Capítulo Dos: Saber.

1921 Words
Tobías miraba el reloj de pared con impaciencia, contando cada segundo que pasaba. No podía esperar más, sentía que se volvería loco. Se encontraba en plena clase de historia del pensamiento jurídico, cuando le informaron por medio de una nota que era necesaria su presencia con urgencia en Strauss Field, la sede principal de investigaciones a la que pertenecía.  Desgraciadamente, no podía perderse otra clase y no podía confiar en nadie más para que le hiciera llegar los apuntes, nadie tomaba nota como él, eso le estresaba en demasía.  El profesor no paraba de parlotear y de alardear sobre su conocimiento, burlándose de sus alumnos cada vez que podía, dejándolos en vergüenza, a todos menos a él. Por eso era que tenía cierto resentimiento y no lo dejaba irse de clase antes, ya que pensaba que hacía trampa y le amenazó directamente con no entregarle las notas si faltaba aunque fuera una vez más. Las gafas se le empañaban de los largos suspiros que soltaba, en serio se volvería loco si no salía de allí cuanto antes. Aún faltaba media hora de tortuosas frases acerca de las leyes y de cuántos casos había logrado defender en la cortes con los jueces más difíciles, según él dando consejos, pero sabía muy bien que era todo lo contrario, ni siquiera se podía confiar ya en la educación.  Comenzó a mover su pierna a modo de tic, sin pensar realmente en ese movimiento hasta que el Sr. Mars lo notó y decidió hacerle después de dos meses asistiendo a su clase, una pregunta que valía la pena. ¿Por qué ayudar a su cliente le ofrecía una ganancia como abogado? Ante esto, se puso de pie delante de sus compañeros, exponiendo detalladamente el porqué ser abogado en sí ya es una ganancia y no necesariamente monetaria, hablando sobre el deber y el compromiso que debería tener un abogado no solo con los clientes sino con las leyes, el cumplir todo al pie de la letra y ganar los casos como resultado de hacer las cosas bien, más a modo de agregado que como objetivo principal, cosa que quería hacer ver siempre ese profesor. Le calló la boca por fin y los estudiantes comenzaron a murmurar acerca de su participación. Luego de eso, varios estudiantes hicieron uso de su derecho a la palabra y expresaron su sentir, concordando muchos de ellos con él mismo, se sorprendió gratamente debido a eso, sin embargo, solo trataba de abrirles los ojos a los pequeños esclavos de la universidad, sin que ellos se dieran cuenta de que en realidad los estudios dependen únicamente de la persona que estaba interesada en cursarlos. La clase finalizó por primera vez con un interés de parte de todos, bombardeando al profesor con mil y un preguntas acerca de lo que jamás le habían preguntado. Había logrado destapar la curiosidad de un aula entera. Incluso, varios de sus compañeros le pidieron tutorías aparte, pero para ser honestos, no tenía tiempo, suficiente tenía con estudiar, ser parte de una organización y aparte mantener una relación estable con una chica que vivía a horas de distancia, no podía dividirse en mil pedazos para cumplir todas, las plazas. Lo que sí les dijo, fue que podían ver una clase a la semana luego de las clases de los miércoles, que solían ser más cortas. Todos aceptaron gustosos y quedaron en verse para la próxima sesión. Caminó a toda velocidad hasta su vehículo, el cual había llegado el día de ayer luego de que mandara a un remolque por él. Tenía menos de quince minutos para llegar a la agencia, haría lo posible por estar allí. Puso en marcha el motor que volvió a la vida con un rugido sordo, salió del parking en tiempo récord y llegó a la empinada carretera, conduciendo a toda velocidad por la bajada.  Si bien, era un riesgo para la época conducir así, poco le importaba, debía llegar a tiempo a como diera lugar. Tras conducir por unos salvajes diez minutos, salió disparado del auto, llegando hacia el edificio de oficinas. Subió desesperado por las escaleras hasta el piso cinco y logró estar allí antes de que cualquiera se diera cuenta. Había sido un éxito su llegada, pues detrás de él llegó su supervisor, felicitándole por su puntualidad. Soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo desde hacía rato, pudiendo respirar mejor. La misión para Onixen esa semana era, como casi siempre, encontrar a quien fuera que le estuviera siguiendo y eliminarlo sin dudar. Sumado a eso, debía hacer entrega de cinco paquetes misteriosos más. Le exigieron que no cometiera ningún error, aunque nunca lo hiciera, esta vez debía ser menor el riesgo. Se enfrentaría con los asesinos más buscados y los sujetos más peligrosos, debía burlar varias entradas y hacerse pasar por dos sujetos de enjundia para sacar información necesaria. El trabajo allí era algo que le encantaba, pues mantenía a su cerebro activo, era su droga.  Mientras hacía esas investigaciones, en paralelo llevaba el caso de su madre, de la cual pocos sabían, y su supervisor era uno de ellos, fue quien le reclutó para formar parte del equipo.  La historia de cómo se conocieron era algo que no lo sabían todos. El supervisor se había hecho pasar por su psicólogo para una investigación importante y había notado en él un alto potencial y una capacidad inmensa de análisis. Le explicó todo de una vez y sin rodeos. Le dijo que formaba parte de una organización privada de investigación, que estaba allí por el caso de la desaparición de su madre, y que alguien había mandado a secuestrarla. Dijo que le ayudaría a desenmascarar a quien fuera el responsable.  