El trabajo de detective no siempre se basaba en correr y lanzar puñetazos, escabullirse o activar bombas; en realidad, se centraba la mayor parte del tiempo en observar a las personas y sus movimientos, en leer demasiado y buscar pistas que conectaran entre sí.
No todas las partes de dedicarse a la investigación eran divertidas, pero era el tipo de trabajo que le apasionaba a Margaret, quien era también una enfermera comprometida con su profesión, pero su mente siempre viajaba a otros lugares cuando se encontraba en los turnos nocturnos, los cuales a veces tomaba para poder hacer otras cosas durante el día, por ejemplo, seguir de cerca a alguna persona, visitar algún lugar o verse con su pareja.
Generalmente, era por la última opción, ya que su relación le exigía bastante al estar ambos separados por algo de distancia. Siempre querían verse, y siempre tenían algo planeado para alguna salida.
Su amor era muy importante, ambos se refugiaban en este, siendo la manera de ambos salir de la monotonía. Ambos eran personas muy activas, por eso querían siempre tener algo que hacer, había algo con quedarse sin oficio que no les permitía quedarse así.
Ninguno comprendía el por qué varias personas en el mundo podrían quedarse sin hacer nada, teniendo millones de oportunidades a su alrededor para surgir.
En el caso de Margaret, siempre llevó la inspiración dentro de sí debido a su madre, la cual la alentaba a seguir siendo como ella misma y no nadie más.
En la escuela primaria solían decirle que era muy extraña, que sus peinados eran los más raros y que todos estaban mejor sin ella. Cuando intentaba decir algún chiste, nadie se reía con ella, en realidad solo se quedaban mirándola de una manera despectiva, nadie quería estar cerca de alguien como la pequeña Margaret, quien hacía todo lo posible por complacer a los demás en vez de a sí misma.
Llegó un punto en el cual las cosas se salieron de control, durante los últimos años de primaria, la chica se enfrentó a todos y cada uno de sus miedos, los populares que se burlaban de su persona. Los humilló uno por uno, comenzando desde decir comentarios inteligentes en clase hasta bromas a la inversa que le hicieron durante varios años.
Ni un alma quiso meterse más con ella, toda esa fuerza y voluntad las encontró en las palabras alentadoras de su madre, quien insistía en que los que estaban mal eran ellos por no notar la grandiosa persona bajo esos lentes de pasta.
Cuando pasó a la secundaria, la sometieron a una operación en la vista, la cual le hizo ver el mundo mucho más claro y lleno de vida, ya no le temía a nadie. A pesar de su corta estatura para ese momento, era capaz de enfrentar a quien fuera que la retara.
Una vez que aprendió a defenderse, su madre la felicitó, y su padre también, ambos estaban orgullosos de ella en más de un sentido, era la niña prodigio que tanto habían anhelado.
Sus padres eran dedicados en cuanto a su crianza, no tenía nada malo que decir en contra de ellos, quienes siempre le brindaron su amor y comprensión. Creció en un hogar lleno de felicidad y risas, compartiendo con sus hermanos. Ella era la niña sándwich, la del medio, pues eran tres, una hermana mayor y un hermano menor tenía a su disposición.
De todos, era ella quien siempre sobresalía en las clases, quien era más astuta y llena de energía. La mayoría de las personas envidiaban su manera de manejar el tiempo, pues hacía un montón de cosas diariamente y le quedaban ratos libres en los cuales descansar y hacer actividades de ocio.
Desde que entró a la preparatoria, la gente le preguntaba cómo hacía para llevar varios cursos a la vez y mantener sobresalientes, pero su respuesta siempre se basaba en lo mismo "esfuerzo y disciplina". Los jóvenes siempre le pedían las tareas, pero esta se negaba rotundamente a tener que hacer siquiera una sola página que perteneciera a otra persona, pues sería caer demasiado bajo. No solo su dignidad estaría aplastada, sino que los alumnos no aprenderían nada, y ese era el peor de todos los contratiempos.
Muchos la tildaban de aguafiestas, pero era eso o hacer que más de la mitad de la sección aumentara de promedio, lo cual sería sospechoso y de paso humanamente imposible
Logró graduarse junto con algunos compañeros a los que sí le interesaba la escuela, de modo que ahí pudo hacer algunos amigos antes de entrar a la universidad.
Como vivían en una casa alquilada, esta tenía que estar pagándose mes con mes en una renta bastante apretada para el presupuesto de todos, pero se las arreglaban para que no faltara un solo bocado de comida.
En especial ella, siempre conseguía algún trabajo de medio tiempo que le ayudara económicamente, desde que cumplió los quince años.
Colaboraba con los gastos de la casa, y sus padres vivían más que contentos, diciendo a todo mundo que ella era su orgullo, sin embargo, a veces les tocaba pasar alguna comida con pocos contornos o pasar días sin algún servicio básico.
A pesar de todo, ni sus padres ni sus hermanos se quejaban de Margaret, ella con su imaginación y su forma de ser tan extraña, ya que casi no hablaba, había logrado mucho más que algunas personas en toda su vida.
