Capítulo III

1163 Words
Días después... Después de escuchar la loca propuesta del millonario, fui al el parque a divagarme un rato, lo necesitaba. Estuve en varias entrevista de trabajo los últimos días y nadie me contrataba. Mi desesperación esta al limite. Tomo mi bolso y me dispongo a bajar las escaleras, necesitaba salir un rato. —¿Es que tampoco tienes pensado pagarme este mes? — espeta el señor García, mi casero quien ingresó por la puerta principal. —Hola —digo, en un intento de calmar mi angustia. —Si no me pagas los dos meses que me debes de alquiler voy a echarte a la puta calle—amenazo. —Señor García, no he encontrado trabajo y... —Ese no es mi problema —dice, volviéndose de manera brusca hacia mí—.Si no me puedes pagar, te vas. —Por favor—digo, mi voz se torna suplicante—. Solo le pido que me deje quedarme un mes más. Solo un mes. Prometo pagarle lo que le debo. —Lo único que puedo darte son cinco días y nada mas—dice con contundencia. No tenia derecho a replicar. —Esta bien. Gracias señor García—respondo. Luego él se marcha. Una ráfaga de impotencia y de tristeza me invade las venas ¿Qué voy a hacer ahora? Mi celular vibra sacándome de mis pensamientos y maldiciones. —¿Sí? —digo mientras me limpio con las manos las lágrimas que se deslizan por mis mejillas. —¿Alicia Mendoza? —pregunta una voz femenina. —Sí, soy yo. —Le llamamos de la Universidad para informarle de que ya ha comenzado el plazo para hacer la matrícula del próximo semestre. Tiene tres días para realizar la suya en la secretaría de la facultad. —Gracias —agradezco, aunque lo hago de manera mecánica. Las cosas siempre pueden ir peor, pienso. Tengo solo tres días para pagar la matrícula de la Universidad y el alquiler. ¿De dónde voy a sacar el dinero para pagar ambas cosas? La simple idea de no poder continuar con mis estudios y no tener un techo es angustiosa. De pronto siento que me falta el aire y empiezo a respirar de forma entrecortada. Bajo las escaleras y salgo a la calle, buscando desesperadamente un poco de oxígeno. ¿Qué voy a hacer, me pregunto. ¿Qué voy a hacer? Atravieso una calle y otra y otra más. No sé adónde ir ni adónde dirigirme. Solo quiero caminar hasta cansarme, no pensar en nada y no sentir esta angustia que siento dentro del pecho. Miro a mi alrededor. La gente pasa a mi lado indiferente, con sus habituales prisas. No se porque razón se me vino a la mente la propuesta de Alessandro Miller. No quiero hacerlo, pero estoy desesperada. Busco la dirección de la Cementera Miller en internet y camino hacia ella. Cuando estoy frente al edificio después de una hora de caminar mi corazón se acelero aun más. Antes de que me dé cuenta, estoy preguntando a la secretaria de cabello castaño si se encuentra el señor Miller. —Está en una reunión —responde—. No tardará mucho — añade amable—.Si desea esperarlo... Me muerdo el labio inferior nerviosa. —Sí —digo—. Lo esperaré. No es necesario que la secretaria me indique dónde he de sentarme. Me giro y voy hacia los sillones de cuero n***o. Apenas cinco minutos después estoy arrepintiéndome de haber venido. ¿Por qué lo he hecho? Un torrente de dudas me asalta de repente. Tengo el estómago como si estuviera subida en una montaña rusa. Agarro el bolso con las dos manos, me levanto de golpe y echo a andar. —¿Ya se va señorita Mendoza ? La voz intensa y sensual del señor Miller a mi espalda me deja petrificada en el sitio cuando apenas he avanzado un par de metros. No me atrevo ni siquiera a darme la vuelta, pero me obligo a hacerlo. ¿Qué le digo? —Su secretaria me dijo... —comienzo a decir, titubeante—. Pensé que iba a tardar más —miento, al mismo tiempo que me giro y me sujeto al bolso como si mi vida dependiera de ello. Carraspeo, nerviosa. La boca se me queda seca, como si me hubieran pasado una lija por ella, cuando lo veo a escasos metros de mí, con su impresionante figura, perfecto con su traje n***o y su camisa a medida. Cuando reparo en el rostro, mi corazón se paraliza. Él es, quizá, el hombre más guapo que he visto en mi vida. Me pregunto si habrá alguna mujer que no lo encuentre atractivo. —¿Pasamos a mi oficina? —sugiere—. Allí estaremos más tranquilos. Dudo un instante, presa de una inseguridad repentina, y vacilo en el umbral de la puerta. —Sí —contesto al fin, pasados unos segundos. En silencio, se hace a un lado dando un pequeño paso hacia atrás y con la mano me cede la vez. —No me pases ninguna llamada, Susan —le ordena a su secretaria. —Como diga, señor —responde ella servicialmente. —Siéntese —dice cuando accedemos a la oficina. —Gracias —digo, siguiéndole con la mirada hasta que se sienta detrás del lujoso escritorio. —No esperaba verla aquí —apunta con sinceridad. —Ni yo... —digo, se me escapa decir en un hilo de voz. —¿Y a qué debo su visita?—pregunta, aunque intuye sobradamente a qué he venido. Trago saliva y vuelvo a carraspear: necesito ganar tiempo para infundirme algo de valor. —¿Sigue en pie su..? —¿Propuesta? —se adelanta a terminar la pregunta. Asiento ligeramente con la cabeza, bajando la mirada hasta mis manos. Me tiemblan. —Por supuesto —afirma. Tras unos segundos de silencio, dice—: ¿Va a aceptarla?—pregunta. Vuelvo a asentir sin decir nada y casi sin atreverme a elevar el rostro; soy incapaz de mirarlo a la cara. Apenas puedo respirar—.¿Tiene dudas? —me pregunta. —No es una decisión fácil —respondo. —Me imagino que no es una decisión fácil, pero no quiero que tenga dudas —dice—. Si no, no tendremos más que problemas. Tengo la garganta seca y la lengua pegada al paladar. —Lo siento —me disculpo cuando logro despegarla—. No puedo evitarlo. De reojo, veo que me observa pensativo. Su mirada es tan intimidante... Me revuelvo en la silla, incómoda. —Tranquila. Hasta que no firme el contrato no voy a poner en práctica mis derechos; hasta que no firme el contrato no voy a tocarla—agrega. —¿Un contrato?—pregunto sin comprender. —Si, es un documento legal privado que debemos firmar para garantizar nuestro compromiso—responde. No pude evitar preguntarme si debo continuar con esto o salgo corriendo de aquí.
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