Bajo esa premisa, le fue imposible resistirse a formar parte de algo mayor. No volvió a ir al psicólogo.  El castaño tenía la convicción de que encontraría a su madre con vida algún día. Cada vez se acercaba más a lo sucedido, podría saber qué pasó con ella y dónde buscarla.  Salió de la oficina del supervisor con un rostro lleno de pura satisfacción y una sonrisa furtiva. Ya tenía su semana planificada, se desharía por fin de quien le estaba siguiendo desde aquél día en el banco. ... Margaret se encontraba feliz en su lugar de trabajo, estaba de turno en el hospital, portaba su blanco uniforme impoluto.  Cuando se dirigió hasta la habitación de uno de los pacientes con tratamientos más difíciles, que casualmente, ya podía ir a casa, no podía quitar la sonrisa de su cara, le animó el día al señor de ochenta y tres años, el cual se encontraba fuera de peligro luego de una cirugía a corazón abierto, algo muy riesgoso de hacer a su edad, sin embargo, allí estaba, con vida y un ánimo por las nubes. Se veía a leguas que disfrutaba de la vida. Después de atenderle y llenar los formularios necesarios, pudo acompañarlo en la silla de ruedas a la salida donde le esperaban su hija y su nieto.  Ayudó como pudo a que el hombre entrara cómodamente en el auto que tenían preparado para que él subiera. Al verles perderse en el camino, corrió a toda velocidad hasta el cuarto de cambio, donde sacó su uniforme lo más rápido que le permitieron las manos. Finalmente tenía una pista concreta sobre Onixen y no podía darse el lujo de perderla.  El cambio de turno había dado la hora exacta cuando salió disparada del lugar, sin importarle nadie más, ni siquiera si ya había llegado su reemplazo, nada podía detenerla de llegar a la oficina a buen tiempo. Corrió deprisa a tomar el autobús de la ruta por la que quedaba su trabajo, así que cuando estuvo en su asiento, no paraba de mover sus dedos en el marco de la ventana que usaba como posabrazos, estaba impaciente por abrir el nuevo paquete que le guiaría hasta peor enemigo. Lo atraparía por fin. Estaba tan emocionada, que no cayó en cuenta de la persona que entregó el paquete, y aunque su intención principal era averiguar quién hacía las entregas, casi siempre se dejaba llevar por las emociones, las cuales le jugaban muy malas pasadas a menudo. Debía aprender a no dejarse llevar por lo que su corazón sentía, en vez de pensar con la cabeza fría, pero no era tarea fácil. Margaret era una chica soñadora desde pequeña, cualidad obtenida de su propia madre, la cual siempre le avivó la imaginación a su punto cumbre, instándole a explotarla al cien por ciento, sin embargo, se olvidaba de decirle también lo importante que era mantener los pies sobre la tierra. Cuando el autobús arribó en la parada, ella ya estaba de pie esperando a que la puerta abriera.  Bajó y por fin pudo entrar a la estancia, donde adentró los paquetes pendientes con ella. Abrió dos de ellos, encontrándose cajas inmensas con cartas dentro.  ¿Qué era aquello? Creía firmemente que lo que le llegaría sería una lista de alumnos de la universidad de Colina Alta, sin embargo, esto no se asemejaba en ningún sentido a lo que había solicitado. En vez de nombres, se encontró con pequeñas solicitudes de inscripción de un tercio de los alumnos de leyes ¿Había tantos? Su ánimo volvió a decaer, se sentía como una villana de dibujos animados, a la que nunca le salían bien los planes.  Suspiró pesadamente, pues de nuevo fracasaba, pero esta vez no se rendiría, así no descansara en una semana, leería todas y cada una de las solicitudes hasta hallar una que encajara con el perfil que tenía del hombre que fuera su peor enemigo.  Si bien, no se le había enseñado a mantenerse despierta, eso lo podía ver como una gran ventaja, ya que no todo el mundo veía las cosas con ella lo hacía, pues podía encontrar la solución a su manera, cuando quería.  Se sentó en el suelo, empezando con la investigación que sabía que le tomaría muchísimo de su tiempo y estaría sumamente cansada para las horas de su turno. Sin importarle demasiado el no haber probado bocado en todo el día, se embarcó en una aventura por descubrir a dicha mente criminal.  Expediente tras expediente se pasaron cuatro horas volando, y ya para ese momento, afuera era de noche.  La residencia en la que estaba pertenecía a su jefe, quien pocas veces se la pasaba allí, hoy era uno de esos días donde no se aparecía por el lugar. Suspiró cansada, levantándose del suelo, sacudió la falda de su vestido estampado de flores y continuó caminando hacia la cocina, lugar donde se hizo una jarra entera de café, no quería irse a dormir hasta hallar al menos una mínima pista. Cuando volvió a su labor, se dio cuenta de un detalle, la universidad de Colina Alta, no tenía más carreras referentes a la justicia, y esta era la última cohorte que harían de leyes, quienes terminarían el semestre venidero. Lo cual no cuadraba con el perfil que tenía, la edad que tenía en el registro tras una ardua investigación, no coincidía con ninguno de los alumnos, eran demasiado jóvenes. Y para completar, la carrera tampoco era afín a todo lo que abarcaba dicha mente criminal, era un tema más extenso, por lo que dirigió su mirada al campus de Colina Escarlata, donde buscaría entre los estudiantes de carreras afines a la justicia, donde sí tenían mayor variedad de elecciones. Seguiría su rumbo con todas las ganas del mundo. Esta vez, ese imbécil no lograría escapar.
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