Volví, Ismael. Esta vez estoy un poco mejor; pero no me quiero extender demasiado en mi estado de ánimo. Mejor te cuento lo que pasó con Sebastian, mi psicólogo. Sí, como ya te imaginarás, volví a hablar con él. Lo llamé por teléfono, y sin darle muchas explicaciones, le pregunté si podía volver a hacer terapia con él. No puso ninguna objeción, se mostró muy profesional al respecto. Tuvo que darme otro horario, porque al mío se lo asignó a otra persona; pero eso no me importó. Cuando llegué al consultorio, saludé a Sebastian con timidez; como si fuera un perrito que sabe que rompió algo valioso. Nos sentamos, como siempre hacíamos, y él me miró sin decir nada, como su acostumbrada cara de póker. ―Tengo que pedirte disculpas, ―comencé diciendo―. Te grité de todo, y me fui a mitad de una