Para cuando cumplió la mayoría de edad, encontró trabajo en el departamento de investigaciones de una asociación que buscaba hallar a los criminales más buscados, pues era su pasión buscar pistas, fue aceptada por su alto coeficiente intelectual, y a partir de allí, sus caminos en el mundo de los espías se abrió por completo, dejándola en un cómodo puesto de trabajo al que todos los pertenecientes a la agencia querían llegar, sobre todo porque así les darían reconocimiento y miles de comodidades.
Gracias a ese trabajo y a haber sacado su carrera de enfermería, pudo hacer que su familia se mudara a un modesto apartamento. Le consiguió un buen empleo a su hermana mayor y una buena escuela privada al menor.
De ese modo, mantenía felices a sus padres, solo que debió mudarse de la zona en la que vivía después de un año, pues como detective y espía, tenía que estar cambiando de lugar de residencia si no quería ser rastreada, y eso lo comprendieron sus padres bastante bien, aunque la extrañaban con cada día que pasaba sin saber algo sobre ella.
En esos momentos, la chica se encontraba en un hotel bastante fino, admirando la ciudad a esas horas de la madrugada, eran exactamente las 2:24 a.m.
Miró una vez más hacia la calle en donde debía estar el auto de los Rumbatz, pues habían acordado en entregarles un valioso paquete. Una de las peores mafias de la ciudad tenía una mini van blindada color n***o y plateado en la esquina frente al hotel, como quien no quiere la cosa, sin embargo, Margaret sabía de quiénes se trataba y qué hacían allí.
Al ver que llegaba el auto diplomático a la calle ciega, pudo ver que el paquete era una mujer, esto lo distinguió por medio del telescopio que le facilitó su jefe. Nada debía fallar esa noche, ella debía encargarse de buscar a esa mujer y llevarla con vida a las autoridades.
Aunque ellos no trabajaran para la policía, sí que había algún tipo de convenio, pues ninguno de los hombres del cuerpo quería encargarse de situaciones como esas , tan llenas de riesgos y entradas en la mafia que debían ignorar.
La chica bufó, quitando su vista del aparato. Pasó a verse en el espejo de cuerpo entero en una esquina de la habitación.
Pintó sus labios de un color carmín. Maquilló sus pechos para que se vieran aún más voluminosos y apetitosos, acomodó el escote de su vestido y las medias de encaje blanco que llevaba esa noche. Se acomodó el liguero y roció perfume en el aire para que cayera sobre sí en una nube agradable.
Debía de ser un ángel para la fiesta que se llevaba a cabo en el lobby del hotel desde las doce, en la cual debía pretender estar, es por ello que se apresuró a ordenar sus cabellos para colocar la peluca tan característica de Estela, su precioso alter ego.
Sus alas pesaban un poco sobre su espalda, pero eso era lo de menos, ya que su maquillaje y la máscara que llevaría la harían pasar desapercibida ante casi cualquier persona, incluso su familia. Ella cambiaba su actitud de una manera exquisita frente a quien quería cuando quería.
Al estar lista, caminó sobre sus tacones de aguja color plata con incrustaciones de fantasía hacia la puerta de la suite. Tomó el pomo de la puerta y abrió esta, saliendo hacia el gran pasillo que prometía ser infinito. Era exactamente igual hacia cualquier lado que se mirase, siendo el piso de alfombra vinotinto.
Las lámparas le daban una iluminación tenue y dorada, sofisticada, perfecto para un hotel cinco estrellas.
Caminó hacia el elevador a pasos rápidos, pero buscando verse seductora para cualquiera que pudiera verla, ella no iba apurada, pues la fiesta esperaba por su alma para ser inolvidable.
Cuando el ascensor llegó a la planta marcada, su corazón latía emocionado, siempre amó ser otra persona, los juegos de rol eran su vida entera.
Bajó de este y se aseguró de mirar a todas las personas dispuestas en la entrada antes de llegar al salón donde sería la fiesta.
Había un hombre cuarentón fumando un tabaco habanero, una mujer que parecía ser su esposa, la cual llevaba consigo una bufanda claramente hecha de algún animal exótico. Frente a ellos una chica de doce años acomodaba las trenzas de sus zapatos gastados, algo que le pareció extraño a la espía.
La preadolescente llevaba consigo un pequeño perro de origen japonés, y ella misma tenía rasgos asiáticos, de modo que se acercó primero a la mencionada.
Se colocó a un lado suyo, como quien no quiere la cosa, y sacó un cigarrillo con pitillo, pues una dama siempre debía de fumar en una manera adecuada.
—¿Es un akita?— preguntó, mirando hacia los elevadores, de donde entraba y salía gente.
—Sí... ¿Cómo sabe?— contestó la chica, con voz temblorosa.
—Curiosidad, a veces me gusta saber sobre las razas de perros, aunque yo no tenga uno—.
—¿Por qué no tiene uno?—.
—Soy modelo, y mi agencia no me permite tener mascotas— mintió Estela, sin inmutarse.
—Entiendo, debe ser triste— comentó —A mí tampoco me dejan hacer muchas cosas...— agregó un segundo después.
Había dado en el clavo.
—¿De verdad? ¿Quiénes son tus padres? Aquí solo hay gente influyente, por lo que veo—.
—Oh, sí, no me lo recuerdes— dijo ella, bufando —Mi papá es Amir Rumbatz, todos lo adoran... Aunque yo soy adoptada, y no me agradan estas reuniones— informó ella.
Y allí, Estela supo que había encontrado oro.