabes que ellos no son así, no te preocupes, todo volverá a la normalidad— le respondió a su hermano, pasando a abrazarlo por los hombros y luego despeinarle los cabellos con una cariñosa acción de parte de su mano. —No lo sé, Marga, esta vez de verdad se pasaron el uno con el otro... Jamás los había visto así— continuó el de cabellos castaños dorados. —Aún así, no dejarán de querernos, eso tenlo por seguro— le hizo saber la mayor, con una pequeña sonrisa. Mientras tanto, los sollozos acallados de la mujer de la casa provenían de la cocina, de modo que se dirigió hasta allí a pasos calmados para no alterar a nadie. Al llegar al arco de la cocina, se quedó un momento allí, observando a su madre, mientras esta sorbía la nariz y escribía en su libreta donde lo apuntaba todo para no olvidarse de ningún asunto pendiente. —No te quedes allí parada, Margaret, entra si quieres— fue lo que dijo la mujer, como si pudiera ver a través de las paredes. Fue entonces cuando entró en ese espacio, llegando al lado de su madre, la cual la observó con sus ojos llenos de lágrimas. La chica no tuvo corazón para hacer otra cosa que no fuera abrazarla. Su madre correspondió al abrazo tras varios segundos, pero la menor no se quejaba, esa era buena señal. —¿Qué ha pasado, mami? ¿Por qué lloras?— preguntó ella, secando las lágrimas de su madre con las manos. —No es nada, cariño, te aseguro que se solucionará, solo lamento que hayan tenido que presenciar algo como esto— le respondió ella, acariciando los cabellos de su pequeña hija. —No debes disculparte, mami. Sé que a veces es muy difícil mantener el control en momentos en los que nos cansamos de todo, pero que sepas que mis hermanos y yo estamos aquí para ti ¿Sí?— le dijo ella, asegurándole que todos la apoyaban sin importar qué. A la mujer esto le resultaba genuinamente adorable, pero también sabía dentro de sí que había actuado mal. Le dolía haber tenido un arranque tan feo cuando se trataba de su propia hija, de la cual se sentía tan orgullosa, y de su esposo, que lo único que hacía era apoyarla en todo. Se arrepentía de haber reaccionado de tal manera, pero su situación no era la mejor en términos económicos, y Jordan bien que lo sabía. Le dejó muy en claro que no podían gastarse los ahorros en cosas innecesarias, pero entonces el hombre de orbes claras le hizo ver que su hija merecía eso y mucho más, que de ser por él quedaría hambriento un mes por darle lo mejor. Con eso dicho se fue de la casa, sin siquiera decir a dónde iría. No lo culpaba, en realidad, tenía en cuenta que Margaret, como buena hija y buena estudiante merecía muchas cosas de las que ellos no podían proveerle, pero hasta el momento, nunca les había tocado pasar hambre para que alguno tuviera un regalo. Esa bicicleta se la dio Jordan cuando se enteró de que había ganado las olimpiadas matemáticas, y aunque ella no era demasiado fan de estas, había estudiado y se había esforzado lo suficiente para lograr su cometido, solo que jamás pensó ser el primer puesto. Ese era uno de los tantos ejemplos que podían dar los Ramsey acerca de la maravilla de hija que tenían. Con todo el orgullo del mundo salió esa mañana a comprar el objeto de la discordia. La madre de la niña no podía soportar la ira cuando fue a revisar la alcancía para agregarle unos pocos billetes más, y en vez de sentir el peso de siempre y las monedas al chocar con las otras al caer, sostuvo la caja de madera con sus manos, dándose cuenta de que se encontraba vacía La mujer entró en cólera, sin poder soportar la idea de que su propio marido la había traicionado y había hecho exactamente lo que le pidió que no hiciera, algo terrible para su economía. La idea de ella era abrir la alcancía esa noche en frente de todos para lucir los grandes frutos que se podían obtener del esfuerzo, sin embargo, ahora no tenía nada para educar