Margaret llegó al sitio acordado junto a su pateja diez minutos tarde, por eso caminaba rápido, haciendo que sus tacones resonaran por el suelo de mármol quizá con demasiado eco para el gusto de los visitantes.
Sabía que no era bueno hacer ruido en un lugar tan callado y lleno de arte como lo son los museos, pero era una situación crítica, llegar tarde era sinónimo fe poco interés para la época. Margaret se negaba a que Tobías pasara por ella, no le gustaba para nada tal tradición instalada en la cultura de esos tiempos.
Pensaba que las mujeres eran seres totalmente libres, quienes no necesitaban de un hombrr para que les dijera qué hacer y qué no. La pelirroja siempre fue muy responsable y dobre todo cumplidora, la única razón por la que había llegado tarde era debido a que el tren se retrasó más de lo previsto, y de haber llegado a tiempo sería ella quien esperara unos minutos por su amado.
Sentía su cabello moverse al son de sus pasos mientras subía las rdcaleras al segundo piso, en donde estaba la sala de exposiciones favorita de los dos, donde se exponían diferentes cuadros con una historia detrás, casi siempre estos relatos se contaban en varias páginas que colocaban frente a cada obra, y lo especial para ellos era acercarse a cada una y leerla para hacer de críticos famosos, así se divertían y terminaban luego en besos no tan inocentes.
Ellos iban acorde a las parejas de aquel tiempo en muchos aspectos, pero en la vida privada todo era distinto, probaban suerte con técnicas múltiples, dejándose llevar por el placer y sus propios cuerpos entrelazados.
Solo pensar en eso dejaba a la chica sonrojada y un tanto caliente, como si tuviera una fiebre intensa.
Al llegar a la tercera planta del establecimiento, se encontró con que la sala estaba vacía, de manera que creyó haberle fallado a su cita, comenzando a mirar su reloj con desesperación. No se había tardado tanto ¿Cierto?
Respiraba agitada, mirando hacia cada rincón de la exposición, con un temor instalado en sus huesos, no podía ser cierto que hubiera dejado plantada a su cita.
Se sentó en una de las bancas disponibles, esperando algún milagro, por lo que se quedó mirando a la obra frente a sí. Era un cuadro de con arte renacentista, dejando ver unas pinceladas casi perfectas. Rrpresentaba la caída de varios ángeles simultáneamente, acompañados de humanos, como si estos fueran dioses todopoderosos.
La desnudez estaba a la orden del día, sin embargo, estas personas tenían ropas elegantes a medio quitar, se trataba del arte más puro y hermoso que había visto en mucho tiempo, la inspiró lo suficiente como para pensar en que su vida no significaba mucho después de todo, la vida humana era una muy frágil y fácil de culminar en cualquier momento.
Su mente estaba en otro lugar, tanto que no se dio cuenta de la figura masculina detrás de sí, observándola con ahínco, teniendo en cuenta toda su belleza y valía.
Él la abrazó por detrás, besando su cuello hasta llegar al hombro, cosa que le fue sencilla desde que la mujer llevaba puesto un vestido en tono lima bastante escotado. Amaba el contraste que formaba con su piel y sus cabellos tan llenos de vida.
Margaret volteó rápido, pero le costó un poco de trabajo saber de quién se trataba, solo hasta que el perfume característico de su pareja se hizo presente en sus fosas nasales. Sonrió complacida y feliz de que no había arruinado aquel encuentro.
—Hola, querida. Pido disculpas por el retraso, espero no hayas dejado de creer en lo nuestro desde que nos vimos— comentó Tobías, sentándose luego a un lado de la pelirroja.
—No dejaría de creer en lo nuestro así el mundo se acabara mañana, lo sabes ¿Verdad?— le respondió al más alto, acariciando su rostro con la suave mano pálida que poseía.
—Soy consciente de ello, pero que lo digas en voz alta me deja más tranquilo— le hizo saber —Ahora dime ¿En qué prnsabas mirando esta obra de Marco Filippo?—.
Margaret se sonrojó por completo, pues había sido capturada en el momento adecuado para ver cómo se obsesionaba con detallar cada pincelada en un cuadro.
—La verdad, pensaba en nosotros, en lo frágil que puede ser la vida aquí, siendo los humanos que somos, cometiendo los mismos errores de siempre. Siento que ya he vivido el mismo día varias veces ¿Alguna vez sentiste algo parecido?—.
Tobías inspiró con fuerza, como el sue piensa mucho en una respuesta.
—Me sucede cuando cepillo mis dientes o pulo mis zapatos, a veces siento que lo he hecho antes...— dejó salir, casi tsn serio que Margaret pudo procesarlo solo segundos después, soltando uns risa boba, mientras golpeaba luego el hombro del contrario.
—Lo digo en serio, Leighton— expresó ella, incapaz de contener su propia risa al mirar el rostro del ajeno.
—Yo también hablo muy en serio, Ramsey— contestó él, como si estuviera ofendido, algo que le quedaba bastante bien, era bueno haciendo bromas.
—Filippo pintaba de maravilla, es una pena que haya fallecido en circunstancias tan misteriosas— insistió la mujer.
—La mayor parte de sus obras detallan al hombre su sexualidad, y vaya que fue un az pintando genitales... Me pregunto qué tanto tiempo tuvo que observarlos para plasmarlos de esa manera—.
