Estoy nerviosa. Pero tengo que tranquilizarme, o haré el ridículo delante de él. Ingreso a la repostería, la cual estaba llena, lo veo en una de las mesas del medio, estaba sumergido en su celular.
—Buenos días —digo cuando estoy cerca.
Su rostro se eleva y me mira.
—Buenos días, señorita Mendoza —me saluda. Lo hace con algo de seriedad y eso no contribuye absolutamente nada a que me tranquilice—.Siéntese, por favor, le ordene un café, si desea un postre pídalo sin pena —me indica.
—Gracias—digo sentándome— .Le he traído mi curriculum por sin lo necesita —agrego, ofreciéndoselo. Lo traje porque es algo esencial.
Él lo toma y le echa un vistazo rápido.
—Alicia—dice mi nombre el cual estaba escrito en el papel. Por alguna extraña razón pienso que va a hacer algún tipo de comentario respecto a mi nombre. Sin embargo, no es así—.Estudia Negocios internacionales—observa.
—Sí —afirmo.
—¿Qué año va?
—Voy a empezar tercero.
Su rostro sigue impasible. No hay un solo músculo que se mueva.
—Yo también estudié esa carrera—apunta. Me quedo irremediablemente perpleja al comprobar que tengo algo en común con él. Y veo que tiene muy buenas calificaciones en su expediente —concluye.
Aquel comentario, sin ser un halago, o sin tener intención de serlo, hace que mis mejillas se sonrojen.
—Sí, bueno... —titubeo, ¿por qué estoy tan nerviosa?—. Me gusta... mucho mi carrera—me atrevo a añadir.
En ese momento la mesera se acerca y nos pregunta que vamos a ordenar. Alessandro pide un pie de manzana, y yo hago lo mismo.
—En unos minutos se los traigo—dice amablemente la mesera. Luego se va.
Después de unos instantes, Alessandro deja el curriculum sobre la mesa y levanta sus ojos azules hacia mí. La intensidad de su mirada me desarma por momentos.
—Me gusta ir al grano y decir lo pienso señorita Mendoza. Así que seré claro —comienza a decir. Lo único que consigue es que me ponga más nerviosa—.Lo que quiero proponerle es algo... fuera de lo común—prosigue—. Pero que puede ser muy beneficioso para usted—agrega. Sus palabras empiezan a intrigarme— .Le ofrezco dinero para pagar todas sus deudas a cambio de...
—¿De qué? —me adelanto a decir, interrumpiéndolo.
Sus ojos, que de pronto se ven oscuros y con un brillo extraño, se posan en mí.
—De sexo —responde sin titubeos.
¿He escuchado bien? ¿Ha dicho sexo? ¿Qué clase de broma es esta?
—¿Qué? —alcanzo únicamente a mascullar. Muevo la cabeza a un lado y a otro, indignada y confundida a partes iguales. Tomo aire como puedo—. ¿Quién diablos se ha creído que soy? —suelto ofendida, sin importarme que la gente nos viera, él me ve sin inmutarse—. ¿Acaso se cree que soy una prostituta?—completo.
La sangre me hierve en el interior de las venas. De buena gana me levantaría y le pegaría una bofetada.
—Si creyera que es una prostituta, le aseguro que no le estaría proponiendo esto — afirma él categóricamente.
—¿Entonces? —pregunto, frunciendo el ceño con gravedad—. ¿Cómo se le ocurre que voy a aceptar algo semejante? —las palabras salen de forma atropellada de mi boca. Yo solo quiero un trabajo que me permita vivir.
—Entonces, acepte mi propuesta señorita Mendoza —dice pausadamente en ese tono serio que tanto me impone.
—¿Qué acepte...? —mi voz se va apagando. Lo miro de nuevo, luchando porque el intenso azul de sus ojos no me desestabilice del modo que lo hace—. Ni siquiera lo conozco, no se quien es—digo.
—Mi nombre completo es Alessandro Miller. Propietario de la Cementera Miller—confiesa.
Hago memoria sobre donde he escuchado su nombre. En ese momento se instalo la respuesta en mi cabeza. Había escuchado o mejor dicho leído algunos artículos sobre el top de los mejores Empresarios del país y entre ellos estaba el nombre de él. ¿Qué hace uno de los hombres más ricos de la ciudad, incluso del país, proponiéndome tener sexo con él cuando no debe de tener ningún problema para acostarse con la mujer que quiera?
—Creo que se ha equivocado de persona—digo, levantándome de la silla, hago una pausa antes de añadir—.Yo no... No voy a aceptar su propuesta. Si no tiene un trabajo... normal, mi presencia aquí sobra—agrego.
—Claro que podría ofrecerle un trabajo... normal, como dice usted —anota él.
—Entonces, ¿por qué no me lo ofrece di tiene la posibilidad de hacerlo—pregunto.
—Porque la propuesta no sería tan interesante —afirma. ¿Hay un matiz de ironía en su comentario?—.Ni tan beneficiosa, se lo aseguro—agrega, sí, definitivamente hay un matiz de ironía en sus comentarios.
—De eso no tengo ninguna duda —digo, sin poderme ya contener—. Sobre todo para usted.
—¿Por qué no se lo toma como un intercambio de intereses?, ¿de favores? —me pregunta, como si estuviera tratando de convencer a un cliente; mirándome con la calma que poseen las personas que tienen el control total de la situación—. Al fin y al cabo, lo es. Usted necesita algo que yo puedo ofrecerle, y usted puede ofrecerme algo que yo quiero—añade.
Niego con la cabeza para mí.
—Está tan acostumbrado a mercadear, que todo lo ve como un negocio —le digo, obligándome a mantener la calma—. Incluso follar —añado.
—De todas formas —comienza a decir de nuevo—. Si cambia de opinión, esta es mi tarjeta —. Menciona deslizando una tarjeta sobre la mesa.
Idiota engreído, pienso con rabia para mis adentros. Sin mediar más palabra, me giro y salgo de la repostería, ya he escuchado suficiente. Tengo ganas de gritar tan fuerte que me oigan en la otra punta del mundo. No puedo creer lo que me acaba de proponer ¿Quien diablos se ha creído? ¿Qué puede tener lo que quiera y a todo el mundo que quiera? ¿Qué las personas somos una mercancía a su disposición? Mientras camino hacia al parque veo su rostro en una de las enormes pantallas comerciales, es un anunció de un foro donde hablaran los jóvenes más millonarios del mundo y entre ellos estaba Alessandro. Y yo pensando que se trataba de un simple comerciante o algo parecido, pero claramente me equivoque. Es un millonario, uno realmente idiota que me había hecho una propuesta poco común.