Nina se despertó al amanecer con una sensación de pesadez en el pecho. El día que había estado temiendo desde que tenía memoria finalmente había llegado: la ceremonia de apareamiento. En cuestión de horas, el futuro Alfa elegiría a su Luna, su compañera destinada, la mujer que compartiría su vida y su poder. Para todos en el clan, ese honor recaía inevitablemente sobre Nina, la hija de dos lobos de renombre, con un linaje tan puro como el de Derek. Sin embargo, Nina sabía que la realidad no era tan simple.
Se levantó de su cama, el frío del suelo de piedra le recordó lo lejos que estaba de la calidez que siempre había deseado dentro de su manada. Miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero que colgaba en la pared. Se pasó una mano por el cabello, notando el desorden de los mechones castaños que caían sobre sus hombros. Sus curvas estaban allí, ineludibles, y aunque había aprendido a amarlas en privado, sabía que no encajaban con la imagen que el clan tenía de una Luna perfecta.
Su abuela había sido una leyenda en el clan, la Luna de un Alfa que llevó al clan a su máximo esplendor, pero ella, con su cuerpo esbelto y su fuerza evidente, siempre había sido admirada por su belleza y su agilidad. Nina, en cambio, sentía que siempre la veían como una sombra de esa grandeza, como si la hubieran tallado de la misma piedra pero con herramientas torpes.
Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—Nina —la voz de su madre, suave pero firme, la hizo girar—. Es hora de empezar a prepararse.
Su madre, Clara, entró en la habitación, su elegancia innata siempre la había hecho destacar entre las otras lobas del clan. Vestía una túnica blanca simple pero impecable, su largo cabello trenzado en una corona sobre su cabeza. Los ojos de Clara recorrieron a su hija con una mezcla de orgullo y preocupación, como si pudiera sentir el peso de las expectativas que Nina llevaba sobre sus hombros.
—La ceremonia será al anochecer —dijo Clara, colocando una caja adornada sobre la cama de Nina—. Quiero que uses esto. Fue lo que yo llevé cuando tu padre me eligió como su Luna.
Nina abrió la caja con delicadeza, revelando un vestido plateado de suave seda que brillaba bajo la luz del sol que se filtraba por la ventana. El simple toque del tejido contra sus dedos le provocó un nudo en la garganta. Sabía lo que significaba. Su madre había sido un ejemplo de perfección dentro del clan, una Luna digna del Alfa. Y ahora, ese mismo papel le estaba destinado a ella, aunque no se sentía ni remotamente digna de él.
—Es hermoso —dijo Nina en un susurro, aunque en su mente, se preguntaba cómo se vería su cuerpo en algo tan delicado y ajustado.
Clara sonrió, pero su sonrisa no alcanzaba sus ojos. Se sentó junto a Nina en la cama, tomando sus manos.
—Sé que este día es importante para ti, para todos nosotros —dijo Clara con una leve caricia en el dorso de la mano de su hija—. Eres fuerte, Nina. Siempre lo has sido. Tal vez no de la misma manera que yo o tu padre, pero eso no significa que no tengas lo que se necesita para ser una gran Luna.
Nina sintió una punzada de dolor ante las palabras de su madre. Su fortaleza, según la manada, siempre había sido más emocional que física, algo que a menudo se veía como una debilidad. A lo largo de los años, había aprendido a soportar las burlas y los comentarios, pero nada la había preparado para el tipo de juicio que enfrentaría esa noche.
—¿Qué pasa si Derek no me elige? —preguntó Nina, su voz apenas un susurro.
Clara la miró fijamente, con esos ojos que habían visto tantas lunas y tantas batallas. Parecía medir cada palabra antes de hablar.
—No te preocupes por eso. Derek sabe lo que es mejor para el clan, y tú... —la miró con firmeza— eres lo mejor que le puede pasar a él y a la manada.
Nina asintió, aunque la duda seguía comiéndola por dentro. Sabía que, en teoría, Derek y ella eran la pareja perfecta: ambos de linajes puros, ambos destinados a llevar al clan a su próximo capítulo. Pero Nina había visto la mirada en los ojos de Derek el día anterior, cuando él la había desestimado. No había amor ni aprecio, solo juicio. Él la veía como una carga, un deber, y aunque su madre intentara calmar sus preocupaciones, Nina sabía que algo no encajaba.