—No te burles del arte, bien sabes que la mayoría de los pintores solo necesitaban algunas miradas para crear todo un mundo en los lienzos—.
—No me burlo, son dudas existenciales, mi querida Margaret—.
La mujer no pudo hacer más que seguirle el rollo al castaño, como casi siempre.
Caminaron por toda la sala, parloteando acerca de cada cuadro allí expuesto, mientras que también habían esculturas y distintas obras hechas con materiales de índoles poco convencionales.
Los momentos que pasaban juntos eran el oasis de la relación, manteniéndola viva y llena de diversión. En un punto, el deseo que se tenían hizo que terminaran en una de las salas de almacenamiento. Margaret se hallaba recostada de una mesa pulida de madera oscura, mientras tenía encima al hombre de sus sueños haciéndole chupetones en el área de los pechos.
Casi siempre ese tipo de encuentros tenían lugar cuando salían por ahí, pero a ninguno de los dos les molestaba aquello, eran felices en su burbuja de amor y pasión.
Desbordaban deseo cada vez que estaban juntos, y eso no era un problema, en realidad mantenía el interés de ambas partes siempre atentas.
Margaret, por su parte, podía tener a todos los hombres que quisiera, pero prefería desde el día uno a Tobías, su querido amor.
Amaba cómo él la comprendía de maneras en las que nadie más podría. Si tan solo pudiera revelarle que era espía, quizá todo podría ser mejor, pero temía perderlo, sabiendo el riesgo que conlleva la profesión.
A pesar del secreto que le escondía, este hombre parecía feliz de tenerla, y eso era lo que más le importaba.
El encuentro duró lo que normalmente hacía, nadie los descubrió y pudieron salir del lugar muy triunfantes tras haberse desquitado en el ámbito íntimo.
—Quiero acompañarte a casa, y quizá quedarme contigo ¿Te parece, cariño?— preguntó él, haciendo que un escalofrío recorriera la espalda de la chica hasta llegar a su cabeza.
—No lo sé, es probable que tome el turno de las once— comentó ella, mirando que el reloj en su mano daba las 9:56 p.m.
—Quiero estar contigo, Margaret ¿Por qué es tan difícil para ti entenderlo?— exclamó Tobías, incapaz de salir del pensamiento en donde la mujer encontraba a alguien más con quien contraer nupcias.
—No ¿Por qué es tan difícil para ti entender que no puedo renunciar a mi trabajo? Mi familia depende en gran medida de ese ingreso y lo sabes, de otro modo no podría complacerlos—.
A ese punto, ella tenía lágrimas en los ojos, no comprendía por qué su compañero no parecía tener sentido común en ese instante.
—Tu hermana podría aportar más, no eres una esclava, pero es lo que ellos quieren que seas. No es mi culpa que no lo veas— dijo por fin el castaño, sabiendo que había herido los sentimientos de su pareja muy profundamente.
—Mi hermana es madre soltera, no tendría por qué dejar de darle nada a su hijo por colaborar con nuestra familia. Ya bastante ha hecho por nosotros— habló ella, con un nudo en la garganta, sintiendo cómo las lágrimas se desbordaban.
Soltó la mano del hombre y entonces caminó en dirección contraria sin despedirse, solamente lo miró por unos segundos que psrecieron eternos.
—¡Margaret! ¡Ven aquí!— fue lo que pudo decir él, queriendo evitar que ella se fuera, pues todo lo que le quedaba lo tenía la pelirroja, no quería nada si no era con ella.
—¡No me sigas, Leighton! Ya sabes dónde queda mi casa, y es allí a donde voy— dijo ella, con una notable molestia dentro de sí.
Tobías se quedó en su lugar, sintiéndose un idiota por completo, y quizá ella tenía razón, no podía criticar la realidad de ninguna persona solo porque a su parecer debía ser de otro modo.
Iría la mañana siguiente a visitarla y pedirle disculpas, no podía vivir sin su compañía, sin su amor y su apoyo, de eso era muy consciente.
Si algo había aprendido después de esos años era que ir detrás de Margaret al crearse una discusión no era lo más adecuado, la chica se molestaba a niveles estratosféricos y solo decía lo primero que se le venía a la mente.
Esperó a que ella doblara en la esquina para seguir con su camino en dirección opuesta, y mientras caminaba meditaba sobre lo que acababa de pasar. Margaret a veces le hacía dudar si lo quería en realidad o solo era una vía de escape para mo permanecer en casa en su tiempo libre. Él quería enseriarse, pero la pelirroja insistía en alargar aquello sin necesidad, algo que no iba acorde con lo intenso de su relación, con la chispa que ambos compartían.
Entonces notó algo. No habían jugado a los naipes, y esa era una muy mala señal. Ella siempre insistía en una ronda más, dentro de cualquier contexto, por eso le hizo pensar que las cosas no andaban del todo bien.
Pensaba en eso, pero también en que se había salvado por muy poco días atrás por estar junto a Margaret a tiempo, y aunque no era algo que pudiera decirle, sí le afectaba que actuara tan a la defensiva.
Caminó hasta la parada del autobús, donde esperaría este mientras fumaba un cigarrillo, la vida estaba siendo demasiado extraña últimamente.