Los congeladores estaban llenos de cosas tentadoras, pero solo saqué una lata de Coca Cola y supuse que Harry también querría una. Luego me acerqué a coger una bolsa de patatas fritas, pero me interrumpió bruscamente el sonido de quizás un trueno...
Enfoqué más mis oídos, suspirando y preguntándome cómo podía hacer sol afuera y tronar cuando escuché el sonido, mucho más cerca que antes, pero no era un trueno. La bolsa de patatas fritas estaba apretada en mi mano derecha mientras sentía que mi corazón se detenía. Harry estaba ahí fuera, alguien tenía una pistola, y yo estaba sola sin su protección como le había prometido a mi padre. Aun así, dejé caer todo lo que tenía en mis manos, observando al anciano junto a la cajera ahora totalmente alerta.
―¡Jovencita, bájese por favor! ―Me gritó con preocupación, las arrugas de su rostro lo hacían sabio y maduro. Me pareció que su preocupación por mí era amable y valiente, lo que me hizo escuchar mientras me agachaba detrás del puesto de patatas fritas. El corazón se me alojó en la garganta por el miedo repentino, sobre todo sin Harry aquí para protegerme.
¿Y si ya le han disparado? ¿Acaso esa gente está aquí por mí o por robar en una pequeña tienda de concesiones?
Mi boca seguía seca, mi corazón sin poder bombear sangre. Me agarré con fuerza a las barras metálicas del puesto que contenía las conservas. Escondí mi cuerpo detrás de ella, esperando que en un rato Harry estuviera aquí, llevándome lejos de esta escena. Cerré los ojos con fuerza, consciente de que debería vigilar mi entorno, pero no podía soportar ver a los hombres entrar para llevarme, posiblemente.
Hubo un silencio repentino, hasta que se escuchó otro disparo. Varios volando por el aire, acaparando amenazadoramente las ondas sonoras de nuestro perímetro. El arma tenía que ser una máquina; la velocidad del sonido se agitaba en mis oídos como los recuerdos. Vi cómo se formaba el miedo en el rostro del anciano cuando una figura, agazapada y con bastante rapidez, atravesó la puerta. Las balas atravesaron las ventanas de cristal de la tienda, y ante esto el anciano se agachó bajo su mostrador.
Las balas y la comida estaban siendo penetradas, pero no la piel. Un grito que rizaba la sangre me atravesó el pecho mientras me desgarraba el músculo de la garganta. Me agarré con más fuerza a los barrotes de metal, respirando con dificultad mientras las manos de alguien agarraban mi cuerpo agachado por las caderas. Se me escapó un fuerte jadeo cuando me apretaron contra un pecho duro, inhalando profundamente.
El cuerpo de Harry se giró, protegiéndome del horrible paisaje. Sin palabras, solo hice lo que pensé que él quería que hiciera. Enterré mi cara en su pecho, usando su cuerpo como un escudo humano de protección. Por la distancia de nuestros cuerpos, se podría pensar que era algo íntimo. Sí lo era, pero no de la forma en que la intimidad señalaría inmediatamente.
Las balas no cesaban. Sus sonidos me atravesaban el pecho cada vez que los oía, haciéndome estremecer contra Harry. Su mano se apretaba con fuerza contra mi espalda, el otro brazo suyo apuntaba a la entrada de la concesión. Tenía la pistola negra de su coche en la mano.
― ¿Qué está pasando? ―le pregunté sin aliento por encima de las balas.
Harry negó inmediatamente con la cabeza.
―No hables. Escucha ―ordenó con dureza. Levanté la vista hacia él para ver que no había miedo, ni emoción, solo un ceño fruncido de ira que se apoderaba de su rostro. La ira era su emoción constante, incluso en el momento de más miedo. En tiempos en los que la muerte podía estar entre nosotros, Harry permanecía tranquilo y concentrado. Un rasgo que solo se le da a los mejores
―Esos hombres son de la Confederación de la Piscina Negra. Te están buscando. Me matarán a mí y a cualquiera que esté en el camino. Así que, si quieres estar a salvo, no te atrevas a dejar mis brazos. ¿Entendido? ―Me ladró rápidamente, con los ojos verdes pálidos observando la puerta.
Asentí con la cabeza, sin desear otra cosa que salir de esto lo más rápido posible. Hasta hace unos minutos pensaba que Harry era irritante y que solo influía en que el mal rollo corrompiera nuestro ambiente durante el viaje. Sin embargo, cuando el escenario cambia a tal cosa entre nosotros ahora, me veo obligada a sentirme segura en sus brazos. No cómoda, pero sí segura como él debía hacerme sentir.