a sus propios hijos con ejemplos. Tragó saliva, buscando el dinero por toda la habitación, volviéndose loca en el proceso, ya que también planeaba que esos ingresos completaran la mesada. Grande fue su sorpresa cuando observó a Margaret paseándose por el patio con una bicicleta nueva y a un Jordan feliz corriendo tras ella. Tuvo que llamarle con toda la calma del mundo y explotar dentro de la vivienda, pues de haber sido fuera, todos los vecinos sabrían de su mal carácter al día siguiente, y su reputación era algo que no tocaría jamás, vivía de ella al dar discursos en la iglesia los domingos, así que no podía simplemente lanzar todo su esfuerzo a la basura, como si todo por lo que había luchado en la vida no sirviera de nada. Si bien, dentro de sí no creía que la religión le salvaría de todos sus pecados, de repente y servía para hacerla pensar en sus acciones y las de los demás, quizá le ayudaría a salir de su estancamiento, de su rutina, la distraía, y eso era lo único bueno a resaltar de ese lugar tan estricto. A pesar de todo, no era perfecta, tenía sus errores, y esos salían constantemente los últimos días, sobre todo cuando no sabía de qué subsistirían hasta llegar a fin de mes, esa era su gran preocupación, de ser solo dos personas adultas, todo estaría bien, pero tenían con ellos a tres niños. Tras haber explotado de ese modo, solo pudo echarse a llorar y rezar en su mente para que esos pensamientos no la atormentaran más. Tras unas horas llegó Jordan nuevamente y solo se dedicó a disculparse por seguir la discusión y a abrazarla a ella y todos sus hijos, demostrando así cuánto los amana y cuánto le importaban. —Conseguí trabajo, eso era lo que quería decirles— comunicó el hombre, haciendo que su esposa se sintiera aún peor por haberle gritado de esa manera que no tenían dinero. —Me alegra mucho, papá. Yo también puedo ayudar, Mabel me ofreció trabajo en el puesto de limonada, tal vez pueda aceptarlo, si me dejan...— contestó Maddie, quien para ese entonces estaba a punto de cumplir dieciséis años de edad. Ambos padres se lo pensaron por un momento, pero terminaron cediendo al saber que el p**o sería semanal, una gran ayuda para ellos. Les costaba dejar salir al ruedo a una de sus hijas, pero cada quien debía ayudar con lo que podía, y a ese punto, era más que suficiente con solo tener la intención. De esa pelea aprendieron muchas cosas como familia, se unieron mucho más y resultó que Maddie era una muy buena trabajadora, tanto que le dieron una buena recompensa en propinas y un reconocimiento a empleada del mes, colgando su foto en el local por varios meses seguidos. Ella quería ayudar a su familia, y Margaret también, por lo que cuando cumplió los catorce, comenzó a escribir obras para una revista que le pagaba algunos duros al mes, sirviendo de gran ayuda para el sustento de la familia mientras ella estuvo bajo el mismo techo. Luego comenzó yendo a trabajar a una nueva agencia, en la cual, al cumplir la mayoría de edad, la aceptaron y la capacitaron en tantos aspectos de lo que se debía hacer que los superó a todos en un tiempo récord, era una muy buena espía, una buena agente. Así, entre las dos chicas y sus padres, lograron salir adelante poco a poco, dejando que Matt viviera cómodamente, por cuanto ellas no pudieron tener lo que quisieron cuando lo quisieron. Ahora querían ayudar en todo lo que pudieran a su hermano, quien estaba estudiando en la universidad, un logro para todos ellos, y un orgullo también, y a pesar de que no fuera un chico demasiado inteligente como su hermana, sí que le echaba ganas al asunto, algo que no muchas personas hacían, por mucho que tuvieran la oportunidad. La familia Ramsey era de admirar, y muy pocas personas lo sabían, pero con que Margaret lo tuviera en mente, todo estaría bien.
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