El viaje fue un poco incómodo, ella me miraba de vez en cuando y sonreía. Aún no se por qué acepté venir. Al llegar al restaurante con vista al mar, una mesera muy amable nos atendió. Observé cada movimiento de Beatriz, llevaba el cabello lacio y un vestido holgado. Quería ir la grano, decirle que soltara todo su veneno de una vez para poder terminar con esta farsa, pero en cambio solo pregunté: —¿Cuántos meses de embarazo tienes? —hablé, entrecerrando los ojos. Mi pregunta la tomó desprevenida y sonrió con nerviosismo. —Cumpliré cuatro meses. —¿Y cómo lo llevas?, digo —señalé su barriga con mi cuchara. —Bueno, Darío me consiente mucho y la verdad siempre quise ser mamá —sonrió con nostalgia —nunca conocí a mis padres. Fruncí el ceño ante su confesión, nunca me dio curiosidad por