Nina estaba sentada en el borde de la cama del hotel, observando la enorme ventana que ofrecía una vista panorámica de París. La ciudad estaba bañada en luz dorada bajo el cielo del amanecer, y por un momento, todo parecía un sueño. Pero su mente estaba muy lejos de disfrutar del paisaje. Había algo en la forma en que Alessandro la había mirado antes de salir de la habitación esa mañana. Algo intenso, prometedor, pero también desconcertante. Había sonreído con ese encanto que sólo él parecía poseer, y con un toque juguetón en su voz, le había dicho: —Esta noche será especial, Nina. Quiero que te veas espectacular. —Había extendido su tarjeta de crédito, una tarjeta dorada y reluciente—. Compra lo que necesites. Un vestido que te haga sentir como la reina que eres. No hay límite. El cora