Horas más tarde, después de una larga ducha y un peinado minucioso a manos de su madre, Nina se encontraba frente al espejo, con el vestido de su madre ceñido a su cuerpo. El tejido plateado resaltaba sus curvas de una manera que no sabía si era favorecedora o embarazosa. Su pecho lleno y sus caderas amplias se destacaban más de lo que le hubiera gustado, pero no había vuelta atrás. Esta era la Nina que iría a la ceremonia, la Nina que sería juzgada por todo el clan esa noche.
—Estás hermosa —dijo su madre desde el umbral, sus ojos brillando con orgullo.
Pero Nina no lo sentía. Solo sentía el peso de las expectativas. Aún así, sonrió, agradecida por el apoyo de su madre, incluso si ese apoyo no podía borrar las dudas que la carcomían.
Unas horas más tarde...
La casa del Alfa era el centro de todas las actividades del clan. Construida en lo alto de una colina, con vistas a todo el valle, la mansión estaba decorada con las banderas del clan, marcando la importancia de la ocasión. Las puertas de roble tallado se abrieron de par en par para recibir a los invitados, y la amplia sala principal estaba repleta de miembros de la manada. Hombres y mujeres jóvenes, todos con la esperanza de destacar ante los ojos del futuro Alfa.
Nina llegó acompañada por sus padres, sintiendo cómo cada mirada se volvía hacia ella. Sabía lo que los demás estaban pensando. Sabía que las mujeres más delgadas y ágiles la miraban con desdén, mientras que los hombres evaluaban si realmente sería digna de Derek. El murmullo de las voces llenaba el aire, y Nina intentó ignorar los cuchicheos que llegaban a sus oídos.
—¿Crees que la elegirá? —murmuraba una voz femenina.
—No lo sé, pero hay opciones mucho mejores aquí. ¿Has visto a Lila? Ella es todo lo que Derek necesita en una Luna.
Nina mantuvo la cabeza en alto, fingiendo que las palabras no la afectaban, aunque sabía que cada una de ellas era como un pequeño pinchazo en su ya frágil confianza.
De repente, un silencio se apoderó de la sala cuando Derek entró. Vestía una camisa negra que se ajustaba a su musculoso torso, y sus ojos brillaban con esa intensidad azul que parecía atravesar a todos los presentes. Se movía con la gracia de un depredador, y cada paso que daba parecía resonar en el suelo de madera.
Él saludó a los miembros de la manada con una sonrisa, estrechando manos y dedicando pequeñas palabras de agradecimiento, pero sus ojos apenas se posaron en Nina. Cuando finalmente lo hicieron, fue como si simplemente la evaluara, sin ninguna emoción real detrás de su mirada. Un destello de algo pasó por su rostro, pero desapareció antes de que Nina pudiera identificarlo.
Nina se sintió pequeña bajo su escrutinio, como si todo lo que había hecho hasta ahora, todas las luchas internas, no significaran nada en comparación con lo que Derek estaba buscando. Él estaba rodeado de mujeres hermosas, todas esperando la oportunidad de ser elegidas, y ella sabía que, a sus ojos, no era más que una formalidad.
—Mantén la calma —le susurró su madre al oído—. Tienes lo que se necesita.
Pero Nina no estaba tan segura. Mientras las luces de la mansión parpadeaban suavemente, y las conversaciones entre los miembros del clan seguían, Nina no podía sacudirse la sensación de que la noche traería más que una simple elección. Había algo en el aire, algo oscuro y profundo, que presagiaba que el destino de la manada —y su propio destino— estaba a punto de cambiar de maneras que ni siquiera podía imaginar.
Con una respiración profunda, Nina levantó la cabeza, preparándose para lo que estaba por venir. Y, aunque su corazón estaba cargado de dudas, una chispa de desafío encendió su pecho.
Esta noche no iba a ser olvidada fácilmente.