El despacho de Alessandro estaba sumido en penumbras. Las cortinas permanecían cerradas, y el aire se volvía espeso, impregnado de un aroma que oscilaba entre el licor y la desesperanza. Botellas de whisky vacías se alineaban en el suelo, junto a informes sin revisar y papeles arrugados que hablaban de guerras internas, de alianzas debilitadas y territorios frágiles. Nada de eso importaba ahora. Alessandro tomó otro trago, sintiendo cómo el ardor del alcohol se deslizaba por su garganta, quemando, anestesiando temporalmente el vacío. La imagen de Nina lo acechaba sin tregua. La suavidad de su voz, su risa, su fuerza inesperada, todo cuanto le había dado vida, le había sido arrancado de golpe. Lo había perdido, y lo peor era que no podía entender cómo ni por qué. Había tenido todo al alca